Carlos Rodriguez Nichols
Donald Trump, a los pocos días de haber sido proclamado presidente electo, ratifica su amenaza de deportar los inmigrantes con antecedentes criminales y delictivos. Bandas radicadas ilegalmente en Estados Unidos procedentes fundamentalmente de Centroamérica, México y Sudamérica; la mayoría, según declaraciones del futuro presidente, involucrados en el tráfico de drogas. No obstante, Trump no hace referencia a los norteamericanos cómplices del lucrativo negocio del narcotráfico envueltos en la distribución de sustancias a lo largo y ancho del país. No es creíble que los capos del sur actúen por sí solos, especialmente que Estados Unidos es el mercado con el mayor consumo de estupefacientes del mundo. Es imposible pretender que estas acaudaladas organizaciones transnacionales están solamente en manos de una docena de narcos sudamericanos, muchos de ellos con una paupérrima educación tan pobre como sus estratos de origen.
Actualmente, existen redes del narcotráfico con interconexiones mundiales que involucran a los cuerpos policiales, servicios de inteligencia, políticos, gobernantes y obviamente el sistema financiero del cual Estados Unidos no es la excepción. El dinero del narcotráfico está infiltrado a tal extremo en el sistema que intentar eliminarlo produciría un vacío financiero a nivel bursátil, inmobiliario y en la economía en general; sistema del que se benefician los productores de sustancias, transportistas, distribuidores a toda escala, y una extensa organización de repartidores de drogas que trabajan subterráneamente al margen de la ley y que, de una forma u otra, son parte activa de esta billonaria empresa multinacional.
En Estados Unidos hay barrios en centros urbanos tomados por los narcos donde la policía no puede entrar, o simplemente no acceden por protección a su propia seguridad. Ahí, se transgreden las leyes. Tienen otros códigos impuestos por ellos mismos, mandatos y preceptos que si se irrespetan lo pagan con la vida. Sus valores éticos difieren de los de la sociedad en su conjunto: en este medio predomina la lealtad al líder de la banda. Líderes con tanto poder dentro y fuera de estas organizaciones que no han podido ser erradicadas por ningún gobierno a lo largo de más de cinco décadas.
Donald Trump quizás no lleve a cabo muchas de las amenazas que promulgó durante los últimos dos años. Pero, la deportación de inmigrantes a los que en un momento llamó traficantes, drogadictos y violadores, se convirtió en la piedra angular de su campaña y una de las razones por las cuales el electorado le dio un voto de confianza para gobernar. Un electorado vinculado a la derecha conservadora: fundamentalmente, hombres blancos con una educación mediocre y provenientes de las áreas rurales del país. Es en nombre de estos votantes que el futuro presidente intenta hacer la erradicación de indocumentados; una limpia social que para una parte de la población tiene un evidente sesgo racial.
No se trata de hacer una deportación masiva para satisfacer las necesidades de un electorado que rechaza visceralmente a las minorías. Sus políticas deben de estar fundamentadas en un razonamiento lejos del dogmatismo populista que lo favoreció entre los votantes más ortodoxos de la sociedad. El futuro presidente debe tener la lucidez para no implementar medidas impositivas que atenten a la estabilidad de la sociedad; especialmente, en este momento, que Occidente está en la mira de grupos extremistas que con éxito han logrado instaurar un pánico colectivo en las naciones occidentales. No hay que olvidar que las redes mundiales del narcotráfico están interrelacionadas a redes terroristas, a las mafias, al trasiego de armamento en los mercados negros y a los servicios secretos internacionales. Por lo tanto, toda medida tiene que ser sopesada a la luz de posibles represalias de estas organizaciones transgresoras de la ley.