Carlos Rodríguez Nichols
Estados Unidos ha sido la nación más poderosa del mundo en los últimos cien años. Desde el final de la Guerra Fría, el imperio norteamericano polarizó el control mundial constituyéndose en superpotencia. Unipolaridad que exige el liderazgo en tecnología, capacidad bélica, supremacía de la industria armamentista, y expansión geopolítica; pero, ante todo, exige estabilidad interna con proyección global.
Por eso, el separatismo, la exclusión, y el proteccionismo son medidas antagónicas a las políticas expansionistas que se espera de una superpotencia en la era interconectada del siglo veinte y uno: globalización de las comunicaciones y la tecnología en un sistema de fronteras abiertas que permita una interacción multicultural. Es inconcebible que la primera potencia intente cerrarse al mundo entre muros y decretos discriminatorios en función de la nacionalidad, raza o credo religioso de los pueblos. Desde el momento en que una potencia se repliega en sí misma posibilita el ascenso de otros estados o comunidad de naciones en la jerarquía de poder.
Los desaciertos de la nueva Administración estadounidense exhortan a la UE a despertar del aletargamiento burocrático de los últimos años y luchar por la integridad de la comunidad europea; especialmente, ante la incertidumbre generada por el Brexit y la victoria del populista norteamericano. Aún es temprano para prever el rumbo que seguirá el Reino Unido fuera de la Comunidad, y la influencia de las veinte y siete naciones europeas en el escenario político internacional sin el contundente apoyo de Estados Unidos, el socio estratégico e incondicional desde hace más de medio siglo.
Las recientes medidas impuestas por Washington deben servir como facilitador para lograr transformaciones coyunturales; una oportunidad para fortalecer los lazos comerciales con economías emergentes y reestructurar el equilibrio de poder mundial. Ejemplo de esto es el reciente acuerdo entre los gobiernos de Argentina y Brasil anuentes a estrechar nexos con la Alianza del Pacífico, de la que México es parte integral con otras tres naciones sudamericanas. Es necesario reforzar alianzas con Latinoamérica, los países asiáticos y otras entidades mundiales. El mundo no puede permanecer estático testigo de los equívocos y torpezas del Jefe de Estado estadounidense. Las naciones deben unirse, ahora más que nunca, para sopesar el enorme poder de este inexperto gobernante capaz de llevar a la humanidad a un conflicto a gran escala.
La Administración Trump ha creado en tres semanas un ambiente de incertidumbre y hostilidad en un mundo que apenas empieza a incorporarse del tsunami económico del 2008. Una crisis financiera que dejó heridas profundas, menoscabando la inversión inmobiliaria y consecuentemente contrayendo el mercado laboral; condiciones que afectaron exponencialmente el nivel económico de las clases medias motor del capitalismo: una debacle con serias implicaciones sociales que provocó fuerte repercusión en la credibilidad del electorado, desconfianza en los políticos tradicionales y en identidades financieras involucradas en vergonzosos mecanismos de corrupción.
Todo esto favoreció el surgimiento de agrupaciones rupturistas del sistema económico liberal que, con demagogias populistas, atraen tanto a la ultra derecha como a la izquierda extrema. Discursos que a pesar de las distancias ideológicas convergen en una misma premisa: dar un lugar a los excluidos y a los enajenados del sistema. En términos generales, a los que forman parte del paro laboral, los subempleados o aquellos que a pesar de tener un empleo viven en condiciones precarias. A esa masa de jóvenes desempleados en edades productivas, muchos de ellos incorporados a organizaciones fundamentalistas debido a un futuro opaco o incierto.
Frente a esta realidad social convulsa, se requiere de líderes capaces de direccionar el mundo en un contexto económico y político de alto voltaje. El Jefe de Estado estadounidense en poco tiempo demostró carecer de las herramientas políticas, el sentido común y la agudeza intelectual necesaria para conducir la primera potencia mundial. Una vez más, el mandatario de la nación más poderosa del planeta debe proyectar seguridad y estabilidad a la nación y al resto del mundo. Estados Unidos enfrenta uno de los momentos más sensibles de las últimas décadas. Por un lado, la falta de credibilidad de un importante sector del electorado estadounidense en las políticas de la Administración Trump y, por otro lado, la implacable censura de la comunidad de naciones a los decretos discriminatorios y a las políticas proteccionistas del Jefe de Estado norteamericano.
Sin duda, la exclusión de inmigrados, la destrucción de tratos comerciales y la derogación de libre trasiego fronterizo son medidas devastadoras para la estabilidad económica de una sociedad que funciona bajo parámetros de interconexión comercial. Ante este panorama de incertidumbre e inopia política, Estados Unidos enredado en sus propias cuerdas camina al borde del abismo.