IRAK: AYER Y HOY

Carlos Rodríguez Nichols

El presente ensayo intenta analizar el lugar que tienen los actores internacionales en la gestión del conflicto en Irak, especialmente el rol de las organizaciones internacionales, así como la actual situación política y económica de Irak posterior a la invasión de Estados Unidos y sus aliados. Para ello, se hará una breve revisión de los aspectos teóricos relacionados a la gestión del conflicto, en una de las regiones petroleras de mayor producción del mundo.

Es incuestionable que el petróleo ha desenfrenado una feroz sed de poder, convirtiéndose en el motor móvil de intereses económicos y geopolíticos de poderosas naciones y compañías multinacionales. Ajedrez de una vehemente pasión por el dinero que, excede los límites de las instituciones y los naciones,  ha causado una intensificación conflictiva de las relaciones entre actores del sistema internacional.

En la gestión de conflictos internacionales existen actores estatales, organizaciones internacionales y organizaciones no-gubernamentales. Entre los actores estatales vale mencionar a los diplomáticos, a los militares, así como a los actores de cooperación. Entre las organizaciones internacionales, aparte de la relevancia de las Naciones Unidas cuya razón es promover la paz y la seguridad, vale mencionar la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europea en la prevención de conflictos y el papel efectivo del G8.

El rol de las organizaciones no-gubernamentales está destinado a la prevención y resolución de conflictos e instalar la paz por medio de actividades para-diplomáticas, en diálogos políticos internacionales, así como a través de medios de investigación, medios de comunicación, medios religiosos y asociaciones filantrópicas.

En el caso de a invasión la Irak, la mayoría de los países que conforman La Unión Europea, el Vaticano, organizaciones humanitarias, así como un gran número de los pueblos de las naciones del mundo se opusieron a la invasión de Irak por medio de multitudinarias manifestaciones. El mensaje no fue escuchado por Estados Unidos y sus aliados.

Invasión que fue justificada para desmantelar el, supuesto, arsenal de armas de destrucción masiva del régimen iraquí y el vínculo del dictador Sadam Husein con Al Qaeda. Funcionarios de los Estados Unidos sostuvieron, de un modo interesado y tendencioso, que Irak representaba una inminente, urgente e inmediata amenaza a los Estados Unidos, a su pueblo y a sus aliados, así como a sus intereses.

Por lo tanto, se puede pensar que el conflicto en Irak tiene, como telón de fondo, objetivos geoestratégicos e intereses políticos que permitirían a la superpotencia norteamericana y a sus aliados occidentales consolidar su poder económico en la región. Intereses políticos y económicos que aparentemente tuvieron más fuerza que la posibilidad de solucionar el conflicto por medios diplomáticos.

Si se analiza el conflicto de Irak desde una perspectiva diplomática, se podría pensar que resultó un fracaso para los actores internacionales involucrados en la gestión del conflicto. Una investigación errática del Servicio de Información de los Estados Unidos, y un grave fracaso para los ideólogos de esta ocupación. Una invasión disfrazada de guerra preventiva que en realidad fue una agresión a gran escala, que finalmente se materializó en la cuantiosa suma de billones de dólares: un coste económico, responsable, en gran medida, de la eventual recesión y crisis financiera mundial, ahondado al caos político para los actores involucrados, tanto las naciones de Oriente Próximo como las de Occidente.

“El orden internacional contemporáneo y algunos de sus principales instrumentos, como el Derecho Internacional han sido cuestionados como consecuencia de estos acontecimientos”. (C. García, A. Rodrigo).

Vale mencionar que, a raíz de esta lucha de fuerzas, una de las consecuencias más importantes de la invasión a Irak, es la escalada de grupos terroristas en diferentes regiones del mundo; especialmente en Irak, Siria y Arabia Saudita. Agrupaciones fundamentalistas caracterizadas por brutales represalias, odio e inquina de extremistas que luchan y mueren peleando frente a las dominantes naciones extranjeras. Sectas y etnias unidas en un cuerpo ideológico que los vincula a creencias, de carácter religioso, que trasciende lo terrenal.

