Carlos Rodríguez Nichols
Albert Rivera, anoche en el debate televisivo de los candidatos a Presidente del Gobierno de España, volvió a recuperar el centro del espectro político español: un rol de árbitro y equilibrio entre los dos partidos tradicionales. Representación que había perdido en los últimos meses al atacar sin moderación a Mariano Rajoy, el aspirante de la derecha y candidato del Partido Popular, de quien incluso exigía sus sustitución.
En esta oportunidad, Rivera demostró aplomo y capacidad para defender sus puntos de vista sin caer en insultos y menosprecios a sus colegas en la carrera presidencialista; especialmente, teniendo en cuenta que el panorama político actual va a requerir de pactos entre las diferentes tendencias para gobernar.
Durante los ciento veinte minutos del debate, Albert Rivera tuvo la oportunidad de exponer los principales ejes de su política en materia económica, social, anti terrorismo y relaciones internacionales. En los cuatro campos manifestó elocuencia al hacer una crítica de las falencias del gobierno en función, así como al señalar las contradicciones ideológicas en las que ha caído su contrincante izquierdista, Pablo Iglesias, quien en las últimas semanas se unió al partido comunista con fines electorales.
Iglesias, se formó en la juventud comunista, fue asesor del chavismo venezolano de quien recibió la suma de siete millones de euros, aunque en las últimas semanas se considera un social demócrata. Obviamente, el señor Iglesias no puede llevar tantos disfraces en tan poco tiempo. Ha pasado de tener una posición anti europeísta, estar en contra del NATO y de la moneda única europea, a estar a favor de todo lo mencionado anteriormente con tal de captar votos del centro izquierda. Una maniobra política que le puede acarrear resultados negativos, y que claramente se puso de manifiesto al no poder defenderse de las críticas expuestas por Albert Rivera. Un Pablo Iglesias disminuido no solo por su desalineada presencia física y su enjuta postura, sino especialmente por la incapacidad de rebatir su verdadera posición en la permanencia de España en la Unión Europea, su relación con el gobierno venezolano de Maduro y su rechazo a firmar el trato anti terrorista, al que se unieron el resto de las agrupaciones constitucionalistas españolas.
Mariano Rajoy, como presidente de gobierno y con una experiencia en política que data desde hace más de treinta años, logró defenderse de las críticas de sus adversarios con seguridad en materia de macro economía, al hacer en reiteradas ocasiones alarde del avance económico que ha tenido España en los últimos cuatro años, y tomando en cuenta la delicada situación que heredó de su antecesor Rodríguez Zapatero. Rajoy se distingue por su saber estar, a pesar de carecer de emocionalidad en la oratoria y en el lenguaje no verbal. Es un candidato, considerado por muchos, soso y representante del establishment financiero y empresarial, aunque no se puede negar su habilidad como gestor en una España que hace un lustro estuvo a punto del rescate.
Una vez más, Albert Rivera se volvió a ganar la confianza de muchos seguidores que, en los últimos meses, le habían castigado por su poca moderación en las críticas a sus adversarios, y por el resultado negativo obtenido en el pacto de investidura con Pedro Sánchez, el candidato del partido socialista, a quien anteriormente había señalado sin ninguna consideración. Rivera no debe de olvidar que su punto fuerte es el del político en equilibrio. Un rol que debe manifestarle a los votantes, a un electorado agotado hasta el hartazgo de la corrupción de los partidos tradicionales.