Carlos Rodríguez Nichols
En las últimas semanas, ha salido a la luz pública irregularidades en el estado físico y emocional de la candidata demócrata a la presidencia de Estados Unidos. Se han barajado diferentes hipótesis: desde una simple tos alérgica; un supuesto diagnóstico de neumonía, hasta un desequilibrio neurológico consecuencia de una descomposición sufrida hace cuatro años. Las razones de estas elucubraciones se deben a que está en juego la salud del futuro presidente de la primera potencia mundial, independientemente si se trata de un candidato hombre, mujer, blanco , negro, protestante o católico. Al final de cuentas lo que importa es la condición física y mental de la persona que va a dirigir las políticas mundiales. Se trata, en todo caso, de aproximarse a una observación de los hechos ocurridos el pasado domingo once de septiembre en la conmemoración del quinceavo aniversario de las Torres Gemelas, desde una perspectiva fáctica, más allá de las inclinaciones políticas a favor o en contra de la candidata.
Según el parte médico, la señora Clinton había sido diagnosticada con una neumonía a causa de una recurrente tos, que por varias semanas se alegó que era de carácter alérgico. Llama la atención que la candidata demócrata con un supuesto diagnóstico de neumonía estuviese socializando durante el evento al aire libre en el distrito financiero de Nueva York, cuando es sabido, por aquellos pacientes que hemos tenido neumonía, las fiebres altas, la debilidad y los problemas bronquio respiratorios característicos de esta patología; al punto que en muchos casos, como es mi situación personal, hay una predisposición latente a desarrollar afecciones bronco respiratorias en el futuro.
No es descartable que la señora Clinton tuviese una neumonía atípica y de tal levedad que le permitiera estar presente en esta actividad política. Tan leve, que dos horas después de la descomposición sufrida saliera, del apartamento de su hija, radiante haciendo alarde del maravilloso día neoyorkino. De veras que parecía otra, como si se tratar de una doble, de aquella mujer descompensada un par de horas antes, que manifestaba una serie de movimientos corporales incontrolados que, según se pudo observar en el video, se asemejan a los desbalances neurológicos de pacientes afectados por desequilibrios eléctricos cerebrales.
Más allá del verdadero diagnóstico de la señora Clinton, que solamente el tiempo lo dirá, la candidata demócrata como cualquier candidato a la presidencia de Estados Unidos está expuesta a un altísimo nivel de estrés, constantes críticas, una agitada agenda política y social, conferencias de prensa, rectificaciones de los dichos, la presión de las encuestas y una maquinaria partidista que los mide minuto a minuto. La candidatura a la presidencia de la Casa Blanca es un maratón donde no solamente se pone a prueba de fuego la aceptación o rechazo del electorado para ocupar esta responsabilidad, sino también la capacidad física y emocional del posible futuro presidente de una de las potencias mundiales, con el poder y mando para conducir al mundo por un sendero de orden y paz, o por el camino de la insensatez como se ha visto en el pasado.
Una vez más, aquí no se trata de juzgar si Hillary, con neumonía, tos alérgica o un derrame cerebral a cuestas, es mejor o peor que su contrincante republicano; ya se sabe de ante mano las carencias diplomáticas y las irresponsables puestas en escena de Donald Trump y las serias consecuencias de su investidura como presidente de Estados Unidos. No obstante, el electorado no puede hacerse la vista gorda con las irregularidades físicas y emocionales manifestadas por la señora Clinton en los últimos días, por más repulsión que se tenga hacia el candidato republicano.
El 8 de noviembre el pueblo americano tendrá que decidir en las urnas quien es la persona que va a dirigir las políticas mundiales. No se trata de escoger al presidente del colegio, la universidad o la federación deportiva; ese día se pone en juego el futuro político y económico de un mundo muy convulso.