La trama del espionaje ruso

Carlos Rodríguez Nichols

Ya no hay la menor duda sobre la injerencia de Rusia en la pasada campaña electoral estadounidense a favor del entonces candidato republicano. En ese momento existía un fuerte interés del Kremlin en favorecer al empresario neoyorkino, a cambio de eventuales posicionamientos que beneficiasen el liderazgo de Vladimir Putin en la arena política internacional. Un guiño de complicidad entre el nuevo inquilino de la Casa Blanca, incauto, inexperto y absoluto desconocedor de política exterior, y el astuto líder de la ascendente potencia rusa y ex director de la KGB: ducho y habilidoso en materia de inteligencia y servicios secretos.

Esta suerte de contrato tácito o matrimonio político entre ambos líderes, figuras públicas con trayectorias y conocimientos diametralmente dispares, tarde o temprano terminaría socavando los frágiles cimientos de su fugaz enlace. El primer signo de desavenencia o desencuentro entre las dos potencias mundiales se produjo la semana pasada a raíz del anuncio del Comandante en Jefe estadounidense de expandir el arsenal nuclear y aumentar el gasto de defensa en diez por ciento del presupuesto militar del país; una cubeta de hielo a la prematura relación política entre los mandatarios. Si es así, la nueva Administración estadounidense dejaría de ser el cónyuge idóneo en una estratégica alianza de conveniencia, para convertirse en una amenaza a los intereses geopolíticos de Moscú en el ajedrez internacional.

La decisión de Washington de incrementar el arsenal nuclear es una medida de corte imperialista que no solamente interfiere con los tratados de reducción de armamento acordados entre las potencias mundiales, sino que pone en jaque las políticas expansionistas de Vladimir Putin en Oriente Próximo y Europa del Este. Debido a la incapacidad de Moscú de engrosar su presupuesto nuclear, la potencia rusa estaría en franca desventaja frente al poderío estadounidense; especialmente, después de su reciente y cuantiosa intervención militar en Siria.  Por tanto, Rusia  sería la nación más interesada en impedir que se lleve a cabo el proyecto de expansión nuclear propuesto por el presidente Trump.

Ante este panorama, los sinuosos servicios secretos del Kremlin y sus múltiples tentáculos y encubiertas ramificaciones, como Edward Snowden y la organización Wikileaks entre otros, están filtrando información altamente sensible. La reciente acusación hecha por Julian Assange acerca de los mecanismos de ciberespionaje utilizados por los servicios de inteligencia norteamericanos para pinchar teléfonos, televisiones y ordenadores, es un claro ejemplo de la subterránea movida que se está construyendo detrás de telones. Una potente noticia que sale a luz pública en el momento en el que la CIA y la FBI intentan desgranar el espionaje llevado a cabo por Rusia a nivel internacional. No hay que olvidar que el submundo de los servicios secretos es todo menos ético, escrupuloso y fiel a ningún valor o principio.  Por el contrario, es una cueva de cangrejos donde el que ataca primero sobrevive a la muerte política del contrincante.

Incluso cabría pensar si esta red de espionaje internacional, con un claro antagonismo al sistema norteamericano, es la responsable de revelar los clandestinos y reiterados encuentros entre el personal del servicio diplomático ruso e importantes miembros del equipo de gobierno del mandatario norteamericano; entre ellos, el Fiscal General, el Consejero Nacional, y el yerno y mano derecha del presidente Trump.

Una confabulación en la que actuarían servicios secretos y medios de comunicación. Algo parecido a lo sucedido hace cuarenta años en el caso Watergate, en que el periódico The Washington Post tuvo un rol protagonista, al develar la maraña de mentiras en que cayó el entonces presidente Nixon. En este caso no se trata de un duelo entre partidos políticos, sino de un pulso político entre dos potencias mundiales que han rivalizado a lo largo del último siglo. Una estocada de aquel joven que creció en una barriada de Moscú y se convirtió en Jefe de Estado de Rusia, al magnate neoyorkino que no cuenta con experiencia ni conocimiento alguno del callejero y siniestro mundo del espionaje.

A simple vista, esta maniobra política parece contraproducente a los intereses de Rusia.  No obstante, la supuesta conspiración del Kremlin apuntaría a minar la credibilidad del equipo presidencial y la imagen del presidente Trump de cara al desafío que significa para Moscú el fortalecimiento del arsenal nuclear norteamericano. En síntesis, el Kremlin le estaría tendiendo una trampa a la cúpula de la Casa Blanca y a la inteligencia norteamericana al mostrar la vulnerabilidad de la CIA y de Estados Unidos como superpotencia mundial.

Una vez más, si las conexiones entre los servicios secretos rusos y el equipo del presidente Trump continúan saliendo a la luz pública, sin duda repercutirá directamente en el mandato del presidente estadounidense y en sus mega proyectos expansionistas que rayan en delirio patológico.  Si es así, Vladimir Putin y la potencia rusa serían los beneficiados al impedir que se lleve a cabo el programa de desarrollo nuclear propuesto por la nueva Administración de Washington.

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