Carlos Rodríguez Nichols
La historia recordará a Fidel Castro como uno de los mayores déspotas del siglo veinte. Todos estos opresores de la libertad independientemente de su credo ideológico comparten un grado de crueldad. Desalmados que, en aras de sus obcecadas revoluciones, aniquilan a todo aquel que no se pliega a sus ideales. Ninguno de ellos escapa a la autoría de innumerables torturas, a crímenes y fusilamientos, y a los hombres y mujeres desparecidos por intentar sublevarse ante el autoritarismo dictatorial. Cualquier progreso en salud, educación, arte o ciencia queda eclipsado ante la brutalidad de estos ególatras. Todos los dictadores son dignos del mayor desprecio y Fidel Castro no es la excepción.
Fidel se apoderó de una isla, de un trozo de mundo haciendo de esa tierra un reflejo de su arrogante vanidad. Una mentira que logró conservar por más de cincuenta años sin importarle los náufragos ni las hordas que escaparon en busca de un pedazo de libertad. Se fueron de la tierra que los vio nacer dejando atrás sus orígenes, raíces culturales, y hasta sus propios difuntos.
Es debido a estas realidades despóticas de Fidel Castro que los presidentes de las potencias mundiales han decidido ausentarse de su funeral. Barack Obama, el reconstructor de las relaciones diplomáticas entre Washington y Cuba no acudirá a La Habana a darle el último adiós. Incluso Vladimir Putin, heredero del antiguo régimen soviético, se excusó atribuyendo su ausencia a la imposibilidad de dejar Moscú en medio del conflicto bélico en Siria; no obstante, es de conocimiento público la frialdad y distancia vincular entre Rusia y Cuba desde el final de la Guerra Fría.
El presidente socialista francés también declinó la asistencia al sepelio del comandante, siendo esta medida por convicción personal o por cálculo político ante el desplome de su popularidad frente a las próximas elecciones presidenciales. El Presidente del Gobierno de España tampoco irá a las exequias de Fidel Castro. Solamente acudirá el rey emérito Juan Carlos en representación de la Corona española. Una decisión que ha levantado revuelo en los diferentes sectores políticos españoles por tratarse del funeral de un caudillo militar tildado por la opinión publica de transgredir los derechos humanos.
Estarán también presente algunos de los jefes de gobierno sudamericanos aún embriagados con el mito de la revolución cubana. Un mito que deja una funesta huella difícil de borrar en las naciones alineadas al hoy fallecido dictador. Ejemplo de este desacierto es la decadencia económica y social que vive el pueblo venezolano en medio de una corrupción generalizada y un deplorable manejo de la administración pública.
Fidel Castro intentó liderar una insurrección continental en un momento histórico donde se puso en juego los intereses y estrategias de las potencias mundiales; pero, el final de la contienda nuclear entre Estados Unidos y la antigua Unión Soviética significó la muerte política del dictador cubano. Su mayor fracaso fue la imposibilidad de exportar la revolución marxista leninista al resto del continente americano: una estocada a su ego y vanidad que no le permitió seguir al mando de su imaginario imperio. En ese momento entregó los poderes a su hermano Raúl adjudicando la renuncia a su fragil salud.
Hoy sola queda una profunda herida en los millones de exiliados a los que Fidel Castro les usurpó la patria. En la actualidad, el mundo atraviesa por situaciones y amenazas de gran complejidad y mayor envergadura que el funeral del comandante cubano, uno de los dictadores más déspotas de la historia de Latinoamérica.
Muy bien escritos tus articulos Carlitos, abrazo.
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