Carlos Rodríguez Nichols
El islam se remonta al séptimo siglo de nuestra era, a Mahoma, la Meca y a la historia de sus fieles seguidores durante mil quinientos años. Es un corpus ideológico religioso que comprende políticas de Estado; una combinación de fe, ética y leyes jurídicas recubiertas de una ideología religiosa arcaica que cala en las costumbres y la visión de mundo de estos pueblos. Sociedades que a lo largo de la historia han vivido en relaciones de verticalidad, dominio y servidumbre, y que aún en la actualidad siguen cánones y ordenamientos feudales supuestos al medioevo y no al desarrollo intelectual y científico de las naciones occidentales.
Occidente ha vivido un proceso de culturización que abarca el renacimiento, la ilustración, pensadores de la altura de Locke, Rousseau, Diderot y reconstructores sociales que han permitido que las naciones occidentales tengan una actitud intelectual reformista y un movimiento modernizador del pensamiento. Corrientes que, en mayor o menor medida, han logrado disociarse del arcaísmo cultural religioso que caracteriza a los pueblos musulmanes. Por eso, es imposible pretender homologar la evolución de las naciones occidentales al proceso civilizatorio de los pueblos árabes replegados a preceptos fundamentalistas y a un dogmatismo ideológico religioso.
El mundo musulmán no se puede occidentalizar. En todo caso, se puede pensar en la posibilidad de una reforma cultural dentro de sus propios parámetros, espacio y tiempo: una reorganización de la estructura estatal, religiosa y militar; una reestructuración opuesta al nacionalismo popular que en la actualidad obliga a sus seguidores a radicalizarse en la lucha armada contra el reformismo religioso.
Para entender las ataduras de los pueblos musulmanes a este radicalismo populista, habría que hacer una breve revisión de la relaciones de poder entre las potencias occidentales y las naciones árabes. Por ejemplo, durante el siglo veinte se evidencia claramente una sujeción de los pueblos árabes a regímenes dictatoriales impuestos, desde el extranjero, por las naciones imperialistas occidentales en Oriente Medio. Un comportamiento colonialista que fomentó una relación de amo y esclavo e impidió la evolución interna de los pueblos árabes y el desarrollo de sociedades reformistas. Más bien, produjo heridas profundas y vínculos sociales de gran violencia marcadas consecuentemente por un repliegue sobre sí mismas, un enroscamiento en esta suerte de fundamentalismo ideológico religioso.
Durante décadas, las potencias occidentales permitieron la existencia del islam en los países colonizados siempre y cuando estas prácticas religiosas no evolucionaran hacia una ideología de liberación nacional que pudiese debilitar la dominación de Occidente en la región. Después de la segunda Guerra Mundial, los movimientos independentistas ganan terreno en Oriente Medio fortaleciendo un nacionalismo árabe profundamente arraigado a un islam de Estado, un islam popular y un islam militar.