Carlos Rodríguez Nichols
La expulsión de los grupos rebeldes de Alepo es una victoria de Bahsar al-Ássad, la Federación de naciones rusas y el gobierno autócrata de Irán. Antes de la intervención ruso-iraní el dictador sirio tenía los días contados. Hoy, Bashar al-Ássad es inamovible, y Moscú y Teherán han dado geoestratégicamente un paso cualitativo en la región.
La alianza militar ruso-iraní convirtió la guerra civil de Siria en un enfrentamiento de hegemonías regionales. Una carrera armamentista que pone a prueba la eficacia militar y el liderazgo de las grandes potencias y sus respectivos aliados. La victoria de Alepo es también un trofeo para Vladimir Putin después de quince meses de arduos bombardeos a extremistas y opositores al dictador sirio frente a la inoperancia de la administración Obama y las naciones europeas.
La activa participación militar de Rusia contrasta con la tibieza de Estados Unidos. Guerra en la que Occidente y los estados petroleros árabes pierden posiciones territoriales producto de la ineficacia de los servicios de inteligencia y deficientes estrategias militares. Las potencias occidentales apostaron por un contundente apoyo financiero a los rebeldes contra el régimen de Ásad sin incurrir en una confrontación armada a mayor escala. Esta postura ambivalente posibilitó el avance de otras fuerzas implicadas en el conflicto.
Los Jefes de Estado y los medios de comunicación de Occidente señalan al gobierno de Bashar-al Ássad y a sus aliados como los únicos responsables de la masacre de Alepo. Información sesgada que no apunta a Arabia Saudí, uno de los principales suministros de material bélico a organizaciones terroristas y coparticipe de esta hecatombe humana. Porque tan brutales son los bombardeos y la lluvia de cohetes rusos sobre la población civil de Alepo, como la destrucción de Palmira y la utilización de escudos humanos por grupos extremistas opuestos al régimen sirio. Una contienda en la que los verdaderos damnificados son las víctimas inocentes de de este devastador conflicto. Una guerra que ha agravado la miseria y profundizado el resentimiento de las poblaciones de la península arábica.
En la actualidad, esta zona del mundo se encuentra en una situación deplorable. Un escenario patético con millones de desplazados intentando refugiarse en países distantes de su idioma, costumbres y tradiciones, enfrentados al rechazo y hostigamiento de movimientos nacionalistas y xenófobos que bullen en Estados Unidos y Europa. Una lucha de poderes en la que proliferan los intereses económicos de los múltiples actores: beneficios circunscritos a la expansión petrolera, construcción de gasoductos, bases militares, y políticas intervencionistas de los potentados mundiales.
La guerra en Siria está lejos de llegar a su fin. No obstante, la victoria de Alepo en manos de la coalición ruso-iraní marca un nuevo equilibrio de poder regional y una escalada geoestratégica a nivel mundial. Irán logra expandir su hegemonía en la región y Rusia reafirma su lugar como potencia mundial en la arena política internacional ante el vacío de poder de Estados Unidos en la península arábica.