El otoño del capitalismo

Carlos Rodríguez Nichols

Hoy por hoy la gran mayoría de los países del mundo se rigen bajo las leyes del sistema capitalista. Con la excepción, si acaso, de una docena de naciones, el planeta gira bajo las políticas económicas de las potencias mundiales occidentales, asiáticas y petroleras. Un conjunto de veinte naciones, orquestadas por los cinco miembros permanentes de las Naciones Unidas, toman las decisiones más importantes del planeta. Los demás países son prosaicamente considerados tercermundistas o pueblos en vías de desarrollo.

En las últimas décadas una gran parte de los siete mil millones de habitantes de la tierra han sido testigo de hambrunas, problemas medio ambientales y pobreza extrema en oposición al poder y al enriquecimiento desproporcionado de otros sectores sociales. Una desigualdad económica que ha aminorado la capacidad de consumo, la prosperidad social y la esperanza de surgir de la clase media; de lo que los estadounidenses llaman el sueño americano. Esta discrepancia económica ha corroído uno de los pilares más solidos del sistema capitalista.

El declive o contracción del poder adquisitivo de la clase media ha sido el motor móvil de un descontento social, y el factor potenciador de una desilusión masiva del capitalismo. De ahí, el auge de discursos políticos altisonantes en contra de la integración regional, de la globalización y especialmente de todo lo relacionado al “establishment” político y económico.

Las multitudes indignadas con los abusos de poder, y con la corrupción descarada de algunos miembros de los partidos tradicionales, se han plegado a formaciones políticas emergentes tanto de extrema derecha como de una izquierda recalcitrante que, cada una con sus diferentes matices ideológicos, pone en cuestión el liderazgo de la élites políticas convencionales.

La ira y el descontento social son los sentimientos de algunos ciudadanos náufragos en un océano de deudas con salarios que en muchos casos no son suficiente para cubrir sus necesidades básicas: un cúmulo de emociones que abarca desde enojo, frustración y hartazgo, hasta un vil resentimiento hacia los sistemas financieros y a la estructura política capitalista.

Una efervescencia “antiestablishment” toma cada vez más fuerza bajo liderazgos populistas. Todos ellos, desde sus posiciones más distantes, convergen en un punto en común: el desprecio al abuso de poder, y al enriquecimiento salvaje de unos cuantos a costa del atraso en materia de salud, vivienda, servicios públicos y educación de sus propios ciudadanos.

Es hora de que la humanidad tome conciencia de las atrocidades cometidas por el hombre bajo la mirada ciega y con fines lucrativos de algunos de sus dirigentes: guerras innecesarias; calentamiento global; destrucción del ecosistema; el deshielo de glaciales; epidemias como el zika y el ébola que amenazan a la población mundial, especialmente a aquellos que viven en condiciones infrahumanas; y actos terrorista de una violencia extrema que se asemeja al comportamiento característico del oscurantismo, y no al del hombre supuestamente civilizado del siglo veintiuno.

Los Jefes de Estado de las cinco naciones más poderosas del planeta deben tomar urgentemente las medidas necesarias para evitar un desequilibrio ecológico producto de los excesos cometidos por la humanidad, un abuso hacia su propia naturaleza a lo largo de las últimas décadas; sino, dentro de poco tiempo seremos testigos del otoño del capitalismo en manos de líderes populistas incapaces de ofrecer soluciones sustentables a los serios problemas que enfrenta el hombre contemporáneo.

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