Carlos Rodríguez Nichols
Vladimir Putin es un ajedrecista político y uno de los mejores estrategas del mundo contemporáneo. Es el resultado de una formación en las calles adolescentes de los barrios marginales de Moscú; y, posteriormente, de la excelencia y disciplina en los servicios de inteligencia y la policía secreta de la KGB durante los años férreos de la Unión Soviética.
Putin logró volver a situar a Rusia en el mapa de las potencias mundiales después de dos décadas postergada en los anaqueles históricos de la derrota. Innegablemente, la intervención en Siria fue la puesta en escena de la Federación de naciones rusas entre los estados más poderosos del planeta, y la consolidación de Vladimir Putin como líder en la arena política internacional. Los jefes de Estado de Occidente han tenido que aceptar el peso político del mandatario ruso, su unión a Irán en el conflicto sirio, y su reciente acercamiento diplomático a Turquía.
Es de notable estrategia el posicionamiento de Putin ante las nuevas figuras políticas en el tablero internacional: la proximidad a los impulsores del Brexit interesados en una desconexión con la comunidad de naciones europeas y un acercamiento a Rusia. La disposición de François Fillon, el candidato republicano francés, de mejorar las relaciones con el Kremlin; y el presidente electo estadounidense que reiteradamente ha manifestado la necesidad de estrechar lazos con el Jefe de Estado moscovita. Todos ellos, desde sus trincheras ideológicas apuestan por tender puentes con Rusia: una potencia mundial en expansión.
La mega producción rusa en la invasión a Alepo es una demostración del poder militar en la carrera armamentista mundial. Más que un interés territorial, es un despliegue de la fuerza de Rusia frente a las potencias occidentales. Un pulso con su antiguo rival norteamericano que, contrariamente a la política agresiva de Putin, en los últimos años ha ocupado un lugar irrelevante en el conflicto de Oriente Próximo.
La intervención en Siria le proporciona a Rusia el terreno para poner a prueba los avances tecnológicos militares: tanques, armamento de combate aéreo, misiles y equipo de mayor precisión. El presupuesto millonario invertido en el desarrollo de dispositivos y componentes armamentistas, obligatoriamente, tienen que ponerse en marcha en campos de batalla, en conflictos armados que funcionan como la etapa experiencial de la industria bélica. No se trata de artículos producidos para ser vendidos al público en establecimientos o en la red; son construidos específicamente para destruir y aniquilar a poblaciones enemigas.
En la guerra, el material humano es útil en cuanto peones esclavizados enlistados y dispuestos a renunciar a la vida. La bajas humanas son entendidos como consecuencia de las batallas. Prueba de ello, es el ataque a escuelas, hospitales y poblaciones de inocentes en aras de vencer al enemigo. Para los capos de la política mundial, sin excepción alguna, lo más importante es el poder y la conquista, aunque ante las cámaras y la prensa pretendan una honda conmoción por la masacre a hombres, mujeres y niños. Si fuese tanta la consternación por la hecatombe producida en la sociedad civil, la comunidad de naciones y las organizaciones internacionales habrían ejecutado medidas contundentes para dar a fin a esta vergüenza y decadencia del ser humano. No lo hacen, porque es más fuerte la codicia de los grandes imperios que los valores de justicia, lealtad y verdad.
En el circunscrito mundo de los actores más poderosos del planeta, la política corre en un campo paralelo que no se yuxtapone a los principios intrínsecos del ser humano ni a los derechos esenciales de los hombres. En política internacional, los Jefes de Estado son los paladines de sus propios intereses sin importarles el Otro, el enemigo, al que hay que vencer a toda costa y sin importar cómo. Para ellos, parafraseando a Maquiavelo: “En el ejercicio de la política, la conservación del poder y del Estado implica en muchos casos obrar contra la humanidad y los preceptos morales”.
Putin es considerado por sus enemigos el hombre de hierro que confronta el poder de Occidente. Es visto por muchos como el sanguinario responsable de la destrucción en Siria; pero, en el conflicto de Oriente Próximo hay un actor silencioso que las naciones de occidente insisten en encubrir: Arabia Saudí. Uno de los mayores productores de petróleo en la región con enormes inversiones financieras en las economías de las potencias occidentales: razón principal por la cual Occidente oculta la participación activa de la nación árabe en el patrocinio a grupos extremistas, y su respaldo a los rebeldes opuestos al gobierno del presidente de Siria.
Los Jefes de Estado de las naciones de Occidente han responsabilizado a Bashar al Ássad y posteriormente a Vladimir Putin de la destrucción y masacre a la población siria, sin señalar abiertamente a Arabia Saudí como actor intelectual y proveedor de armamento y municiones bélicas a las organizaciones terroristas dentro y fuera de la península arábica. Es tan fuerte el intricado, la armazón política y económica construida entre Occidente y las monarquías petroleras del Golfo, que los occidentales se hacen vista ciega de la autoría del estado petrolero árabe en los atentados terroristas ejecutados por extremistas, incluso, en territorio europeo y estadounidense.
Putin se está enfrentando a los intereses económicos de las naciones occidentales en la región y, especialmente, al poder silencioso y oculto de Arabia Saudí en el mundo entero. La solución política al conflicto de Siria podría lograrse el día que los actores involucrados dejen de acusar a unos, y esconder la mano por los otros, porque tan responsables son Rusia, Irán y Siria como los principados petroleros capitaneados por Arabia Saudí con el beneplácito de Estados Unidos y las naciones europeas.
Vladimir Putin ha demostrado una sobresaliente capacidad como estratega político al enfrentarse a las potencias mundiales, y al poner en marcha políticas expansionistas que han favorecido notablemente las posiciones del Kremlin: un alcance y desarrollo geopolítico que extiende sus redes a Europa, Latinoamérica y Oriente Próximo.