Los bandos en conflicto utilizan herramientas de mutuo desprestigio responsabilizando al enemigo, al otro, de actos inhumanos hacia sus poblaciones. Campañas árabes anti imperialistas que culpabilizan a las naciones occidentales de la desestabilización de la región; intervenciones militares multimillonarias que, en último lustro, ocasionaron atroces consecuencias y un fuerte sentimiento xenofóbico a nivel mundial.

Murieron más civiles en Afganistán e Irak que los que fueron asesinados por los terroristas en New York, Washington, Casablanca y demás lugares; un argumento que a la vez se utiliza para justificar más actos de terror. (Mesa, Gonzales-Bustos).

Independientemente del lugar en que el espectador se ubique, estas masacres han generado venganzas, odio y represalias: una masiva destrucción de pueblos, culturas y de la dignidad humana. Ejemplo de esto, es el acto terrorista del 11 de marzo en el tren de Madrid; uno de los mayores actos extremistas en territorio europeo, que dejó un importante saldo de muertos y heridos, y el final de la carrera política del entonces presidente Aznar, quien apostó por la ocupación en Irak impulsada por la Administración Bush.

En medio de este belicoso escenario humano, hoy surge la interrogante: ¿cuál es la medida más eficaz para detener el avance terrorista, este conflicto transfronterizo en un mundo interdependiente, que se infiltra y, estratégicamente, se alinea con regímenes totalitarios ávidos de perpetuarse en el poder?

Desde una óptica de guerra convencional, una de las medidas consiste en debilitar el poder militar de los grupos terroristas. Para ello, se requiere de una invasión y ocupación a gran escala; táctica que resultó infructuosa en las últimas intervenciones de la región. Un error estratégico, según algunos analistas, porque el terrorismo no es un enemigo territorial que se puede abordar solamente con medios militares convencionales: bombardeando pueblos, culturas y reliquias milenarias.

Otra opción es fortalecer los servicios de seguridad e inteligencia resguardando las fronteras migratorias de estos extremistas clandestinamente infiltrados principalmente en Estados Unidos y Europa. Medidas de seguridad que no han tenido el éxito esperado debido a las múltiples redes y conexiones del terrorismo con agrupaciones afines a la venta ilícita de armas, narcotráfico y lavado de dinero. Estructuras fuera del marco de la ley que proporcionan respaldo logístico y financiero a organizaciones de fanáticos belicosos.

Para concluir, la invasión en Irak no logró estabilizar a Irak. Más bien, profundizó la participación de células terroristas y la amenaza del Estado Islámico, que han ganado terreno en un Irak consumido por la insurgencia en contra del gobierno y de las naciones occidentales lideradas por Estados Unidos.

Pareciera que haber acabado con la vida de tres mil personas en el centro financiero estadounidense y con los miles de árabes en las invasiones de Bagdad y Siria no abstiene a estos poderíos económicos de su ambicioso fin: dominio económico y geopolítico de la zona de mayor producción de hidrocarburos del mundo.

A este punto, cabe preguntarse si en la actualidad, como consecuencia de la invasión y la desestabilización de Irak y la región de Oriente Próximo, se está viviendo una suerte de guerra asimétrica, donde interactúan una multiplicidad de actores y fuerzas armadas que aniquilan poblaciones de civiles para saciar la indomable sed de poder y el control de la región más productora de petróleo, del tan ansiado oro negro.

Más de diez años después de la invasión de Estados Unidos y sus aliados a Irak, la región vive una realidad caótica y amenazante para la seguridad mundial. En la actualidad, el mundo es testigo de la desintegración de pueblos y culturas como resultado de un fracaso político diplomático, militar y económico en la región.

Vale cuestionarse, entonces, el lugar y la eficacia de los actores internacionales: Las Naciones Unidas, la Unión Europea, el Derecho Internacional, el G8, las organizaciones humanitarias y no gubernamentales; sin dejar del lado los medios de comunicación y el poder la opinión pública de frente a este conflicto que crece y se profundiza día con día.

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