Carlos Rodríguez Nichols
La potencia norteamericana y la Unión Europea se han visto envueltas en una guerra sin cuartel en contra del régimen de Bashar al-Asad. Esta coalición ha irrespetado la soberanía de la nación siria apoyando al grupo insurgente responsable en gran medida de la destrucción del país: de hospitales; escuelas; infraestructura; viviendas, fuentes de trabajo y de una pueblación víctima de las erráticas estrategias políticas y militares de las naciones occidentales en la región.
Un discurso moralista que señala a Bashar al-Asad con la misma vara con la que hace una década consideró a Sadam Husein el mayor peligro para la humanidad. Señalamiento, entonces, que dio pie a la penetración en la nación iraquí con el fin de demoler el supuesto arsenal de armas de destrucción masiva. Invasión que le costó a los Estados Unidos trillones de dólares y, finalmente, el desprestigio de aceptar la dudosa veracidad del servicio de inteligencia norteamericano en cuanto al inexistente armamento letal. Irak, en la actualidad, no se ha recuperado de las profundas heridas económicas y sociales que produjo la invasión; irrupción militar que destruyó el país y dejó un vacío de gobernabilidad.
Pareciera que las naciones occidentales consideraran a las sociedades árabes como una suerte de personajes peregrinos en busca de un autor que los guíe y encarrile. Absoluta equivocación. Estas naciones tienen su propia idiosincrasia, escala de valores, tradiciones religiosas y culturales diametralmente opuestas a la línea de pensamiento de América y Europa. Por lo tanto, el gran baluarte de la democracia occidental no es fácilmente exportable, como si fuera un producto más de la amplia selección ofertada en las góndolas del libre mercado capitalista, hacia aquellas culturas milenarias de Oriente Medio.
Pero, ¿qué hay detrás de esta perorata de salvación de Occidente a las subyugadas naciones árabes en manos de sus sangrientos dictadores? Hay intereses geopolíticos: el control de una de las zonas más ricas en petróleo y gas natural del planeta.
Con el fin de tener acceso a las riquezas naturales de Oriente Medio, las naciones occidentales, por siglos, se han aleado a los regímenes dictatoriales siempre que estos actúen según el canon de exigencias de los países desarrollados. No importa cuan deshumanizado sea el dictador mientras acate los parámetros establecidos por las potencias del primer mundo: el tirano se convierte en enemigo en el momento en que deja de plegarse a las demandas de las naciones de Occidente o cambia su foco de acción hacia otras naciones que no pertenecen a la llamada coalición norteamericana europea. Situación claramente evidenciada en la reciente triple alianza de Bashar al-Asad con Rusia, Irak e Irán en la lucha en contra del expansionismo terrorista; de cara al Estado Islámico hasta ahora invencible en el territorio sirio e iraquí.