Carlos Rodríguez Nichols
Para entender la actual constitución mundial hay que comprender la existencia de múltiples frentes de poder en el escenario internacional. Ya no se trata de una división global en la que solo existían dos potencias con armas atómicas, Estados Unidos y la extinta Unión Soviética, rivalizando por la supremacía planetaria. En el presente imperan diez arsenales nucleares pertenecientes a pueblos y culturas heterogéneas con estructuras sociales tan disimiles como Francia y Pakistán, o el Reino Unido e India.
Algunas de estas naciones se caracterizan por un evidente antagonismo entre etnias y clases sociales ahondado, en algunos casos, a una violencia desproporcionada. Claro ejemplo de esto es Corea del Norte, que cuenta con un ambicioso programa nuclear y un acometido ascenso como nuevo poder atómico en la arena política internacional. Por eso, hay que entender que el mundo no pende, como en el pasado, de la racionalidad de dos Jefes de Estado capaces de presionar un botón y hacer explotar el planeta en mil pedazos. Ahora hay una pluralidad de actores con armas de destrucción masiva, algunos de ellos, palurdos y viles matones de barrio ascendidos a mandatarios, con resentimientos acrecentados debido a factores históricos.
Hay que recordar que Europa y Estados Unidos se re-partieron el territorio de Oriente Próximo en base a sus propios intereses geopolíticos durante la primera mitad del siglo veinte. Occidente, definitivamente, necesitaba del acceso a esta zona del mundo para resurgir después de dos devastadoras guerras mundiales llevadas a cabo en un período de treinta años. Hoy, las naciones occidentales están pagando la factura del abuso cometido en la región al imponer y destituir a Jefes de Estado según sus conveniencias políticas y económicas. “Así como lo pusimos de la misma forma lo sacamos”, es una célebre frase de Winston Churchill refiriéndose al padre del último Sha de Persia.
En el presente, la península arábica está conformada por dos hegemonías que controlan la región. Por un lado, Arabia Saudí con el respaldo de Estados Unidas y las naciones europeas. Por otro lado, Irán y Siria con el apoyo militar y económico de Rusia. Una realidad en la que también interactúan organizaciones fundamentalistas y grupúsculos extremistas patrocinadas por gobiernos y redes internacionales al margen de la ley: narcotráfico, mercado negro de armas y petróleo y movimientos financieros subterráneos. La humanidad, ahora más que nunca, está amenazada por diferentes grupos de poder, ideologías y populismos que se desafían los unos a los otros.
Ante esta multiplicidad de fuerzas, cada uno de estos poderes atómicos debe medir cuidadosamente sus avances militares, teniendo en cuenta los intereses territoriales de las otras potencias en las diferentes regiones del mundo. Es innegable que China defiende sus caudales y a sus socios políticos y comerciales en la región asiática, dando prioridad a sus beneficios antes de promover a otra de las potencias rivales en su zona de control: la potencia china primero protege sus réditos y lucros antes de fortalecer a Estados Unidos en la península coreana. Sería ingenuo pensar que la consonancia entre Bejín y Pyonyang se limita solamente a inversiones de carácter exclusivamente mercantilistas.
No hay duda de que el crecimiento nuclear del régimen norcoreano en los últimos años ha sido avalado por una China permisiva con el programa atómico de Corea del Norte, factiblemente, como contrapeso a la estrecha relación bilateral entre Washington y Seúl. También, hay que recordar que los billonarios presupuestos mundiales invertidos en la industria armamentista no están destinados para construir una colección museológica de misiles y armas convencionales. Las potencias necesitan poner a prueba el armamento para perfeccionar la maquinaria castrense, y la única forma de lograrlo es llevando a cabo contiendas bélicas. Esto explica el fuerte interés de las entidades militares occidentales por los conflictos armados de baja intensidad, como el reciente ataque estadounidense a la base aérea siria y el lanzamiento de la madre de las bombas al este de Afganistán; de igual forma el deseo beligerante del Jefe de Estado norcoreano de poner a prueba sus avances tecnológicos, y la innegable carrera nuclear de los ayatolas de la República Islamista de Irán.
En política internacional no hay buenos y malos. Se trata de potencias mundiales reafirmando su fuerza y hegemonía en las diferentes zonas geopolíticas. Por eso, la salida más sensata a los conflictos actuales es por medio de negociaciones diplomáticas multilaterales, en lugar de confrontaciones militares que puedan desencadenar en una guerra a gran escala entre naciones poseedoras de armamento atómico.
Una vez más, ya no vivimos en la era en que Estados Unidos y la Unión Soviética rivalizaban la supremacía global. Desafortunadamente, en la actualidad hay diez naciones con un demoledor arsenal nuclear, lo que aumenta exponencialmente las posibilidades de una destrucción masiva a nivel global.