Europa se restablece victoriosa

Carlos Rodríguez Nichols

Europa se reincorpora de su agónico lecho de muerte después de una de las crisis más graves de los últimos tiempos. Una recesión financiera que dejó una implacable huella en términos económicos y sociales principalmente entre las clases medias de los países occidentales. Una burbuja construida por codiciosos mercantilistas enriquecidos de forma desvergonzada en un insolente festín de públicos y privados. Políticos corruptos que valiéndose de toda clase de marañas destruyeron el equilibrio colectivo y los proyectos a futuro de un nada desdeñable número de jóvenes y familias europeas.

Hoy, después de una década de sinuosas oscilaciones económicas, los índices de crecimiento paulatinamente empiezan a repuntar, y los niveles de desempleo dan los primeros pasos hacia un futuro más esperanzador, luego de alcanzar cifras astronómicas máxime en el sur de Europa.

No obstante, la recuperación económica en términos sostenibles depende de la posibilidad de superar las desigualdades existentes entre los países centro europeos y los del sur del continente. No se trata de poner en marcha ilusorias redistribuciones de riquezas entre acaudalados burgueses capitalistas y pobres desventurados; sino, más bien, de impulsar políticas de crecimiento que reduzcan las desproporcionadas diferencias entre los pueblos desarrollados y aquellos de sociedades en condiciones de constricción. La comunidad europea tiene en la actualidad disparidades tan extremadamente abruptas como la poderosa economía alemana por un lado y la dilapidada situación financiera griega; o, la vitalidad de los países nórdicos contrapuesta a la condición social portuguesa.

En otras palabras, la reconstrucción de Europa requiere de una mayor posibilidad de desarrollo de estas naciones culturalmente disímiles. Discrepancias  que en gran medida han sido el caldo de cultivo de odios y resentimientos, y la plataforma de movimientos xenófobos de ultraderecha en países centro europeos, como de izquierdas anacrónicas en Grecia, España y Portugal. Ambos extremos políticos, de corte populista, alimentan con inoperantes medidas a un inconforme sector del electorado: afiliados no tanto por convicción intelectual como por necesidad de un futuro más ventajoso. Un vacío de futuro disipado a la postre en quimeras y falsas expectaciones discursivas.

A raíz de la recuperación económica de la mayoría de los países europeos,  los partidos de ultraderecha y extrema izquierda han sufrido una inesperada derrota en las urnas. La amenaza de la ortodoxia neo nazi se dilapida a pasos agigantados dejando atrás la incertidumbre y perplejidad que reinó en el continente a principio de esta década. De igual forma, el extemporáneo discurso de la izquierda española lentamente naufraga en el recuerdo de aquellas multitudinarias manifestaciones de indignados vividas cinco años atrás. Asimismo, el mensaje de Marine Le Penn resultó truncado frente al deseo de la mayoría del electorado francés de permanecer en la Unión Europea; rechazando, de esta forma, los planteamientos discriminatorios de la candidata de la ultraderecha.

Ahora más que nunca, el éxito del nuevo proyecto europeísta liderado por el eje vincular franco alemán dependerá de una visión integral y de una mayor estabilidad socioeconómica de los estados en su conjunto. Se necesita un liderazgo responsable, ya no con una mirada imperialista como en el pasado, sino consciente de la necesidad de crear una unión comunitaria lo más homogénea posible y respetuosa de la soberanía e idiosincrasia de cada uno de sus miembros. Se requiere una mayor interacción entre todos los estados europeos más allá del absolutismo de las economías más pujantes: un desarrollo transversal que se traduzca en un satisfactorio nivel de educación superior con acceso a los más avanzados progresos tecnológicos, mayores oportunidades laborales, igualdad de derechos, cobertura médica profesionalizada a toda la población, y la debida protección del Estado a jubilados y personas de la tercera edad.

Para ello, Europa debe construir un aparato financiero más ágil y menos burocrático capaz  de proporcionar mayor cooperación a los socios comunitarios. Un andamiaje que sea bastión económico y núcleo de conocimiento para el desarrollo de los veinte y siete pueblos que conforman la unión de naciones, y los quinientos millones de europeos que constituyen uno de los frentes comerciales y tecnológicos más competitivos del mundo. Así, el viejo continente se restablece victorioso en la arena internacional afianzado su rol protagónico en la  política global; coyuntura actual en la que emergen insólitos poderíos nucleares y se atenúa el liderazgo de consolidadas potencias mundiales.

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