Carlos Rodríguez Nichols
El pueblo francés mañana elegirá al próximo presidente de la República. Los franceses deberán escoger entre Emmanuel Macron o Marine Le Pen para ocupar la jefatura de Estado durante los próximos cinco años. Le Pen, descendiente de la ultraderecha europea, xenófoba, hostil de cara a las diferencias religiosas y raciales, antisistema, opuesta a los preceptos de la comunidad europea y del euro como moneda continental. Y, Emannuel Macron, una figura emergente en el ámbito político francés con intachables antecedentes académicos y laborales pero políticamente inexperto y carente de una estructura partidista. No obstante, las encuestas y los medios de comunicación vaticinan una contundente ventaja de Macron sobre Le Pen en la segunda vuelta electoral.
Marine Le Pen cuenta con el padrinaje de la extrema derecha y de una parte del sector izquierdista que reúsa dar su voto a Macron, un economista al que consideran un miembro de la élite de poder y un eminente impulsor de la globalización de los mercados. Los dos extremos ideológicos tienen en común una postura euroescéptica y un rechazo visceral al sistema financiero al que responsabilizan del menoscabo de un importante sector de las sociedad francesa. La aspirante ultra derechista con una retórica obrerista se proclamó la candidata del pueblo: de los obreros urbanos y los asalariados rurales, del campesinado y también de los ebanistas, plomeros y el electricistas, de los vendedores de periódicos, verduleros, taxistas, barrenderos y recolectores de basura que han sido testigos de indecorosos ajustes salariales, despidos laborales y constantes amenazas en manos de extremistas.
El mensaje populista de Le Pen se dirige principalmente a la clase media baja, a los más necesitados y a los que a duras penas llegan al final de mes. Es a ellos a los que Marine Le Pen intenta atraer a sus filas. Una asimilación transversal del electorado independientemente de la afiliación partidista o ideología política del pasado. No hay la menor duda de que el Frente Nacional liderado por la aspirante ultraderechista araña hasta el último voto de propios y ajenos a su movimiento eurófobo y antisistema. De ahí, el incremento de adiciones a este movimiento demagogo que en campaña electoral promete ilusorios castillos de humo a los menos privilegiados, aunque difícilmente llegue a consolidarse en hechos concretos. Le Pen con un postura nacionalista rechaza de manera contundente la entrada de inmigrantes y refugiados, a los que señala como una de las mayores causas desestabilizadoras de la Unión Europea. En sus palabras: “una carga financiera que recae sobre todos los ciudadanos, más allá de que respalden o descalifiquen este desplazamiento humano”.
En contraposición al discurso proteccionista de la ultraderechista Marine Le Pen, Emmanuel Macron aboga por una Europa fortalecida capaz de sobrellevar la crisis económica y social de la última década; una comunidad de naciones inserta en una economía global que conlleva más beneficios que contratiempos a la sociedad contemporánea. Macron, con una oratoria europeísta trata de alejarse tanto del neoliberalismo capitalista salvaje como de la izquierda recalcitrante que ha polarizado las naciones en el último lustro. Debido a su anhelo centrista, Macron intenta posicionarse en contra de la oligarquía francesa así como del ortodoxo ultra izquierdismo. Un discurso que para muchos resulta poco creíble por carecer de una sólida plataforma ideológica. Difícilmente se puede ser amigo de dios y del diablo, y no ser parte de ninguno de los dos banquetes!
Un segmento del electorado francés, sobre todo aquellos situados en los extremos ideológicos, no considera verosímil el planteamiento centrista de Macron en gran medida por sus orígenes privilegiados y el entorno capitalista que lo respalda. Aunque Emmanuel Macron fue Ministro de Economía en la actual Administración del socialista François Hollande, es considerado el candidato de la alta burguesía, del establishment empresarial, de la aristocracia financiera y de las grandes corporaciones. Al punto que la bolsa subió de manera evidente la noche del 23 de abril en que el aspirante centrista aventajó a la candidata ultra derechista en la primera vuelta electoral.
Hoy, Francia se encuentra en una encrucijada. El respaldo a Marine Le Pen significa romper con una estructura económica y política continental que se remonta a los últimos setenta años de la historia europea. Una mujer descendiente de un clan político que se caracteriza por un espíritu racista y un proteccionismo anacrónico a la realidad mundial. Es señalada, al igual que el resto de su dinastía familiar, por un feroz y frenético nacionalismo con el que intenta manipular las emociones del electorado, especialmente en una época de crisis económica y social. Un innegable paralelismo con los hechos acontecidos durante la década de los años treinta que sirvieron de anclaje a la asunción de obcecados nacionalistas, y oradores sagaces que con una retórica populista y xenófoba envolvieron en su mentira a pueblos económica y moralmente abatidos. A pesar que las variables socioeconómicas difieren entre ambos momentos históricos, el sentimiento de inconformidad y desamparo es manifiesto en un importante fragmento de la sociedad europea actual.
Emannuel Macron, aparte de sus innegables cualidades, es blanco de múltiples críticas del electorado debido una vez más a su novata trayectoria, sus posiciones ambiguas y la volatilidad de sus opiniones políticas. Tampoco se puede obviar que, el hecho de carecer de una sólida plataforma partidista, dificultará su proyecto de gobierno: un reto amenazante para un inexperto político que fácilmente puede ver sus metas truncadas a corto plazo, afectando, aún más, la estabilidad económica y social de Francia. En el caso de lograr la presidencia, Macron deberá negociar y construir alianzas con partidos políticos de derecha y de izquierda, muchos de ellos contrarios a su férrea postura liberal europeísta.
Mañana se pone en juego la jefatura de estado de uno de los países más poderosos de Europa, sobre todo después de la salida del Reino Unido de la comunidad de naciones. Por eso, la enorme importancia que tiene esta elección presidencial. En esta ocasión no se trata de un relevo de mandatario como en el pasado; sino, de un posible rompimiento de Francia con la Unión Europea y con el euro como moneda común. Esto dicho, en el caso de que Marine Le Pen sea elegida presidenta del pueblo francés como ella desde ahora se autoproclama.
Esta elección no la definen las élites de poder ni tampoco los sindicatos, como ocurrió hace quince años cuando los movimientos sindicales manifestaron un contundente rechazo al Frente Nacional, liderado en ese entonces por el padre de la actual candidata ultra derechista Marine Le Pen. Esta contienda la definirá el candidato que logre llegar con mayor credibilidad a la clase media baja, a los obreros y asalariados mileuristas franceses, a ese grueso de la población hasta el hartazgo de promesas vacías. Si es así, Macron, favorito a ocupar la jefatura del Eliseo, no puede perder el foco de atención de las necesidades y reclamos del electorado, y mucho menos atenerse a las victorias obtenidas en las urnas impulsadas en gran medida por la prensa francesa y los medios de comunicación internacionales.
Todo parece indicar que las cartas ya están echadas. Emmanuel Macron será el próximo presidente de Francia. El joven político tiene por delante cinco años convulsos como jefe de estado de una sociedad socioeconómmicamente desgarrada que clama por una nueva dirección de las políticas públicas.
Excelente análisis! Me agrada mucho tu forma de redactar y tu objetividad.
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Francia ya tiene nuevo presidente! Me alegra sigas mis columnas.
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