Estados Unidos: Una falta de decencia se apodera de la campaña presidencial

Carlos Rodríguez Nichols

Donald Trump, una vez más, llama la atención con su habitual vulgaridad. En los últimos días el mundo ha sido testigo de una soez puesta en escena del candidato republicano haciendo alarde de manoseos y arbitrariedades sexuales. A todas luces, el magnate neoyorkino propietario de casinos, revistas pornográficas y concursos de belleza, no sabe distinguir entre las empresas del bajo mundo, y sus aspiraciones a Comandante en Jefe de la primera potencia mundial.

Debido al rechazo de la opinión pública, el candidato republicano ha tratado de dilucidar sus erráticos comentarios lujuriosos con inapropiadas intrigas de la vida sexual del expresidente Clinton. Llegó al punto de sentar en primera fila del debate presidencial a cuatro mujeres que hace más de dos décadas acusaron a Bill Clinton de acoso y abusos  cuando era Gobernador de Arkansas. En esta campaña por la Casa Blanca, los debates se han convertido en viles encuentros plagados de insultos mutuos, ataques y contraataques; en un cara a cara que se asemeja más a un cuadrilátero de barriada, que a una contienda entre aspirantes a la presidencia de Estados Unidos.Los debates presidenciales deben ser espacios donde los candidatos argumenten y exploren sus posturas de la realidad estadounidense e internacional; situaciones que afectan por activa o por pasiva a todas las naciones del mundo.

En la actualidad hay temas de gran envergadura que amenazan la paz y el equilibrio mundial. Las relaciones bilaterales entre Estados Unidos y Rusia pasan por uno de los estados de mayor tensión desde la era de la Guerra Fríala. La política exterior estadounidense al final del mandato Obama tienen matices ambivalentes y carece del liderazgo que se espera de la primera potencia mundial ante la carrera armamentista y el poder de Rusia en Siria. Esto dicho, ahondado al reposicionamiento logístico militar de Turquía, Arabia Saudí e Irán en una región tomada por una diversidad de organizaciones terroristas. Y, por supuesto, sin dejar a un lado los actuales problemas migratorios, uno de los mayores desplazamientos de la historia, y sus consecuencias culturales y xenofóbicas en el viejo continente: una Europa que intenta alinearse ante la eminente salida del Reino Unido de la comunidad de naciones, con  las implicaciones económicas y  y repercusiones  sociales que esto conlleva, mundialmente hablando.

Es incomprensible que con el nivel de conflictividad que atraviesa el mundo, el sufrimiento, y la vulnerabilidad de poblaciones amenazadas por hambrunas y destrucciones masivas de sus territorios, los candidatos a la presidencia de la primera potencia mundial se enfrenten descalificándose públicamente con toda clase de confabulaciones de infidelidades, aventuras amorosas y comentarios sexistas.

Pareciera que tanto los exabruptos lascivos de Trump como las viejas historias de las amantes del expresidente Clinton son utilizados por ambos partidos como una cortina de humo para desasociar a la opinión pública de temas  que incomodan a los candidatos, y que en algunos casos conviene minimizar en la medida de lo posible. Una guerra de sexos y chabacanerías que intenta desviar la atención del electorado de las erratas cometidas por ambos postulantes durante la campaña. Cada uno de ellos, desde su propia trinchera, cuentas las horas y los días para que otro escándalo, mayor, no explote en sus propias manos antes del próximo ocho de noviembre.  No hay la menor duda que detrás de esta parafernalia de dichos y decires, se esconden realidades vergonzosas de los dos aspirantes a la Casa Blanca.

El electorado estadunidense debe exigir un mayor peso intelectual, decencia y rectitud de los candidatos a la presidencia, y también demandar más seriedad de los medios de comunicación que son responsables, en gran parte, de este basto y grosero circo mediático.

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