Carlos Rodríguez Nichols
Marguerite Yourcenar, escritora de alto vuelo y amante de la historia, inmortaliza las memorias del emperador Adriano. Se traslada al segundo siglo de nuestra era; al mundo y submundo de los emperadores romanos; a los secretos de Estado, a las intrigas de palacio y a las confidencias de alcoba de Adriano el descendiente de Calígula, Claudio, Nerón y Trajano. Se mete en su piel, en sus temores, sus deseos más primarios, su doble vida, su sexualidad, su amor por las estética, por la grandeza del imperio, las batallas y conquistas, pero ante todo por el respeto que el joven emperador le tiene a la vida, a la existencia humana. Humanidad que lo engrandece a través de la observación de sí mismo, de las personas de su entorno, del conocimiento proporcionado por las lecturas, del legado filosófico de los estoicos, y especialmente de la cultura helénica que tanto magnificó a Adriano.
Yourcenar recorre cada rincón del imperio romano, pero ante todo los laberintos más íntimos del emperador, del jefe supremo de uno de los dominios más poderosos y de mayor trascendencia histórica de la civilización occidental. Adriano, el hombre que lleva sobre sus hombros las tradiciones y conquistas de Julio Cesar y sus sucesores, es la cabeza de un imperio que se extiende desde el océano Atlántico hasta las orillas del mar Caspio, el mar Rojo y el golfo Pérsico, el desierto del Sahara hasta los ríos Rin y Danubio y la frontera con Caledonia.
Yourcenar, en ningún momento toma distancia de Adriano, del hombre de carne y hueso, del joven apasionado que, por momentos envuelto en habladurías de palacio, se juega su piel y su futuro. En Adriano, tanto el hombre de vicios como el emperador de pasiones desbordadas, existían virtudes intelectuales, estrategia, valentía, lealtad, honor y un espíritu de grandeza por el imperio más poderoso de su tiempo.
Adriano es el vencedor de múltiples batallas, y el enérgico constructor de un poderío en el cual empezaba a asomarse el ocaso. Un hombre, al que las cortesanas le repugnaron y el matrimonio lo hartaba, en aquella Roma propicia al libertinaje, a las aventuras amorosas y a los adulterios entre gobernantes y patricias. No obstante, Plotina ocupó un lugar preponderante en la vida de Adriano.
La popularidad de Adriano fue lo bastante fuerte para imponerle a las tropas las más duras restricciones. Inventó el culto a la Disciplina Augusta que más tarde extendió a todo el ejército. Desechó a los imprudentes y a los ambiciosos, a los funcionarios incapaces y mandó a ejecutar despiadadamente a aquellos que fueron sus enemigos.
Yourcenar, a lo largo de casi cuatrocientas páginas lleva de la mano al lector por uno de los dominios más inmemorables de la historia. La pluma de Marguerite Yourcenar permanecerá inmortal en la memoria de los que tienen la dicha de caminar a lo largo y a lo ancho de la extraordinaria construcción de frases y párrafos; palabras que unen la historia de un colosal imperio al presente del siglo veintiuno.
Y, Adriano, en el ocaso de su vida, se despoja de su campa imperial y del mando de Roma sobre la civilización. En sus últimas palabras:
Empiezo a conocer la muerte; tiene otros secretos, aún más ajenos a nuestra actual condición de hombres. Y sin embargo, tan entretejidos y profundos son estos misterios de ausencia y de olvido parcial, que sentimos claramente confluir en alguna parte la fuente blanca y la fuente sombría.