Carlos Rodríguez Nichols
Si se hace una revisión de los principales acontecimientos ocurridos en Europa durante las primeras cinco décadas del siglo veinte, se puede encontrar una gran similitud con los vicios que la sociedad europea afronta cien años después. En ambos casos, hay un descontento de las clases menos privilegiadas hacia las elites gubernamentales y las organizaciones financieras de la sociedad.
Si nos remontamos a la La Primera Guerra Mundial, ésta produjo tal agravio y hambre en la población rusa, que las masas se manifestaron en forma contundente en contra de las medidas autoritarias del imperio zarista de Nicolás II, convirtiendo la masacre de San Petersburgo en el pilar de la eventual revolución bolchevique. Dos décadas más tarde, en el corazón de Europa, se viviría uno de los movimientos nacionalistas más sangrientos y aniquilantes de la historia, el Tercer Reich liderado por el Canciller Adolf Hitler.
En dichos ejemplos, se pone de manifiesto un profundo sentimiento anti elite o anti establishment que conlleva a la expansión de movimientos populistas de izquierda, o a nacionalismos de corte derechista igual de obcecados. Organizaciones políticas cimentadas en un descontento popular donde el presente de la gente, del populo, se convierte en una suerte de sobrevivencia a corta distancia muy lejos de aquellos sueños truncados; frustración debida, en gran parte, a una inestabilidad o precariedad laboral que hace insostenibles las economías familiares.
No obstante, vale mencionar algunas importantes diferencias entre la realidad europea del pasado y la del presente. La Europa de principios del siglo veinte estaba tutelada por el Imperio Británico, los Zares de Rusia, en Imperio Astro-Húngaro, y un número de casas reales, entre ellos España, Italia, Grecia, y los países nórdicos, en lugar de los supuestos principios democráticos que hoy, en su gran mayoría, configuran la arena política internacional. También, en la actualidad, la sociedad contemporánea vive en un mundo globalizado que gira a otro ritmo producto del avance en las comunicaciones y en las tecnologías innovadoras, que han modificado la interacción de las personas, las culturas y las naciones.
Aquí, no se trata de hacer un recorrido comparativo de la historia política y económica del siglo veinte con las vivencias del presente. Interesaría, más bien, invitar a la reflexión para encontrar soluciones a un reestructuración de la sociedad que permita un mayor bien-estar de las clases menos privilegiadas; un incremento de sus posibilidades y condición social que, al final de cuentas, jugaría en beneficio de la elites de la sociedad.
Es utópico pretender una igualdad intelectual, económica y social de toda la población. Pero, se debe seguir trabajando para conseguir los mismos derechos individuales del hombre, la mujer y los niños, más allá de su raza o inclinación sexual. Oportunidades en materia de educación, salud, vivienda y posibilidades de trabajos bien remunerados, que permitan tener una vida digna y espacios recreativos. Se trata, más bien, de unir a los diferentes sectores de la sociedad para mejorar las condiciones presentes y no de segregar-se en una trinchera de odios, venganza y resentimiento.
La unión de los estados y de los pueblos, es la única forma de hacer frente a las multitudes hambrientas sobrevivientes de guerras y destrucciones en Siria, Irak y Líbano; masas que se desplazan a otros continentes demandando el mismo refugio que buscaban aquellos supervivientes de los campos de concentración y los genocidios del siglo XX.
Europa y las naciones occidentales, ahora más que nunca, deben amalgamarse de cara a la proliferación nuclear; los problemas climáticos que amenazan el ecosistema planetario; el terrorismo y el crimen organizado a escala mundial que acribilla sin misericordia a inocentes ajenos a las patologías personales y a fanatismos colectivos de extremistas. Si no, los únicos beneficiados serán las organizaciones fraudulentas de populistas y nacionalistas que juegan con las emociones y la precariedad de la gente con fines personales y partidistas.