Carlos Rodríguez Nichols
Cataluña vive una verdadera vorágine política y social con un grave pronóstico económico que sin duda afectará el crecimiento de España como nación. Según se agudizan los aires tormentosos de independencia más se profundiza el huracán financiero que se avecina. Y al final los mayores perjudicados serán las turbas enardecidas que vociferan en las calles de Barcelona a favor de un corpus independista construido con propuestas insostenibles y miopes medidas populistas. Esta gran farsa existe y ha existido en el mundo independiente del discurso ideológico o el color partidista; una masificación de individuos en la que se desdibuja la subjetividad de los ciudadanos. Ya no se trata de sujetos sino de una multitud a la que hay que frenetizar para alcanzar los delirios de políticos transgresores. Decía un sangriento dictador cuyo nombre no merece recordar, que la muerte de una ser humano es una tragedia pero la de un millón de persona es simplemente una estadística. En este caso, el sujeto pierde su individualidad para convertirse en objeto, en el objeto de deseo de obstinados líderes.
Barcelona no es la excepción a esta mentira callejera. Una bufonada en la que se juega con los valores ciudadanos e institucionales de Cataluña, de España y Europa como comunidad. Es inaudito que un país desarrollado esté a la espera de la decisión de uno de sus gobernantes autonómicos, como si se tratara de aquellos juegos infantiles de ¡ahora sí, ahora no… te quiero mucho, poquito o nada! Lo que en un principio pareció una estrategia activista antisistema, ésta, involucionó a una pobre escenografía de las mayores fragilidades del ser humano: cobardía, inseguridad y cinismo.
Puigdemont ha demostrado absoluta incapacidad para liderar una coyuntura de semejante envergadura. De aquel ímpetu con que movilizó a miles de personas a manifestarse en contra del estado español, hoy se esconde detrás de pamplinas para atenuar su muerte política. No hay la menor duda de que el jefe del gobierno catalán tiene las horas contadas más allá de poder alcanzar la independencia o llevar al estado español a un control absolutista de Cataluña. Como gobernante carece de la madurez política para tomar la decisión de independencia: fallo que ha atrasado por todos los medios posibles con la excusa de entablar un diálogo con las jerarquías estatales, una quimera entre otras tantas de sus impugnables propuestas. Él sabe que clamar la independencia tiene un precio muy caro principalmente para su cabeza como líder soberanista. Pero retroceder y no dar el grito a favor de la independencia de España significa traicionar a un sector de la población que aboga por el separatismo y respaldó el referéndum en la reciente consulta; referéndum que careció de garantías legales, veracidad, y la aprobación del estado español y la comunidad de naciones europeas. Una falacia desde todo punto de vista inadmisible en un país del primer mundo. Más bien, algo usual en una república bananera tercermundista.
Por otro lado, el Presidente del gobierno de España está entre la espada y la pared. Por eso ha demorado en la decisión de aplicar el artículo 155 que lo autoriza a imponer la autoridad estatal en Cataluña, intervención que sin duda conllevará a beligerantes manifestaciones y serias consecuencias sociales sumado a la problemática económica que vive actualmente la región. Rajoy cuenta con el respaldo de la mayoría de la población española para actuar y llamar al orden, acción que es secundada por los principales partidos políticos y con el aval del Secretario del Partido Socialista Español y del líder de Ciudadanos, la emergente agrupación de centro derecha.
Tanto Puigdemont como Rajoy están vigilantes de cada uno de sus propios pasos y de los movimientos del contrincante intentando así mitigar la extensión de sus medidas. Decisiones que sin duda acarrearán derivaciones e implicaciones a corto y mediano plazo para Cataluña y España en términos generales. Los dados ya están tirados. Desafortunadamente, falta por ver el desventurado desenlace que le espera a una de las regiones más prosperas de España. Un tsunami político que se vislumbra furioso y feroz.