La familia es la institución donde tiene lugar la socialización temprana de los individuos. Es un agente de socialización y entorno de aprendizaje de conductas tanto positivas como negativas; entre ellas, comportamientos brutales hacia los miembros del núcleo más íntimo. Por lo tanto, el ejercicio de la violencia perpetrado por los referentes de autoridad hacia aquellos más indefensos, impide la transmisión de valores humanos inscriptos al bienestar del colectivo social.
La violencia familiar ocurre indistintamente de la raza, cultura, credo religioso o clase social. Sucede socialmente de forma transversal tanto en miembros de clases acomodadas como en los sectores más vulnerables. En Costa Rica la mayoría de las denuncias por violencia doméstica provienen de las clases menos favorecidas, dado que un porcentaje significativo de la población costarricense pertenece a los estratos medio-bajo, pobre y pobreza extrema.
Realidad social que conlleva exclusión, poca o ninguna formación académica, mayor exposición a la violencia y en algunos casos mala nutrición, hambre o indigencia. Algunos factores causantes de la de violencia familiar son el estrés y la frustración, producto en gran parte de limitaciones, escasez y pocas oportunidades a corto y mediano plazo. Para muchos, el futuro es tan nebuloso que resulta imposible mirar más allá del hoy y el ahora. Esto, innegablemente, conlleva repercusiones psicoemocionales de ansiedad, depresión y adicciones a sustancias psicoactivas que funcionan como bisagra o un paréntesis a patologías biopsicosociales a nivel subjetivo. En otras palabras, factores vinculantes a altos niveles de fracaso personal en vista de las precarias posibilidades de ascenso socioeconómico y una vida digna. A pesar que la violencia familiar también ocurre en las clases sociales privilegiadas, estos, en su mayoría, se abstienen de denunciar a sus agresores por no perjudicar la imagen familiar y reputación social… ¡“de eso no se habla”!
La violencia familiar tiene varios rostros y ninguno es más permisivo que el otro. Entre las manifestaciones de violencia familiar, vale mencionar: violencia conyugal, abusos físicos, psicológicos y sexuales, agresión a personas de la tercera edad y maltrato infantil. Según la Organización Mundial de la Salud, (OMS), una enfermedad se cataloga como epidemia cuando eventos relacionados con la salud se propagan activamente en poblaciones concretas y definidas. Por lo tanto, la violencia familiar es considerada una epidemia social con importantes detrimentos en las víctimas y altos costes para el Estado. Es decir, un problema social causante de serios perjuicios de salud a nivel individual y comunitario que nulifica los derechos humanos cardinales; principalmente, los derechos de mujeres, niños y ancianos al ser más frágiles ante la fuerza y el poder ejercido por otros miembros del núcleo domiciliar.
En otros términos, una relación abusiva que ocurre en algunas parejas, padres e hijos o entre hermanos. A pesar que la proporción de mujeres abusadas por hombres es abrumadoramente mayor a la correlación de mujeres agresoras; tampoco, se puede pasar por alto los comportamientos violentos causados por mujeres a sus hijos: un círculo proyectivo a nivel familiar donde algunas mujeres agredidas maltratan a sus hijos o personas mayores del hogar. Es decir, agreden a aquellos sujetos más indefensos que ellas.
Por eso, es imposible hablar de un perfil homogéneo del agresor intrafamiliar. Sin embargo, hay ciertos rasgos que se pueden observar en muchos de ellos. Desde una perspectiva biológica se puede pensar en una predisposición genética a la violencia, así como una composición neuronal que facilita conductas agresivas y comportamientos que incitan delitos violentos. También, el entorno o situación ambiental juega un papel preponderante en la manifestación de violencia tanto doméstica como extramuros. Se repite lo que se ve. Ahí, la posibilidad de convertir la violencia en una cadena transgeneracional de agresión, donde el niño maltratado puede llegar a ser un agresor en la adolescencia o vida adulta. Se repiten conductas aprendidas en la infancia o, en términos freudianos, se proyecta en el Otro, la violencia recibida en aquel niño pegado.
Las posibles consecuencias en las víctimas de violencia familiar son de orden físico, emocional y social. Muchas veces heridas que no llegan nunca a cicatrizar y, si se logran cerrar, con el tiempo pueden volver a supurar. Ahí, la importancia de brindar ayuda y contención emocional a estas personas agredidas; muchas de ellas, individuos vulnerables e incluso económicamente dependientes de desalmados maltratadores. Miles de mujeres agredidas que, por dependencia económica, sacrifican su bienestar psíquico; al extremo, de transformarse en codependientes de sus propios agresores: violadores de igualdades fundamentales. Por eso, la violencia familiar se ha convertido en una suerte de epidemia invisible y silenciosa que contamina el entorno del hogar.
Bibliografía revisada:
-Amores-Villaba, A., Mateos-Mateos, R., 2017, Revisión de la neuropsicología del maltrato infantil: la neurobiología y el perfil neuropsicológico de las víctimas de abusos en la infancia, Psicología Educativa, Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid, Madrid, España.
– Patronato Nacional de la Infancia, PANI, 2020, Denuncias, https://pani.go.cr, San José, Costa Rica.