Carlos Rodríguez Nichols
Philip Roth construye en la figura del protagonista, David Kepesh, un personaje con una estructura psíquica neurótica obsesiva marcada por celos desmedidos que raya por momentos en una suerte de delirio: pensamientos repetitivos circunscritos a situaciones y experiencias sexuales más del lado del goce que atribuibles al deseo.
Me siento inquieto a menos que hable por teléfono con ella a diario, tras haber hablado, también me siento inquieto…No puedo dejar de hacer lo que estoy haciendo, y todo lo que hago me trastorna…En las noches en que no está conmigo, me consumo pensando donde puede estar y que se propondrá hacer. Me siento en la cama y en plena noche me pongo a gritar: déjame en paz, Consuelo Catillo… Un hombre joven dará con ella y se la llevará.
Roth, a lo largo de ciento veinte páginas, lleva al lector al universo personal de David Kepesh, un reconocido crítico cultural y profesor de escritura crítica de una universidad neoyorquina. Un personaje que resulta más interesante analizarlo como caso clínico, desde una perspectiva psicoanalítica, que como protagonista literario.
David Kesh es un personaje inverosímil. Digo inverosímil por las descripciones tópicas y planas; los diálogos triviales, que por momentos hace pensar en culebrones televisivos o novelas de corazón, y sus reflexiones carentes de profundidad que distan de la intelectualidad que se espera de un académico de prestigio. Cavilaciones de arte, opera y música clásica, que más bien corresponden a las de un amateur de la cultura y no a las de un hombre de sesenta y dos años, con el bagaje de conocimiento de un crítico en Nueva York; una de las ciudades con más pertinentes culturales del mundo.
Tiene una blusa de color crema que se pone bajo un blazer azul bien cortado, con botones dorados, un bolso de mano marrón con la pátina de piel cara y botitas a juego que le llegan al tobillo.
“Supongo que me consideran una de esas chicas que asedian a los famosos”, comentó ella. “De ningún modo eres una chica de esas”, le aseguré. “Pero de seguro eso lo han pensado”.
Una serie de comportamientos del protagonista hacen pensar en un hombre irresponsable e inmaduro emocionalmente: el académico que mantiene relaciones sexuales con sus alumnas; el padre ausente incapaz de sostener a su hijo durante los años de adolescencia ni tampoco en la actualidad como adulto; el viejo obsesionado por conquistar y follarse chicas jóvenes cuarenta años menor que él; y el recurrente deseo sexual teñido de pornografía.
Otro aspecto que aleja a la trama de la veracidad es el personaje de Consuelo Castillo. La chica cubana, descendiente de duques españoles afincados en la Habana oligárquica pre revolucionaria, cuya familia emigra a Estados Unidos, antes de la llegada de Castro al poder, y se establece en New Jersey donde goza de un nivel socio económico privilegiado. Curiosamente, la descendiente de duques españoles y perteneciente a la alta burguesía cubana, no sabe quien es Velázquez, uno de los mayores referentes de la cultura española. Si es así, Consuelo Castillo no es merecedora de ningún título ni corono nobiliaria!
Personalmente, Animal moribundo me produjo un vacío en cuanto a la construcción de los personajes; especialmente, el de David Kesh que resulta una especie de “ni-ni”. Ni es un académico intelectual que invite al desarrollo del pensamiento y a la reflexión; ni es un perverso que a través de sus comentarios supuestamente pornográficos invita al erotismo y mucho menos a la excitación del espectador, en este caso el lector. Si el propósito del autor es crear un personaje psíquicamente desequilibrado en un entorno marcado por un desorden emocional, entonces, en este caso, la figura de Kesh cumpliría un mayor y merecido fin.
Animal moribundo es un cúmulo de personajes mal amalgamados en una trama mal hilada, que más bien cuestiona la seriedad de Roth como novelista y ganador de varios premios literarios.