Carlos Rodríguez Nichols
La Casa Blanca da señales de una profunda miopía política al pretender el respaldo de China en el conflicto de la península coreana. Sin duda, el fortalecimiento de la potencia norteamericana en el Pacífico atenta contra los intereses económicos y políticos del gigante asiático; coyuntura que a todas luces aminora el poder de China y el de las naciones circundantes en la zona oriental.
La invasión a Corea del Norte es una oportunidad para poner a prueba la capacidad armamentista de la potencia norteamericana y el ascenso nuclear norcoreano. Según la inteligencia militar estadounidense, que en pasados conflictos armados ha demostrado una notable impericia de cálculo de las posiciones enemigas, insiste que en esta ocasión Pyongyang sufriría una estrepitosa destrucción de su arsenal castrense. Veamos los dos posibles escenarios de guerra y sus principales derivaciones para las fuerzas directamente involucradas en este beligerante conflicto.
La derrota del régimen norcoreano significa la desaparición del Corea del Norte y la unificación de las dos Coreas bajo el liderazgo de Seúl, el mayor aliado estadounidense en la zona asiática. Un escenario idóneo para los intereses geopolíticos de Washington pero en detrimento del poder de China, Rusia y otros potentados de la región. Incluso Japón, cercano de Washington, discrepa con las medidas expansionistas norteamericanas en la península coreana, entre ellas la permanencia de treinta mil efectivos estadounidenses desplazados en Corea del Sur, y las maniobras conjuntas de carácter defensivo.
La otra cara de la moneda tampoco es plausible y mucho menos digna de elogios. Un fracaso militar de Estados Unidos ante Corea del Norte se traduce en una derrota hegemónica de la primera potencia mundial en el Pacífico, ahondado, a los reveces sufridos durante la última década en los billonarios conflictos de Oriente Próximo. Sin más, un fracaso de Estados Unidos implica el reconocimiento de Pyongyang como potencia nuclear, y el fortalecimiento de China la principal aliada del régimen norcoreano; alianza que se sustenta en apoyo logístico, estrategia y servicios de inteligencia, más allá de los intereses económicos y comerciales que unen a ambas naciones.
En otras palabras, una posible derrota de Estados Unidos en el Pacífico cambiaría el mapa geopolítico regional, consolidando el rol protagónico de India, Rusia y el gigante chino. En este caso, Washington sufriría una inminente pérdida de poder en la zona asiática, dando lugar a un nuevo orden en el que la primera potencia mundial deja de ser la fuerza imperiosa que marca la ruta económica en términos globales. Esto dicho, en un momento histórico en el que la actual Administración de Washington no tiene el respaldo y beneplácito de los Jefes de Estado más poderosos del planeta, y la popularidad del mandatario estadounidense naufraga en infortunios improcedentes a nivel internacional. Sin más, un desfase de Estados Unidos bajo el importuno mandato de un Comandante en Jefe incompetente para su investidura: percepción compartida por un nada desdeñable número de economistas, intelectuales y científicos alrededor del mundo, entre ellos, Oscar Arias Sánchez, expresidente de Costa Rica y Premio Nobel de la Paz, quien recientemente declaró que “Trump es el hombre menos inteligente, menos capaz, y con menos conocimiento y experiencia política que ha ocupado el Despacho Oval de la Casa Blanca”.
Ante una prominente amenaza de destrucción masiva, las potencias asiáticas y occidentales tienen la imperiosa responsabilidad de concertar acuerdos multilaterales de cara a la escalada nuclear en la península coreana. En última instancia, esto supone el acceso de Pyongyang a la mesa de negociaciones de las naciones más poderosas de la tierra, una medida hasta ahora considerada inoperante por la gran mayoría de Jefes de Estado. No obstante, seguir negándole a Corea del Norte el reconocimiento de su capacidad nuclear implica, para el despótico régimen norcoreano, continuar construyendo el arsenal atómico al margen de los controles regulatorios mundiales. Y, entonces, las inenarrables consecuencias de una guerra atómica aún evitables, se traducirían en una destrucción a gran escala capaz de causar daños irreversibles a la humanidad y al equilibrio ecológico planetario.
Frente a esta posible catástrofe, la Administración de Washington no puede seguir caminando sobre arenas movedizas ni alimentar ilusorias mancomunidades con el gigante chino, mecenas del dictador norcoreano, y potencia con la que Estados Unidos rivaliza en la región asiática. Una incauta articulación que solo tienen lugar en el ramplón imaginario de un absoluto desconocedor de política y economía internacional.
Excelente!!!
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