Carlos Rodríguez Nichols
Desde hace cinco años, Siria se convirtió en el escenario de guerra de actores locales y multinacionales que se aniquilan por motivos geopolíticos. A nivel nacional, el dictador Bashar al-Asad, instalado en el poder desde hace más de una década, defiende su poderosos régimen dictatorial a costa de sangrientos métodos de control social contra grupos insurgentes apoyados por una coalición de naciones occidentales orquestadas por Estados Unidos. También, se han incrementado la participación de Irán, Turquía, Rusia, Arabia Saudí y Qatar debido a intereses hegemónicos en la zona: fuerzas regionales que movidas por sus propias ambiciones económicas se alinean estratégicamente con los diferentes bandos involucrados en el conflicto.
La potencia norteamericana y la Unión Europea han apostado desde el inicio de la guerra por la eficacia de bombardeos aéreos en lugar de una implicación militarmente masiva. Hasta ahora, las tácticas militares de la coalición no han logrado derrocar al dictador sirio ni tampoco erradicar a los grupos extremistas. Más bien, se ha desencadenado una espiral de violencia en las principales ciudades sirias, produciendo un caos económico y social de tal magnitud, que ha forzado a millones de ciudadanos a migrar en busca de seguridad y de un futuro incierto distante de su lenguaje, creencias religiosas y raíces culturales: una crisis humana sin precedentes desde la segunda guerra mundial que desequilibra a Oriente Medio y amenaza la estabilidad de la Unión Europea.
En la actualidad, el dictador sirio cuenta con el respaldo material y logístico de la República de Irán y con el apoyo militar de Rusia. Por un lado, Irán apuesta por fortalecer su posición hegemónica en contraposición al poder de Arabia Saudí con proyecciones expansionistas en Oriente Medio. Irán cuenta con la capacidad económica para financiar la guerra en Siria, especialmente en este momento que no tiene las sanciones y el bloqueo comercial de Estados Unidos y de las naciones de occidente; apoyo material que también destina a las agrupaciones aliadas al régimen de los ayatolas, como es el caso de Hamás y Hezbollah que actúan a la sombra del poder iraní.
El apoyo logístico brindado por Irán a Bashar-al Asad ha sido clave para la permanencia del dictador al frente del gobierno de Damasco durante estos cinco años en guerra. Al mismo tiempo, la cercanía de la república iraní con Rusia ha marcado un hito en el desarrollo del conflicto y ha cambiado el rumbo de la guerra civil en el país árabe. Desde finales de setiembre del 2015, la intervención rusa marcó un antes y un después en el conflicto: la involucración militar de Rusia pone de manifiesto el espaldarazo del Kremlin al gobierno de Bashar-al Assad que resulta determinante para la supervivencia del régimen sirio; reafirma la fuerza militar de Rusia en la región y posiciona a Vladimir Putin como padrino militar del dictador árabe.
Putin ha capitalizado con éxito los resultados de su política exterior en Oriente Medio, mostrando la vigencia de su armamento y la excelente condición de las fuerzas armadas. La guerra de en Siria le ha dado al poderío ruso la posibilidad de demostrarle al mundo la eficacia de sus misiles de larga distancia y la eficiencia de la defensa antiaérea con equipos de técnica avanzada; tecnología que algunos suponían obsoleta. No hay la menor duda que la presencia de Rusia e Irán ha alterado el equilibrio de poderes en la región y le ha dado un segundo aire al régimen del dictador sirio. Contrariamente a lo que se esperaba, en este momento las fuerzas de Assad avanzan hacia la reconquista de Alepo, uno de los centros históricos más antiguos de la civilización, hasta ahora en manos de grupos terroristas.
En los acuerdos preliminares sobre el futuro de Siria, Assad es parte integral de las negociaciones; algo impensable hace menos de un año cuando se creía que el dictador tenía los días contados. Más bien, Assad en posición de mando advierte que un alto al fuego es viable siempre y cuando se garantice la suspensión de las operaciones de grupos terroristas apoyados militar y económicamente por Arabia Saudí y Qatar: una amalgama de células extremistas que, en algunos casos, colaboran simultáneamente con el grupo opositor Ejército Libre Sirio anti Assad y también con el Estado Islámico ligado a Al Qaeda.
