Carlos Rodríguez Nichols
Una de las potestades de los medios de comunicación es informar y trasmitir conocimiento. Difusión no solo en una comunidad específica, sino con extensión global en un mundo interconectado. Para ello, se requiere obtener hechos debidamente verificados. En este caso, es indispensable un escrutinio de las fuentes de información, muchas de ellas erróneas e inexactas: en algunos casos mal interpretadas o, incluso, sesgadas según la afinidad a un pensamiento político o partido determinado.
Desafortunadamente, en ciertas ocasiones existe un manejo errado de los hechos que, en lugar de informar y trasmitir conocimiento, más bien, se convierte en tácticas partidistas para desenfocar al público de situaciones que atenten contra los intereses de grupos determinados. Al punto que, el mismo acontecimiento muchas veces es presentado de forma diametralmente opuesta por diferentes medios de comunicación según la línea editorial del comunicador. Tergiversaciones de un hecho noticioso con fines estratégicos para favorecer políticas puntuales.
Pero, las fake news no son solamente producto de periódicos tendenciosos de izquierda o de diarios de corte conservador de derecha; sino, también, de las agencias de inteligencia transmisoras de mensajes desvirtuados de coyunturas específicas, o, si se quiere, des-conocimientos de los contextos sociales y políticos de los adversarios.
No hay mayor impudicia de una realidad ficticia que las aseveraciones de la supuesta existencia de destrucción masiva en manos de Sadam Hussein. Una falacia orquestada por el expresidente George W. Bush, la industria armamentista, los medios de comunicación vinculados al oficialismo, y las agencias de inteligencia responsables de suministrar información “exacta” del enemigo. Una vil manipulación de los hechos para excusar la invasión a Irak: uno de los conflictos armados más costosos de los últimos tiempos que finalmente se tradujo en una deuda trillonaria, y en el desprestigio de Estados Unidos por manotear la información según su conveniencia.
La invasión a Irak fue un fraude a gran escala que apocó la credibilidad de la primera potencia mundial y la carrera política de Tony Blair y José María Aznar, los dos aliados incondicionales de Bush en esta desvergonzada mentira. Un vulgar montaje de engaños y artificios que incluso terminó socavando el respeto de Naciones Unidas como organismo internacional. Una desfachatez, de conversión de los hechos, en la que las agencias de inteligencia en estrecha relación con las confabulaciones de Washington falsificaron información referente a la existencia del infundado armamento masivo iraquí.
Y, siguiendo esta línea de sucesos, qué mayor distorsión de la verdad que el señalamiento a afganos e iraquíes como autores del atentado de las Torres Gemelas neoyorkinas, cuando se sabe a ciencia cierta los nombres y el historial de los quince pilotos ejecutores de uno de los mayores golpes terroristas de la historia contemporánea. Todos ellos procedentes de Arabia Saudí. Una elaboración escénica en la que se excluye a Riad, el mayor socio comercial de Washington en Oriente Próximo, de toda responsabilidad y participación en este atroz atentado. Fake news construidas con fines geopolíticos y confeccionadas a la medida alrededor de una mega falacia para beneficiar a los hombres de confianza del entorno intrínseco al entonces presidente George W. Bush.
Por eso, no es de extrañar que el actual mandatario norteamericano se refiera al Rusiangate como una maniobra periodística de falsas noticias. Pero, en esta ocasión habría que ver quién es el mayor mentiroso de la conspiración rusa. Una trama que involucra al exdirector de la FBI, las agencias de inteligencia, los servicios secretos de Washington y Moscú, reconocidas figuras del Partido Republicano, y consejeros del advenedizo inquilino de la Casa Blanca señalado por sus retorcidas maniobras empresariales y contactos mafiosos en el mundo de los casinos, la farándula, realityshows, y prosaicos espectáculos de belleza.
Por eso, hablar de fake news no se limita solo a la información adulteradas de las redes sociales, medios de comunicación y organizaciones activistas. Las noticias falsas más contundentes proceden del círculo íntimo de personalidades con distinguidas investiduras, y de las agencias especializadas supuestamente vigilantes de la seguridad nacional y constructoras de conocimiento veraz. Agencias que deberían tener la solidez ética y profesional para excluir hipotéticos posicionamientos que beneficien exclusivamente a un reducido sector de la sociedad.
Ante este panorama, si se intenta radicar las noticias falsas de las redes y medios de comunicación, entonces, habría que empezar por eliminar el doble discurso institucional. Si no, seguiremos siendo manipulados por los grupos de poder, por los medios de comunicación de derecha o de corte izquierdista, los intereses mercantilistas de las compañías multinacionales, y los desvergonzados grupúsculos financieros que sin el menor recato atentan contra la dignidad de los comunes.
En otras palabras, las fakes news son viciados acontecimientos noticiosos que, en lugar de informar y producir conocimiento en los ciudadanos, más bien se utilizan como artimañas para desviar la atención de situaciones turbias y corruptas; sucesos que astutamente se esconden o se muestran de forma desfigurada ante la luz pública.