Carlos Rodríguez Nichols
El reciente ataque estadounidense al territorio afgano es un despliegue del poder militar de la primera potencia mundial. Estados Unidos lanza el arma no-nuclear más poderosa de su arsenal, dejando un saldo de noventa muertos miembros del Estado Islámico y la destrucción de una red de túneles y cuevas al este de Afganistán.
Con la excusa de acabar con un reducido número de extremistas islámicos, Estados Unidos irrumpe en el espacio y soberanía de Afganistán para poner a prueba la madre de las bombas. Esta arma de exterminio innegablemente conlleva graves consecuencias ambientales y geológicas: derivaciones colaterales en vidas humanas, flora y fauna imposibles de cuantificar. Un abuso de poder, desde todo punto de vista, contra la nación afgana.
La demostración armamentista en Afganistán se llevó a cabo una semana después del ataque con cincuenta y nueve misiles en Siria como medida punitiva al régimen de Bashar al-Ásad por el uso de armas químicas contra la población civil: una absoluta incongruencia en el discurso de la primera potencia mundial. Por un lado, Estados Unidos lanza una bomba de destrucción masiva produciendo una mega descarga en el este de Afganistán, un atentado, una vez más, del que aún se desconoce los efectos y desenlaces a futuro. Por otro lado, la primera potencia mundial ataca al régimen sirio por el uso de armas químicas contra ochenta civiles. Vergonzosamente, ambos atentados contaron con la complicidad silenciosa de la gran mayoría de las naciones del mundo.
La invasión a Siria, basada en conjeturas, tuvo el apoyo unánime de los mandatarios europeos. En el caso de ser una vil confabulación entre las potencias europeas y Estados Unidos, este contubernio sin duda produjo un reposicionamiento del presidente norteamericano ante la OTAN. En cuestión de días, la Organización del Tratado del Atlántico Norte pasó de ser una entidad obsoleta digna de ningún respeto, según afirmó el empresario neoyorkino en sus discursos de campaña, para convertirse en una institución de gran prestigio mundial necesaria para preservar la paz global…
No hay que olvidar el rechazo visceral del entonces electo presidente estadounidense a la comunidad de naciones europeas y al Tratado Trasatlántico de Comercio. Una situación alarmante que movilizó a los Jefes de Estado de Europa a unir fuerzas en materia de defensa y comercio continental ante la amenaza que significaba el actual inquilino de la Casa Blanca. Al punto que en los últimos meses, el personaje Trump se convirtió en un desafío a la estabilidad del viejo continente, ocupando diariamente los titulares de la prensa internacional.
El abrupto reposicionamiento del presidente norteamericano frente a Europa y la OTAN evidencia la volatilidad del Jefe de Estado estadounidense en política exterior, y la impericia de los gobernantes europeos de cara a un escenario internacional amenazante desde diferentes vértices. Según el dictador sirio, la utilización de armas químicas fue una fabricación narrativa de las naciones occidentales para invadir Siria, igual a lo sucedido en Irak y Libia.
Alguno de los dos bandos deshonra a la verdad, o al menos se atrinchera en su propia mentira disfrazada de una supuesta intachable sinceridad. Un espejismo o espectro de miradas retorcidas en que cada cual percibe lo que más le conviene mirar. Este depravado juego de falacias y quimeras se libra ante el exterminio de niños y adultos inocentes ajenos a los intereses económicos de esta lacra política mundial.
En esta escenificación de fuerza, la actual Administración de Washington muestra al mundo pero sobre todo a Corea del Norte, Rusia, Irán y Siria, la extensión de una posible confrontación militar a gran escala; principalmente, ante la negativa de Vladimir Putin de acuerpar a las naciones de Occidente contra el régimen de Bashar al-Ásad: una tajante negativa del Kremlin frente al desafiante reto esgrimido por el Secretario de Estado estadounidense. Amenaza que, contrariamente a la estrategia delineada por Estados Unidos, provocó el fortalecimiento de la alianza entre Moscú, Teherán y Damasco de cara a los intereses geopolíticos internacionales que rivalizan en la región. Una desenfrenada lucha de titanes en un momento histórico en que se desdibuja la supremacía de algunas de las superpotencias tradicionales, y el ascenso de advenedizos poderíos mundiales.
Ante este panorama, Corea del Norte intenta intimidar al mundo con un despliegue de esplendor callejero y protagonismo militar, ante la mirada atónita de millones de espectadores: un teatro del absurdo que factiblemente puede desencadenar en una guerra nuclear, en un conflicto en el que se entrelazan la capacidad demoledora de arsenales atómicos, y los intereses económicos y políticos de los diferentes actores.
No hay la menor duda de que la estabilidad global pende de la sensatez o, más bien, de la irracionalidad y codicia de gobernantes y grupos de poder que tensan la cuerdo a tal extremo que, en cualquier momento, puede reventarse en mil pedazos. Ahora más que nunca, se necesita el conocimiento y la experiencia en materia diplomática para fraguar el caldo venenoso de inexpertos populistas afanados a egos personales y perversos narcisismos. Sino, la humanidad será testigo de una devastadora guerra nuclear; quizás, la última de las contiendas.