Carlos Rodríguez Nichols
La realidad social y económica de Venezuela es una infamia que atenta contra la dignidad de los ciudadanos. Un irrespeto a la integridad humana pisoteada por el jefe de Estado venezolano contra hombres, mujeres y niños que ven sus vidas desgarrarse ante la inseguridad, la escasez de medicamentos y productos alimenticios. El presidente Maduro irresponsablemente se escuda en una parafernalia democrática, falsamente arropada con vestiduras constitucionalistas, en la que esconde su gobierno dictatorial. Un régimen despótico que infringe uno de los mayores fundamentos del hombre: la libertad.
Es vergonzoso el silencio de la comunidad internacional de naciones frente al atropello de Nicolás Maduro. El presidente venezolano aún cuenta con la mirada cómplice de algunos políticos latinoamericanos que, como él, insisten en polarizar las sociedades. Palabras vacías durante las campañas electorales que no son más que una perorata engañosa para lograr lo que tanto odian de la boca hacia fuera. Al llegar al poder se olvidan de su orientación ideológica, para enriquecerse de forma escandalosa nutriendo cuentas bancarias personales a costa de un pueblo que carece de las necesidades esenciales.
Es denigrante la decadencias de estos pueblos a costa de la corrupción o más bien de los robos desalmados de los mandatarios de Latinoamérica en las últimas décadas; los mismos que ahora hacen caso omiso de la desgracia que vive el pueblo venezolano. Una situación borde muy lejos de ser un montaje ficcional construido por los medios de comunicación contrarios al oficialismo, o una maniobra política de la oposición para derrotar a Maduro. Tampoco se trata, como insiste el presidente, de un supuesto golpe de Estados patrocinado por la primero potencia mundial. La política exterior estadounidense tiene la mirada en Asia y Oriente Próximo, zonas del mundo de mayor prioridad geopolítica. Por eso, una intervención militar estadounidense es una opción que ni siquiera se baraja en Washington. Es una confabulación que solamente existe en la mente de Maduro, en su discernimiento retorcido que recuerda a aquel coronel de la novela de García Marques: un militar de pacotilla abandonado a su propia soledad que termina comiendo algo peor que nada…
En el caso de producirse un golpe de timón al presidente Maduro, posiblemente se geste dentro de los chavistas ortodoxos que culpabilizan al Jefe de Estado de haber desvirtuado la obra del difunto ex mandatario: una clase obrera, en su mayoría, que llegó al punto de mitificar la figura de Hugo Chaves. Innegablemente, quien asuma las riendas de Venezuela heredará un caos económico e institucional; una realidad que requiere de mucho esfuerzo y tiempo para ordenar el extravío actual. Una vez más, las necesidades que atraviesa el pueblo venezolano se debe a la inmoralidad de sus gobernantes producto de un descarado abuso de poder. Una insensatez desde todo punto de vista, en la que los más afectados son los mismos que llevan a estos políticos corruptos a gobernar.
En Venezuela, a la gula por el dinero se suma la inoperancia de las políticas públicas y la inaptitud de mediocres funcionarios circunscrito al círculo del presidente. Entre ellos, militares de alto rango que durante casi veinte años han lucrado a cuenta de un gobierno que tocó fondo hace varios años, pero que los promotores de esta falaz revolución no permiten que naufrague. Un régimen en el que las cabecillas, dando las últimos manotazos de ahogado, siguen aferrados al poder por más que el país esté en una absoluta ruina financiera y decadencia social.
No hay la menor duda de que los únicos beneficiados son las marionetas alrededor de los últimos Jefes de Estado, y el gobierno cubano subsistiendo con el petróleo venezolano después de sesenta años de continuos desaciertos económicos. Aparte de estos bendecidos, las cifras macroeconómicas, los índices de educación, transporte, vivienda y atención hospitalaria han sufrido una caída exponencial. Situación paupérrima que se refleja en los niveles de pobreza y miseria extrema que toca posiciones alarmantes. Ante este panorama, cientos de miles de venezolanos huyen de esta suerte de anarquía pública en busca de un futuro más seguro, dejando atrás lazos familiares y raíces culturales.
En las últimos dos décadas, los gobernantes venezolanos han malgastado millonarias sumas de dinero subvencionando la fracasada Revolución Bolivariana. Pero, obviamente, no hay economía que soporte semejante dilapidación de las arcas del Estado, por más que se trate de uno de los mayores productores de petróleo. Hoy, el resultado de esta miopía y oportunismo político se refleja en un pueblo deshecho y una nación maltratada en lo más profundo de su dignidad. Una sociedad fracturada en la que, un sector cada vez más amplio de los ciudadanos, arriesgan sus vidas luchando por lo poco que les queda de libertad. Manifestantes que se lanzan a las calles, en medio de pedreríos y gases lacrimógenos, en señal de resistencia a la brutal represión de la Administración de Nicolás Maduro. Un espectáculo dantesco ante la mirada atónita de millones de espectadores alrededor del mundo.