Carlos Rodríguez Nichols
Una pandilla de políticos inmaduros se han apoderado de los partidos políticos de Europa y Estados Unidos. Con discursos nacionalistas de derecha y de izquierdas populistas pretenden manipular la opinión pública con una verborrea más cerca de las vísceras que de la razón. Unas posturas partidistas que transgreden las ideologías, cómo si el electorado fuera poco menos que un rebaño de animales de cordillera. España es un claro ejemplo de esto dicho.
Pablo Iglesias, el candidato de la izquierda recalcitrante se arropó en pelajes socialdemócratas con el fin de captar votos del centro izquierda. Siguiendo las recomendaciones de sus asesores, Iglesias en la última campaña personificó una forzada sonrisa que lo alejaba de aquellas bravuconadas venenosas, y de las expresiones ceñudas que daban aún más miedo que su amarga perorata. El electorado no le creyó ni su ficticia postura ideológica centrista, ni tampoco su controlado temperamento tan lejos de su innato carácter impulsivo y sus berrinches de adolescente. Al final de cuentas, no demostró ser un ideólogo comprometido con su filosofía política ni un exitoso estratega. Quedó claro que es un actor incapaz de convencer con su libreto más allá que a sus fieles indignados. En la última elección obtuvo un millón doscientos mil votos menos que hace seis meses.
Los líderes de los partidos emergentes, al igual que los dirigentes de la política tradicional, obnubilados por la ansia de poder han dado pasos en falso. Un poder político logrado muchas veces a costa de máscaras, falsas posturas y riesgosas decisiones, como el referéndum del Reino Unido que desató una desequilibrio financiero y político en Gran Bretaña y en las naciones europeas. Una crisis que ha dejado como saldo la dimisión de David Cameron.
En Estados Unidos, Donald Trump lejos de ser un político de carrera ha conseguido una victoria partidista jugando con las emociones de sus seguidores. Un espectacular “reality show”, dirigido a un público circense y a una audiencia que no se distancia de la de Gran Hermano, que carece de los fundamentos éticos que se espera de un candidato a presidente de la primera potencia mundial, y del comandante en jefe de la nación con el mayor presupuesto militar del mundo.
A pesar que la potencia norteamericana ha tenido algunos vergonzosos jefes de estado, en el presente, se requiere de un estadista capaz de proporcionar seguridad y equilibrio tanto a nivel doméstico como en el escenario internacional. Especialmente, en este momento que el mundo apenas empieza a recuperarse de una de las crisis financieras más contundentes de la historia contemporánea, y las naciones de occidente son indiscriminadamente azotadas por organizaciones de terrorismo ideológico-religioso. La realidad actual exige, más que nunca, dirigentes políticos racionales, pragmáticos y capaces de conducir las naciones de forma sensata, y no por esta panda de aprendices y de políticos irresponsables que cambian de pelaje según sus conveniencias e intereses electorales.