Carlos Rodríguez Nichols
Hace ocho años el pueblo norteamericano vertió sus esperanzas en el primer presidente de raza negra de la historia de Estados Unidos. El entonces senador de Illinois recibió de su antecesor George W. Bush una de las crisis económicas más contundentes de la historia estadounidense: recesión, desempleo, y un endeudamiento billonario debido al fiasco de guerra que significó la invasión a Irak. Las fallidas estrategias militares en Bagdad y la inexacta información de los servicios de inteligencia estadounidenses en la región, provocaron un conflicto a gran escala y un desprestigio de Estados Unidos más allá de sus fronteras. Obama heredó una profunda desestabilización política y social producto de las erratas cometidas por el anterior presidente.
Hoy, la potencia norteamericana goza de una mayor estabilidad. Un desempeño que se refleja en los índices positivos de empleo y confianza en el consumidor. Sin embargo, según la opinión pública y los últimos resultados electorales, el ascenso en los indicadores macroeconómicos no ha beneficiado a un importante sector de la población, especialmente, la clase obrera y a una parte considerable de la clase media.
Aparte de los visibles logros en el sector de economía de la actual administración, Donald Trump también heredará uno de los mayores escollos de la gestión Obama: un vacío en el área de política exterior, en particular, del rol que se esperaba de la primera potencia en el escenario mundial. Política exterior en la que Estado Unidos no ha tenido un lugar preponderante, especialmente, en el conflicto de Siria.
Trump, tendrá que lidiar con el fortalecimiento militar de Rusia en la última década y con el liderazgo de Vladimir Putin en Oriente Próximo; liderazgo imposible de desvalorizar. También, tendrá que reconocer la cercanía militar, diplomática y comercial entre Rusia y China; ambos, regímenes autoritarios con un capitalismo de Estado que les permite formar una alianza antioccidental en su expansión política y territorial.
El presidente electo tendrá que asumir el lugar que ocupa la República de Irán como fuerza hegemónica en la región y contrapeso a los intereses expansionistas de Arabia Saudí: uno de los estado de mayor producción petrolera de la península arábica y socio silencioso de Estados Unidos por décadas en la zona.
Donald Trump debe rodearse de un gabinete de ministros y asesores altamente calificados que compensen su falta de conocimiento del sector público. Trump no es un político de carrera. Carece de la experiencia legislativa como senador o congresista, y no tiene tampoco una formación militar o diplomática. No goza del beneplácito de muchos miembros del Partido Republicano lo que puede dificultar su paso por la Casa Blanca, especialmente, si se toma en cuenta la personalidad impulsiva y transgresora del candidato electo.
A pesar de que el Partido Republicano es una agrupación política con más de ciento cincuenta años de tradición, en la actualidad atraviesa una importante fractura ideológica debido en gran parte a la figura controversial de Donald Trump y sus frecuentes cambios y posicionamientos discursivos. Al día de hoy, tanto el electorado como la comunidad internacional no tienen la certeza de que el futuro presidente ponga en marcha las pautas y amenazas que esgrimió durante la campaña electoral. No hay claridad de sus dichos respecto al lugar de Estados Unidos en la OTAN, de su supuesta alianza con Vladimir Putin ante el conflicto militar en Siria y consecuentemente un posible distanciamiento de Arabia Saudí y la Unión Europea. No hay seguridad alguna de que finalmente lleve a cabo su rechazo a los tratados de comercio, y que se materialice su desprecio al establishment que con vehemencia atacó en campaña.
La realidad mundial es sumamente compleja en diferentes frentes. Un contexto social y económico que exige madurez política, aplomo y serenidad de los jefes de Estado. Dirigentes de los que se espera prudencia y la capacidad de construir sólidas relaciones diplomáticas: herramientas indispensables para alcanzar acuerdos políticos.
Sería ambicioso pretender un cambio de actitud y de conducta en el histriónico magnate neoyorkino que liderará el mundo durante los próximos cuatro años. No obstante, es deseable que el candidato electo tenga la suficiente inteligencia para moderar su discurso y se comporte a la altura de su futura investidura como Presidente y Comandante en Jefe de la primera potencia mundial.