Un secreto a gritos…

Carlos Rodríguez Nichols

Ningún expresidente de Estados Unidos ha producido tanto escozor a nivel internacional como el actual mandatario estadounidense. En las cumbres de Bruselas y Sicilia, las propuestas de los seis mandatarios más importantes de la tierra fueron contundentemente rechazadas por el Jefe de Estado norteamericano; principalmente, el pacto contra el calentamiento climático avalado por la aplastante mayoría de las naciones mundiales.

A raíz de este desencuentro, la canciller alemana ha marcado una distancia entre la comunidad de naciones europeas y la potencia estadounidense, el aliado incondicional de Europa en materia militar e inteligencia desde la Segunda Guerra Mundial. La jefa del gobierno germano insiste en la necesidad de dar un paso al costado de la órbita política marcada por la Administración de Washington bajo el mandato de Donald Trump, a quien responsabiliza de obstaculizar acuerdos multilaterales y negociaciones vitales para la estabilidad mundial. Una medida que indica el enfriamiento diplomático de las relaciones transatlánticas.

El mensaje de Merkel puede leerse desde dos aristas que no son necesariamente excluyentes entre sí: por un lado, la necesidad de fortalecer la alianza de las naciones europeas en aras de un frente continental más sólido e independiente de los tradicionales aliados externos. Por otro lado, aminorar el liderazgo del incauto presidente Trump y consecuentemente de Estados Unidos como preeminencia mundial. Esto, teniendo en cuenta la estrecha relación actual entre Alemania y Francia, y el mutuo interés de ambos Jefes de Estado por restructurar la Unión Europea y su posicionamiento ante el mundo, en un contexto  económica y político multipolar donde India y China tendrían mayor preponderancia como potencias mundiales. A todas luces, un descaecimiento de Estados Unidos como líder global.

La señal de la comunidad de naciones es clara: no se puede ostentar la supremacía global y simultáneamente impulsar políticas nacionalistas contrarias a un mundo globalmente interconectado. Tampoco se puede liderar el planeta nadando a contracorriente de los acuerdos puestos en marcha por antecesores Jefes de Estados; especialmente cuando se carece, como en el caso del presidente Trump, de una absoluta experiencia en la arena política internacional.

Salta a la vista las contradicciones del mandatario estadounidense liándose en sus propias palabras y en conceptos ajenos a su conocimiento. Por un lado descalifica a los musulmanes al punto de impedir su entrada al territorio norteamericano. Por otro lado celebra la venta billonaria de armamento al reino saudí, confirma la alianza de Washington con el poderío petrolero y el repudio frontal a la República de Irán; nación a la que responsabiliza de la expansión terrorista en la península arábica.

La retórica del Jefe de Estado norteamericano obviamente hace caso omiso del financiamiento de la nación árabe saudí a organizaciones extremistas a lo largo de Oriente Próximo, y del patrocinio del reino petrolero al movimiento fundamentalista wahabí: la versión más fanática e intolerante del islam que cuenta con el respaldo político y militar de los jeques árabes para ejercer el control social y cultural de la monarquía petrolera; a tal extremo, de condenar a otros musulmanes y a todos aquellos que no practiquen esa demencial línea teológica. Esta violenta vertiente del islam no se circunscribe solamente al territorio árabe saudí, también es exportada alrededor del mundo por medio de fervientes seguidores y exaltados imanes en las miles de mezquitas auspiciadas por el reino saudí.

El exiguo conocimiento del presidente norteamericano en política exterior le impide advertir la importancia de un equilibrio de poder mundial y mucho menos la necesidad de construir una defensa multilateral e interregional frente a organizaciones extremistas enfrascadas en una guerra a nivel global. Esto, en todo caso, no se logra exorcizando los monstruos y leviatanes de Irán ante una nutrida audiencia de potentados árabes en Riad: magnates petroleros que financian las guerras en Yemen, Libia y suministran armamento a los grupos rebeldes en Siria. Lobos con piel de oveja a los que Estados Unidos hace oídos sordos y miradas ciegas; confirmando, una vez, más los intereses hegemónicos de las naciones y la desfachatez y egolatría desmesurada de sus gobernantes. Un encubrimiento con fines económicos determinado por imperiosos beneficios mercantilistas. En otras palabras, una desvergonzada falacia a gran escala.

Las potencias mundiales deberían restructurar sus descaradas retóricas acorde a los  avances tecnológicos de la actualidad, recordando que gran parte de la humanidad globalizada tienen acceso a información internacional por diferentes fuentes y canales. Es hora de que los países del primer mundo dejen de construir falsos discursos hechos a la medida de sus propias conveniencias e intereses presidencialistas: una distorsión de la verdad que compete a todas las naciones y hegemonías independiente de posicionamientos ideológicos de izquierda o derecha, a favor de un mundo interconectado, o simplistas discursos de demagogos patrocinadores de ilusorios nacionalismos. Los gobernantes tienen que hacer honor a la verdad; sino, cada vez más, los pueblos se levantarán con mayor vehemencia y ferocidad frente a los continuos abusos de las dirigencias políticas.

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