Los objetivos de muchas de estas agrupaciones extremistas en la zona no se limitan solamente a derrocar al dictador de Siria, sino extender su visión del islam en la región. Para llevar a acabo su propósito necesitan el patrocinio de los príncipes saudíes y de las potencias árabes interesadas en tener mayor control del territorio sirio: posición geográfica que es fundamental para el acceso de petróleo y gas natural de Oriente Medio a Europa. Arabia Saudí, aliado de Estados Unidos y de las naciones de occidente en la región, se posiciona entre las principales fuerzas internacionales interventoras en el conflicto de Siria.
Paralelamente a los combates entre los rebeldes y las fuerzas gubernamentales de Damasco, la artillería turca respaldada por Arabia Saudí ataca las milicias kurdas que cuentan con el apoyo del ejercito ruso. Situación que podría desencadenar un nuevo punto de desencuentro entre rusos y turcos; un desencuentro que en la actualidad, con el hervidero en la región, podría alcanzar serias e inenarrables consecuencias. “Los riesgos de la anunciada intervención terrestre de Turquía y Arabia Saudí no haría más que agravar el conflicto” (García-Margallo); creándose, de esta forma, la posibilidad de un enfrentamiento directo entre las tropas militares saudíes y las de la república de Irán en suelo sirio: dos poderes en contraposición que luchan por la hegemonía en Oriente Medio.
La Naciones Unidas, organizaciones no gubernamentales, las potencias occidentales, Turquía, los emiratos y principados petroleros árabes han proclamado la necesidad de un cese al fuego en el territorio sirio, el cual en los últimos cinco años se ha convertido en tierra de nadie y escenario de poderes, en el que se exterminan los unos a los otros a la sombra de los más viles intereses y codicia: el afán de conquista de uno de los centros más valiosos de la humanidad.
Estados Unidos y las naciones occidente señalan a Bashar al-Assad, con la misma vara con la que en el pasado juzgaron a Sadam Husein, culpabilizándolo de utilizar armamento químico contra su población. En Irak no encontraron trazas del supuesto armamento de destrucción masiva; mataron al dictador y a sus dos hijos; destruyeron Irak; y hoy, más de una década después, Bagdad vive los estragos de una guerra inventada y orquestada por las potencias occidentales con fines lucrativos y geopolíticos.
Rusia ha podido retomar los aires de aquella poderosa Unión Soviética que el Kremlin y los rusos añoran con nostalgia; añoran ser una de las cabezas del planeta como lo fueron en la era de los años de la guerra fría. Putin, que en la actualidad goza de un altísimo porcentaje de aprobación de su pueblo, se presenta ante el mundo con una suerte de grandeza imperial como si pretendiera re-humanizar a Iván el Terrible o al lustro del Zar Nicolás Primero en el siglo diez y nueve.
Por otro lado, el presidente de Turquía vive un momento de esplendor como en los años en que Atatürk intentaba romper con un pasado legendario para incorporarse a un movimiento europeísta. Hoy Turquía baraja sus cartas a la sombra de la Unión Europea, la cual necesita de su presencia para aliviar la pesada carga de las hordas de refugiados que huyen de la guerra en Siria hacia el viejo continente. Pero, las intenciones turcas no son solamente loables. En algunos casos, tienen un tinte de corrupción y de negociaciones al margen de la ley, como es el caso del petróleo de contrabando, el cual los turcos permiten al Estado Islámico negociar en el mercado negro a precios de gran conveniencia para las naciones occidentales. Turquía en la actualidad mueve sus fichas políticas y militares bajo la tutela de Arabia Saudí y de Estados Unidos el gran aliados de ambas naciones.
Se puede pensar que hasta el día de hoy Irán, Rusia y Bashar al- Assad llevan la batuta de este ajedrez multinacional que ha producido la destrucción de Siria; la muerte de alrededor de trescientas mil personas; y más de diez millones de desplazados. Los poderíos mundiales han tenido la oportunidad de probar sus armamento militar; poner en marcha el multimillonario engranaje armamentista; establecer sus posiciones de fuerza en la arena política internacional; y repartirse el poder relacionado con el caudal de oro negro de la región.
Finalmente, en un acto ceremonial, las potencias mundiales se reúnen en Ginebra para acordar que el conflicto en Siria no se soluciona por medios militares y que requiere de acuerdos políticos y diplomáticos. Pero, en esta sinfonía a varias manos no se debe de olvidad el lugar que ocupan los grupos extremistas en el mapa mundial: el terrorismo cada día gana terreno a través de la utilización de la barbarie, degollando cristianos, periodistas y a todos aquellos que no recen el credo islámico.