Carlos Rodríguez Nichols
La obra Farinelli, el castrato del Rey Felipe relata la historia del cantante de ópera más célebre del siglo XVIII. Durante nueve años Farinelli estuvo al servicio del rey Felipe V, y sucesivamente de Fernando VI y Bárbara de Braganza quienes se dedicaron durante su corto reinado a promover las ciencias y las artes. Fascinados por el don del castrato, y ahondado a la incapacidad por darle un heredero a la corona española, los reyes Fernando y Bárbara encontraron en Farinelli lo que ellos llamarían un hijo espiritual.
Esta puesta teatral bajo la dirección de Gustavo Tambascio profundiza en el lugar que tuvo Farinelli en la recuperación de Felipe V de su patológico estado de melancolía, en medio de intrigas palaciegas por la sucesión al trono de España. La obra logra hacer un recorrido por los pasillos de la historia y de aquella ópera barroca a la que pertenece Farinelli: parca o menos amusante que el posterior bel canto verdiano, accesible a un público burgués y no necesariamente intelectual o conocedor de este melodrama que se remonta al corazón del renacimiento.
En términos generales, la dirección de Tambascio es digna de una evaluación satisfactoria. Vale mencionar la sobresaliente actuación de Natalia Hernández interpretando a la reina consorte Isabel de Farnesio, segunda esposa de Felipe V y madrastra Fernando VI. También, es de notoria calidad el papel de Trinidad Iglesias en el personaje de Bárbara de Braganza así como el de Lander Otaola en la piel del castrato: un joven italiano de origen rural, desposeído a los doce años de su masculinidad con el fin de preservarle el tono de soprano con que deslumbró a las casas reales europeas de esa época.
No obstante, es cuestionable la actuación de Sandro Cordero en el papel de Felipe V, un monarca de rancio linaje, nieto de Luis XIV de Francia, cuyo comportamiento en la obra no concuerda con la de un encumbrado aristócrata melancólico, y que más bien parece un soez e histriónico artesano. Habría que preguntarse si, efectivamente, el monarca tenía rasgos de una vulgaridad latente, lo que se consideraría como excentricidades de la vena real, o el actor no puede esconder su verdadera génesis por más que lo disfracen de rey de España.
Quizás lo más destacado de esta obra es el excelente vestuario realizado por Jesús Ruiz: un despliegue de tules, sedas, terciopelos y brocados con hilos de oro que contrasta con el minimalismo de la escenografía: una clara fotografía de la España del siglo XVIII enriquecida con la conquista y la colonia de América, pero al mismo tiempo austera y muy lejos del esplendor y el derroche de fuentes y palacios de la Francia del rey sol, abuelo del melancólico monarca español, con quien Felipe V pasó los primero años de su vida.