Carlos Rodríguez Nichols
Existe un continente de distancia entre la igualdad de oportunidades, la libertad de expresión de los ciudadanos y la vulgarización de las masas. Esta masificación de la vulgaridad se debe en gran parte a una caída de los referentes de autoridad, a un irrespeto a las instituciones y una transgresión de los límites en el ámbito político, social y económico: una sociedad marcada por avances científicos y tecnológicos pero al mismo tiempo testigo de una vertiginosa pérdida de valores, de las formas y la esencia del discurso.
Organismos gubernamentales enlodados en escándalos de corrupción, en transacciones ilegales de sustancias psicoactivas y en trata de personas; mafias y servicios de inteligencia interrelacionados que actúan al margen de la ley ante la mirada ciega de senadores, jefes de estados y altas jerarquías sociales; religiosos involucrados en abusos sexuales a menores y en fraudulentas inversiones financieras que distan del ejemplo de honestidad, nobleza y verdad, que supuestamente edifican su corpus ideológico y espiritual.
Estos abusos de autoridad, ahondado a un desproporcionado deseo de enriquecimiento sin importar la procedencia de las ganancias, ha desacreditado a las figuras de poder encargadas de liderar las instituciones que representan. La falta de respeto a las altas esferas gubernamentales ha dado pie al hombre de la calle a traspasar la frontera entre libertad y libertinaje; entre la libertad de expresar sus propias convicciones y un comportamiento soez.
De ahí, y como consecuencia de esta algarabía social, el surgimiento de líderes políticos de derecha e izquierda, que con bravuconadas y palabras teñidas de violencia e insultos pretenden presidir los gobiernos de las economías más poderosas del mundo. Ejemplo de esto es la candidatura de Donald Trump para ocupar la Casa Blanca, y Pablo Iglesias en la Moncloa. Dos políticos situados en polos ideológicos opuestos pero, ambos, con una altanería y prepotencia en común, capaces de humillar y arrojar toda clase de improperios sin importar las creencias religiosas ni las raíces culturales de los receptores.
Cabe preguntarse si estos impresentables candidatos a jefe de estado son el producto de una sociedad chabacana y grosera o más bien el resultado de la masificación de la ordinariez apoderada de aquellas organizaciones con potestad para representar democráticamente a los ciudadanos.
Muy buen analisis. Corto, concreto y facil de leer. Gracias Carlos.
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excelente Carlos !!!!
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