Carlos Rodríguez Nichols
Mañana martes, Estados Unidos dará fin a una de las campañas presidenciales más denigrantes en la carrera por la Casa Blanca. Un año de insultos, amenazas y desprestigios de la talla de una barriada marginal. Hillary Clinton, la prestigiosa abogada con treinta años de experiencia en la arena política estadounidense, sucumbió a la vulgaridad y grosería de Donald Trump, instalándose un discurso que resultó todo menos digno de los candidatos a la presidencia de la primera potencia mundial.
No se trata de seguir analizando los aspectos negativos de estos dos candidatos, ambos, con la imagen más desfavorable de la historia electoral norteamericana; sino, más bien, tratar de entender cómo el magnate neoyorkino sin ninguna experiencia política logra remontar en las filas del partido Republicano y posteriormente ascender a escala nacional. Más aún, cómo este “showman” absolutamente obnubilado por el poder y el dinero consigue conectar y llegarle al agricultor rural, al hombre en las minas de carbón, a la mujer que ve el sueño americano escabullirse entre sus dedos, y al joven egresado de una escuela pública con un futuro incierto.
El candidato republicano, haciendo alarde de sus millones se instala en la opinión pública como un exitoso hombre de negocios capaz de devolver la grandeza a América, aquella posición de superioridad que los norteamericanos, independientemente del origen y de la clase social, por décadas se sintieron orgullosos de representar.
Un sector nada despreciable de la población considera que esa suerte de superioridad se refleja solamente en la esfera privilegiada de los ciudadanos, en el mundo financiero de banqueros, abogados y en el tan discutido “establishment” que alimenta los discursos populistas de políticos de las extremas izquierda y derecha.
Populistas que han exacerbado en el electorado, en el hombre de la calle, una especie de odio y rabia contra estos ungidos del sistema que, según los seguidores de esta línea de pensamiento, han multiplicado sus riquezas a costa en muchos casos de bajos salarios y pobres ofertas laborales. En base a esto, un sector del pueblo se siente marginado por esta tropa de mercantilistas, que con el fin de engrosar sus fortunas son capaces de cometer las arbitrariedades, infracciones e ilegalidades, que han depredado los ahorros de miles de personas alrededor del mundo.
Indudablemente existe un descontento con la globalización de la economía, que aunque ha proporcionado numerosas ventajas también ha desarticulado a un sector de la sociedad. Es ahí donde personajes como Trump, Boris Johnson en el Reino Unido, Le Penn en Francia y Podemos en Madrid, han surcado un camino entre un electorado indignado con los abusos de políticos, los codiciosos banqueros, y medios de comunicación responsables de la construcción mediática de estos dogmáticos candidatos presidenciales y jefes de estado. Medios de comunicación que en aras de multiplicar el espectro de sus receptores fabrican personajes afines a una vulgaridad masificada, exaltando los aspectos morbosos e insensatos de la gente.
Según las últimas encuestas a nivel nacional, se evidencia un empate técnico entre los dos candidatos, con una fagil ventaja hacia Hillary Clinton. Parece que el discurso sexista, xenófobo y anti inmigratorio del candidato republicano no resultó lo suficientemente negativo frente a un electorado que, haciendo oídos sordos ante semejante verborrea, está a punto de entregarle al magnate populista la dirección de la Casa Blanca y de las políticas mundiales.
La opinión desfavorable de varios premios Nobel de economía, prestigiosos científicos y destacados hombres de Estado acerca del candidato republicano, no ha calado como se esperaba en un pueblo norteamericano que está hasta el hartazgo de la politiquería barata de ambos partidos. El próximo ocho de enero, será investido el próximo Comande en Jefe de la primera potencia mundial; día que recibirá las claves para acceder al armamento atómico y nuclear.