Carlos Rodríguez Nichols
La decisión del presidente Trump de romper con el acuerdo de Paris está ponderada en base a sus índices de aprobación al frente de la Casa Blanca, valores incluso inferiores a los niveles de consenso del expresidente George W. Bush en el momento más álgido de su administración a raíz de la invasión a Irak.
Donald Trump no podía decepcionar a sus fervientes seguidores. A esa masa del electorado sedienta de la gloria del pasado, de una Ilusión que solo existe en el universo personal del empresario neoyorkino y de su cada vez más reducido círculo de incondicionales. Por eso, la permanencia de Estados Unidos en el acuerdo de Paris hubiera defraudado a esta población ultra conservadora contraria a toda clase de políticas progresistas; fallo, que se traduciría en una mayor pérdida de credibilidad ahondado al desprestigio del mandatario en el ámbito internacional.
Para muchos esta decisión es una miopía política. Un resquebraje de la unidad de Occidente en un contexto mundial económicamente interrelacionado. Hoy, la arena política internacional está conformada por una multipolaridad de fuerzas, por poderosas naciones con proyecciones a gran escala y no, como en décadas anteriores, circunscrita a una o dos potencias mundiales. Ante esta realidad, Estados Unidos no debe encasillarse en aislacionismos nacionalistas de ningún aspecto.
Sin duda, La salida de Estados Unidos del Acuerdo de Paris ha producido una ferviente respuesta global: un feroz rechazo de ciudadanos, políticos y organizaciones no gubernamentales comprometidos en una lucha conjunta contra el calentamiento planetario. No obstante, esta auto marginalidad de la potencia estadounidense del pacto climático abre un abanico de posibilidades entre grupos de poder proclives a liderar el acuerdo ambientalista; reafirmando, así, la crisis climática como uno de los ejes del siglo veinte y uno.
En este caso, no se trata de panfletadas de intelectuales trasnochados o de posturas extremas de activistas callejeros de izquierda. Es el producto de investigaciones científicas de prestigio mundial. Por eso, desconocer el aporte acreditado en materia climática es tan irresponsable como negar el progreso de la ciencia en medicina o el avance tecnológico de las exploraciones espaciales. Claro, siempre van existir opiniones antagónicas a esos estudios que atenten contra los interese de una minoría codiciosa.
El acuerdo firmado en Paris cuenta con el respaldo de los mayores sectores poblacionales del mundo, entre ellos la Unión Europa, India y China e incluso Rusia. Ante este nuevo escenario, Europa emerge como uno de los principales impulsores del acuerdo climático. De ahí las palabras del presidente Emmanuel Macron: “Hagamos nuestro planeta grande otra vez”. Un compromiso solidario con el mundo y con las futuras generaciones, en contraposición al ensimismamiento neo populista de la Administración de Washington.
La comunidad de naciones europeas tiene la suscrita garantía del gigante asiático chino que apuesta a aumentar su influencia política y económica a nivel mundial; la gran oportunidad de Pekín para adquirir mayor presencia global a cambio del firme compromiso de reducir su dependencia de carbón y petróleo. Si es así, Estados Unidos con su errónea estrategia climática estaría sirviendo, en bandeja de oro, los manjares del poder a potencias rivales que se disputan la primacía del mundo.
El abandono escénico de Washington en materia ambientalista supone un remplazo que llene el vacío suscitado por la potencia estadounidense. Ante esta coyuntura, es comprensible la actitud desafiante de Alemania y Francia de negar la renegociación del acuerdo climático. Una decisión continental que muchos celebran de puertas hacia dentro y en hermético silencio. La Casa Blanca obviamente no calculó la eminente respuesta mundial de repudio a la salida de Estados Unidos del Acuerdo de Paris. Al punto que organizaciones filantrópicas y empresas multinacionales con bandera norteamericana se comprometen a continuar la lucha contra el calentamiento global; una batalla en clara oposición a la medida dispuesta por el Ejecutivo estadounidense.
La orden presidencial de salir del pacto climático estuvo en gran parte coaccionada por la industria de carbón norteamericana, uno de los mayores contribuyentes al partido republicano y a la candidatura del presidente Trump, que a la postre es el sector más beneficiado de dicho decreto. Sin duda, esta extemporánea medida climática se traduce en millonarias ganancias para la producción estadounidense, pero también en una amenaza al equilibrio planetario y al futuro de la humanidad.
A todas luces, la sesgada mentalidad mercantilista del presidente estadounidense le impide construir un análisis proyectivo a largo plazo en política internacional, campo que el mandatario no solo desconoce sino que contantemente contamina con sus inoportunos comentarios y desdichados tropiezos diplomáticos. No en vano sus índices de aprobación naufragan en valores históricos. Una inquietante realidad que pone contra las cuerdas a senadores y congresistas del Partido Republicano ante el desprestigio doméstico y mundial del Comandante en Jefe.