Ante una posible hecatombe mundial

Carlos Rodríguez Nichols

Corea del Norte no es Irak ni Afganistán. El régimen norcoreano innegablemente cuenta con armamento nuclear capaz de causar una destrucción regional, exterminar a millones de víctimas inocentes, y ocasionar inenarrables secuelas en Corea del Sur y los territorios circundantes. Por lo tanto, en el hipotético caso de un enfrentamiento militar, cualquier escenario bélico es catastrófico tanto para la península coreana como para el mundo.

La superioridad castrense de la primera potencia mundial sobre el régimen norcoreano es irrefutable. No obstante, según expertos militares, un primer ataque estadounidense no destruiría el arsenal norcoreano en su totalidad. En todo caso, con seguridad, acarrearía devastadoras consecuencias a las poblaciones aliadas de Estados Unidos, principalmente a Seúl. También, un primer ataque de Estados Unidos abriría el espacio a una respuesta militar norcoreana contra Japón y la vecina isla de Guam, o, incluso, la posibilidad de apuntar al territorio estadounidense con misiles de largo alcance perfeccionados y puestos a prueba durante el último año.

En otras palabras, Estados Unidos difícilmente tendría la capacidad de blindar a sus aliados ante un eminente ataque norcoreano, lo que convierte esta contienda en una trágica y ruinosa guerra en la región, una devastación a gran escala lo suficientemente competente para arrasar con incontables vidas humanas y el equilibrio ecológico planetario.

Ante esta realidad, tanto la actual Administración de Washington como el régimen dictatorial norcoreano están absteniéndose de ser el primero en atacar al adversario; dado que, una irrupción proveniente de cualquiera de los dos frentes conlleva resultados desoladores para la humanidad. Sin duda, a ninguno de los actores políticos le conviene un conflicto de esta magnitud. Por esta razón, el dictador norcoreano relativizó su plan de atacar las islas Marianas, una invasión que se traduciría en el suicidio político de Kim Jung y el fin de su régimen dictatorial. Estratégicamente, y ante una indiscutible defenestración política, el virulento dictador lanzó la pelota al tejado de la Casa Blanca.

Para algunos analistas, este conflicto es un juego de poder entre Washington, Pyongyang y sus respectivos aliados. Una perfecta excusa de Estados Unidos para militarizar la zona, y por otro lado, una suerte de “presentación en sociedad” de Corea del Norte ante las naciones nuclearizadas. Más allá del alcance de estos análisis, algunos con tintes alarmistas y otros de un corte simplista pasmoso, existe una preámbulo de guerra en la zona que puede desembocar en un conflicto con consecuencias devastadoras para el mundo entero.

Por eso, es necesario buscar una salida realista a esta escalada de amenazas,  provocaciones y frases explosivas de ambos Jefes de Estado. Ya no se trata de demostrar cuál de los dos mandatarios es más altanero al despotricar a su contrincante con feroces bravuconadas, sino encontrar un terreno común favorable a la seguridad mundial. Sin más, una solución pacífica a la carrera nuclear de Pyongyang es idóneo para todas las partes involucradas, pero principalmente para el gigante asiático que resguarda con recelo su poder geopolítico regional.

Sin lugar a duda, no se trata de un panorama que solamente involucra a las naciones en conflicto y a sus respectivos insensatos mandatarios, sino una coyuntura que implica los intereses geopolíticos de las potencias de Oriente Occidente. Por lo tanto, se requiere de una estrategia diplomática competente que baje los decibeles y las mutuas instigaciones; pero, ante todo, se necesita construir puentes cementados sobre macizos pilares en función de los beneficios de los diferentes actores involucrados en el conflicto. Una negociación que supone renunciar a ciertos intereses nacionalistas con el fin de obtener ventaja en otras posiciones.

A esta altura, es imposible pretender la des-nuclearización de corea del Norte, férrea herramienta del dictador para mantener su régimen y ocupar un lugar entre las naciones con poder atómico. Si Washington y los países occidentales insisten en persuadir al lunático mandatario norcoreano de la opción de desmantelar su arsenal nuclear, entonces, Pyongyang, seguirá fortaleciéndose militarmente y desarrollando su industria nuclear, cada vez más sofisticada, al margen de los inútiles bloqueos comerciales de Occidente. Sanciones que han resultado de una absoluta ineficacia en repetidas ocasiones.

Existen solamente dos opciones viables: sentar a Corea del Norte a la mesa de negociaciones aceptando su capacidad nuclear, o, lanzarse a una guerra sin precedente con catastróficas consecuencias para el mundo. Obviamente, ninguna de las dos opciones es la panacea de la política internacional, pero, ante el desolador panorama de una posible hecatombe mundial hay que escoger lo menos perjudicial para la humanidad.

La guerra nuclear innegablemente es una calle sin salida o, más bien, un túnel obscuro en el cual se camina a tientas sabiendo de ante mano los indescriptibles perjuicios. Por otro lado, la aceptación de una Corea de Norte con una cuota de poder atómico, al menos le ofrece a Occidente el espacio para negociar acuerdos diplomáticos que cuenten con el respaldo de Rusia y China.

Una vez más, el conflicto en la península coreana no se trata de una contienda entre Estados Unidos y Pyongyang, ni tampoco de una discrepancia entre dos perversos narcisistas; sino, de una situación político militar de gran complejidad donde se pone en juego el equilibrio planetario.

 

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