Carlos Rodríguez Nichols
Ya no estamos en la era de la Guerra Fría en la que dos superpotencias rivalizaban la supremacía mundial. Hoy, la ecuación geopolítica es diametralmente diferente: existen ocho naciones con poder atómico sumado a la indudable escalada nuclear de Corea del Norte. Tampoco, se debe desdeñar ni mucho menos repeler el avance de Irán en Oriente Próximo como pujante potencia regional, desde el derrocamiento de Sadam Hussein y la destrucción de Irak.
Ante esta pasmosa realidad del mundo, la humanidad no puede permitirse ni un solo paso en falso, comentarios disparatados, o las constantes contradicciones del presidente de la nación más poderosa del planeta; vaivenes que sin duda responden a una falta de comprensión de la estructura política multiactoral globalmente interconectada.
El mandatario estadounidense, debido a su falta de conocimiento y experiencia en política doméstica e internacional, se ve envuelto en reveces que afectan la credibilidad de la primera potencia en términos institucionales. Contrasentidos, con frecuencia leídos como absurdas divagaciones de la extravagante personalidad del presidente, que a todas luces distan de las coherentes asentimientos y políticas razonadas que se espera del presidente del primer país del mundo.
Sin duda, las inconsistencias entre los dichos y los hechos del inquilino de la Casa Blanca producen un alto nivel de disconformidad entre los allegados más cercanos a su entorno: decisiones hechas a la ligera carentes de un marco conceptual y un corpus ideológico afín a la línea de pensamiento del Partido Republicano y de la primera potencia mundial. Insensateces que por proceder del Despacho Oval producen confusión e inseguridad colectiva y son fuente de inquietud de la comunidad de naciones, tutelada, hoy día, por un Jefe de Estado carente de la prudencia que se requiere para liderar el planeta. Preocupa el solo hecho de imaginar una guerra de extensión mundial bajo la conducción de este inerme Comandante en Jefe, y, asusta saber que Donald Trump tiene el control de los códigos nucleares de la primera potencia mundial: un absoluto desacierto.
Asimismo, es incongruente que la primera potencia amenace al régimen norcoreano con fuego y furia sin llevar acabo su cometido. En todo caso, es mejor hablar menos y actuar más. Estratégicamente, es un grave error intimidar al adversario con amenazas que no se llegan a cumplir. Hay una clara diferencia entre agotar todas las vías políticas en aras a la solución de un conflicto y disparar al aire constantes desafíos. Erratas que, en esta caso, descalifican al mandatario estadounidense y beneficia al adversario asiático.
La Casa Blanca en el último lustro ha incurrido en una serie de afirmaciones posteriormente desvalorizadas por el mismo presidente, y por miembros del equipo de gobierno vistos en la penosa situación de apagar los incendiarios comentarios del inexperto Jefe de Estado. Desmentidas y discordancias que resquebrajan la avenencia de la Casa Blanca y aminoran la credibilidad del mandatario ante la mirada publica, pero, especialmente, frente a las potencias rivales que desafían el poder mundial.
Tampoco, es el momento pertinente para cuestionar el acuerdo nuclear establecido entre Teherán y las potencias occidentales. Tratado que aunque dista de ser la panacea de la seguridad mundial, al menos, proporciona un alto a la proliferación nuclear de Irán y un medio de vigilancia a la carrera armamentista de los ayatolas en el Golfo Pérsico. Sin duda, es políticamente inoportuno escudriñar la letra menuda del pacto nuclear con el país persa, en un contexto histórico en que el mundo es testigo de la intimidación y chantaje nuclear de Corea del Norte; régimen que, indudablemente, cuenta con armamento de destrucción masiva capaz de producir una catástrofe en el Pacífico e incluso planetaria. Más aún, el hecho de que Estados Unidos pretenda anular el convenio nuclear con Teherán, le da más razones a Pyongyang para desconfiar de Washington y proseguir con su escalada atómica.
El contexto actual es de tal complejidad que un discurso calumnioso puede detonar una fatalidad mundial; escenario, que exige una inmediata resolución diplomática para evitar un extravío global. Las Naciones Unidas, cuya función principal es preservar la paz por medio de acuerdos mediadores, debe servir, ahora más que nunca, como foro de integración de las potencias involucradas en el conflicto asiático. Pero, ante todo, debe quedar claro que la Asamblea General no es un cuartel militar ni mucho menos un bunker clandestino donde se declara la guerra o se amenaza con aniquilar a pueblos adversos, por más atroz y deplorable que sea el comportamiento de la fuerza contraria.
Por tanto, el presidente y Comandante en Jefe de la primera potencia mundial debe de hacer honor a su investidura y alejarse de obtusos comportamientos que recuerda a aquellos comandantes de pacotilla que en el pasado utilizaron el atril de la Asamblea General de Naciones Unidas para insultar a otros Jefes de Estado. El reciente discurso del mandatario estadounidense lejos de provocar aprensión o perplejidad, confirma su inmadurez política y pobrísimas herramientas diplomáticas.
En cuestión de días Kim-Jung va a ofrecer otro de sus espectáculos con misiles balísticos, y la Casa Blanca tendrá que tragar en silencio las belicosas bravuconadas del Comandante en Jefe. Difícilmente, Estados Unidos va a invadir la península coreana a un costo irreparable para el planeta y la humanidad. Kim Jung no solamente lo sabe, sino que está seguro de ello.
Claramente, el patológico déspota norcoreano se juega su vida personal y la de su subyugado régimen. El desalmado dictador apuesta a su delirio de grandeza sobre Washington; al punto, de creerse lo suficientemente poderoso para negociar su capacidad nuclear con las potencias atómicas mundiales, negociación a la que el autócrata asiático pretende recurrir con las manos llenas y un par de ases bajo la manga.
Sin más, un pulso geopolítico entre irresponsables belicosos jefes de Estado ante el desconcierto de la humanidad como telón de fondo. Dos incapaces políticos que en lugar de comportarse con la seriedad que se espera de líderes de naciones que ostentan poder atómico, más bien parecen bullying adolescentes callejeros insultándose con apodos y toda clase de agravios e improperios. Es insólito escuchar que el hombre más poderoso del mundo se desboque contra el adversario norcoreano llamándolo depravado, y asesino temerario. Y, Kim Jung responde con una serie de epítetos igual de ofensivos y desdeñosos: desquiciado mental, incapaz, inadecuado y amateur político emergente, hasta perro ladrador que late pero no muerde.
Una vez más, no es una pelea de puberales en el patio escolar. Se trata, nada más y nada menos, de dos adultos capaces de hacer explotar el mundo en pedazos con el armamento atómico que ambos poseen. Por tanto, este despreciable comportamiento, lejos de ser plausible y fomentado por los fanáticos seguidores de cualquiera de los dos bandos, es digno de censura y reproches; especialmente, en una coyuntura política mundial de gran sensibilidad, un contexto en el que la menor chispa puede detonar una tragedia de proporciones inenarrables.
Lo más serio de este preámbulo de guerra es el riesgo de un accidente o falla de cálculo militar capaz de desatar una catástrofe mundial. En este incierto panorama, se espera que no se produzca una guerra accidental de alguna de las dos partes. No sería la primera vez que un error humano se traduzca en un conflicto a gran escala: los anaqueles de la historia dan fe de numerosas erratas cometidas.