Carlos Rodríguez Nichols
En los últimos días Rusia irrumpió militarmente en la guerra . Detrás de la lucha contra el avance del Estado Islámico en territorio sirio, se pone en evidencia el espaldarazo del presidente de Rusia al gobierno de Bashar al-Asad. La estrategia política y militar rusa consolida el poder del dictador sirio: lineamiento opuesto a los intereses estratégicos de Estados Unidos y de las naciones que conforman la Unión Europea que exigen la caída del presidente de Siria.
Como en una partida de ajedrez, el jefe de Estado ruso hace un movimiento político de tal envergadura que pone a las naciones más poderosas de Occidente en jaque mate. Debilita, de esta forma, el rol de la potencia norteamericana y de la UE en la erradicación del Estado Islámico así como en el intento de derrocar al presidente de Siria.
La invasión de Rusia a los extremistas y rebeldes sirios afianza sus intereses en Oriente Medio y reafirma su poder en la región. Asimismo, la alianza de la nación rusa con Siria, Irak e Irán fortalece al presidente Putin y disminuye el liderazgo de la Casa Blanca; permite un reposicionamiento geopolítico de Rusia y una restructuración hegemónica en la arena política internacional.
La República Islámica de Irán, en señal de apoyo a la irrupción rusa en la guerra siria, envió siete mil efectivos y un mayor respaldo en materia de inteligencia al gobierno sirio de Bashar al-Asad; el cual, se mantiene en el poder debido en gran medida al sustento financiero y al asesoramiento logístico brindado en los últimos cuatro años por la nación iraní.
Una vez más, se manifiesta las erráticas estrategias diplomáticas y militares de las naciones occidentales, orquestadas por Estados Unidos, en Siria e Irak. Lineamientos políticos y armamentistas que no han logrado detener al Estado Islámico ni tampoco destituir al dictador sirio.