Carlos Rodríguez Nichols
La presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, se ha expuesto a múltiples cirugías estéticas que han deformado sus facciones. Esta mujer que hace una década era considerada atractiva para su edad, se convirtió en un ejemplo de mal gusto y de las posibles atrocidades que la mala praxis puede ocasionarle a un rostro. Pareciera que el cirujano se excedió pronunciando los pómulos faciales de la señora presidenta. Como resultado de este grave error, que da la impresión le hubieran inyectado un par de semillas de mango, el médico se vio obligado a engrosar el resto de las facciones de la paciente. Le engruesó la nariz, tanto en la punta como a lo ancho, creando de esta forma, un morro que hace pensar en un supuesto antepasado de la mandataria procedente del continente africano o de alguno de esos paraísos fiscales que ella ha visitado en varias oportunidades.
Es muy notorio el exceso de colágeno aplicado a los labios de la presidenta. No se necesita un gran conocimiento de anatomía ni ser un experto ladrón de órganos humanos, para encontrar una semejanza entre un par de riñones y los belfos de la Jefa de Estado. Otros, los más atrevidos, se han lanzado a comparar los labios de la presidenta con dos bistecs de lomo de exportación.
Ahora, lo más sorprendente de la señora es el maquillaje. Ella no sabe la diferencia entre el arte de mejorar las facciones dando luminosidad al rosto y pintorrearse los ojos con brocha gorda. La mandataria se aplica tal exceso de rímel en las pestañas postizas que pareciera se le cayeran los párpados. A las nueve de la mañana, la jefa de Estado se presenta como una auténtica vedette de cualquiera de los tantos clubes nocturnos de la ciudad porteña, de esos que a estas alturas del partido aún imitan a los Lidos y los Crazy Horses parisinos de los años setenta.
Algunas lenguas viperinas han dicho que la peluquera de la señora Kirchner es la mujer del cirujano y que entre los dos profesionales han producido este maquiavélico resultado. Según cuentan los bonaerenses, la señora sufre de una profunda calvicie, por lo que estos expertos de la estética se han visto en la delicada situación de cubrir esos desagradables orificios o más bien las zonas despobladas de la cabeza presidencial. Por eso, han decidido colocar una suerte de malla sujetada al cuero cabelludo de la mandataria para poder entretejerle las extensiones de un rojo caoba. Un grueso mechón de pelo artificial le cubre el lado derecho de la cara; el que ella, con un disimulo aprendido y poco natural, se acomoda con la uña postiza de su dedo meñique, el mismo dedo donde lleva el famoso brillante incrustado en una tosca moldura de oro macizo.
La peluquera le han sugerido peinarla con un moño a lo Grace Kelly. Pero en eso la señora Kirchner tiene razón: “un chiñon, pronunciado con su acento arrabalero que delata que de niña no gateó en alfombra persa, le acentuaría aún más sus protuberantes mofletes”. Es horrible escucharla, verdaderamente da pena ajena, cuando trata de mascullar palabras en otros idiomas. Definitivamente, su gran notoriedad no radica en el manejo de las lenguas extranjeras: el dominio del inglés y el francés son, según sus decires, virtudes y etiquetas oligárquicas, un círculo al cual la señora no pertenece por nacimiento y mucho menos por distinción.
Pero, lo más serio de todo es la figura corporal de la jefa de Estado. En los últimos años su sobre peso se ha concentrado en las caderas y en las piernas. “Ella tiene mucho quilombo y le da por comer -dicen casi en secreto los más allegados-: unos cuadros ansiosos que trata de apaciguar con una desmedida ingesta de carbohidratos”. También, se baraja la posibilidad que debido a los desequilibrios emocionales que sufre la mandataria le hayan recomendado seguir un tratamiento con anti psicóticos; los cuales, son conocidos por sus efectos secundarios relacionados a una hiperlipidosis o en dos palabras a un exceso de grasa. Por esa razón, cuando las piernas cortas y regordetas de la señora ya no aguantan el peso de sus caderas, entonces, se somete a estrictas dietas impuestas por ella misma, sumado a obsesivas rutinas en la máquina caminadora, lo que al final se resume en internamientos hospitalarios como consecuencia de sus frecuentes lipotimias y bajonazos de azúcar. Claro, esto es secreto de Estado.
Ahora que la Constitución ha imposibilitado a la señora presidenta continuar al mando de cuarenta millones de argentinos; se espera, por su bien, que se dedique a disfrutar de sus acaudalada fortuna, amasada en los últimos doce años, y resguardada en paraísos fiscales alrededor del mundo: producto, obviamente de su excelente performance como una exitosa abogada y no por los negocios truchos con testaferros mafiosos como intentan mal informarla sus opositores.
Ante todo, la mandataria debe cuidar de su salud en una forma balanceada. Como consejo personal le recomendaría a la señora presidenta no tocarse más la cara: nada de cirugías plásticas ni tanta pomada maquilladora, no más botox y especialmente no volver a aplicarse colágeno en los labios. Más bien, le sugiero que coma mucha ensalada, frutos rojos, verduras frescas, pescado y que elimine por completo de su dieta el azúcar, el pan y las patatas. No más chocolates de esos que le regala Putin, que tanto le gusta comerse!
Señora Cristina, la llamo por su nombre de pila porque en un par de meses usted va a ser una persona como cualquiera de los tantos millones que nacen y mueren en este mundo y, a como pintan las cosas, con la oposición en el poder, posiblemente va a pasar sus últimos años detrás de las rejas y no en las soleadas playas de las islas Seychelles. Suerte, señora presidenta.