Carlos Rodríguez Nichols
Según fuentes mundiales, los principales medios de comunicación cercanos al Kremlin están promoviendo una campaña para desestabilizar Europa. También, se baraja la posibilidad de un financiamiento de Moscú a partidos populistas anti sistema a nivel global, con el fin de alimentar un bloque pro-ruso en el Parlamento Europeo que favorezca los intereses de Moscú. Para ello, Rusia brinda apoyo solapado tanto a formaciones de izquierda al estilo de Podemos en España y Syriza en Grecia, o a la agrupación francesa ultraderechista liderada por Marine Le Penn. Pareciera que todo vale para la jerarquía rusa, sin importar si se trata de instituciones de cualquiera de los dos extremos, mientras beneficien el empoderamiento del Kremlin y el entorno más cercano al presidente Putin.
Desde esta línea de pensamiento, el mayor interés de Rusia no es necesariamente que los partidos extremistas ganen las elecciones, sino, más bien, la consolidación de un frente enérgico que se oponga a las sanciones impuestas por los miembros de la OTAN a Rusia. La piedra angular de este plan conspirativo es manipular virtualmente la información confidencial para desestabilizar el sistema democrático y la institucionalidad de las naciones más poderosas de Occidente. En otras palabras, erosionar la imagen de estos países y sus corpus ideológicos con información engañosa ante la opinión pública. Da igual que se trate del Brexit en el Reino Unido, el conflicto de Cataluña o la reciente elección presidencial norteamericana, en la que el entonces candidato republicano gozaba de una estrecha cercanía con las grandes ligas financieras de Moscú.
De hecho, estamos hablando de una contienda virtual en la que no se utiliza los convencionales tanques y artillería de guerra ni tampoco armas de destrucción masiva; sino, en su lugar, un ejército de hackers o mercenarios cibernéticos al servicio de un gobierno en particular sin involucrar directamente al Jefe de Estado en la trama delictiva. Por eso, aunque la mayoría de los ciberataques son perpetuados desde el territorio ruso no hay clara evidencia de que sean ejecutados por las autoridades locales. Simplemente y en el mejor de los casos, se esconden en Rusia porque el Kremlin no brinda cooperación alguna para identificar a estos ciberdelincuentes, lo que imposibilita probar la injerencia del gobierno de Vladimir Putin detrás de las maniobras cibernéticas. Aparte de esto dicho, Putin es sumamente audaz y un estratega de primer orden para mojarse en un ciberdelito internacional. Nunca va a aparecer su nombre o firma en ninguna negociación controversial que juegue en su contra. Para ello, delega en su extensa corte de esclavos de cuello blanco a los que enriquece a través de organizaciones al margen de la ley.
Ante el alarmante crecimiento de estas violaciones cibernéticas, cuadriplicadas en los dos últimos años, la comunidad de naciones europeas está elaborando un organismo colectivo virtual, entrenado para defenderse de los ataques llevados a cabo por esta suerte de soldados invisibles, en cuarteles inmateriales e intangibles, con capacidad para inmiscuirse en el registro de partidos políticos, socavar confidencias clasificadas y distorsionarlas según las propias conveniencias. En otras palabras, la invasión cibernética del siglo veintiuno cuenta con una plataforma tecnológica mucho más especializada que prescinde de la figura física de los agentes secretos para recabar información. Ahora, se trata de redes de hackers virtuales en las que se emplean estrategias de filtraciones y chantajes similares a las utilizadas durante décadas por las potencias mundiales para espiarse entre ellas mismas.
Visto desde esta óptica, Rusia está simplemente moviendo las fichas de su ajedrez político como en el tiempo de la Guerra Fría. Le está dando a Occidente de su propia medicina, manipulando secretos estatales a través de sus agencias de inteligencia en el mundo entero. Hay que recordar el rol de los servicios secretos de Washington con la caída de Salvador Allende, la guerra de guerrillas centroamericanas, y el derrocamiento de Noriega a finales de los ochenta. Tampoco, se puede hacer oídos sordos a la descarada manipulación de información llevada a cabo por la CIA en relación al supuesto armamento de destrucción masiva en manos de Sadam Hussein. Una falsa tesis que dio pie a la fallida invasión norteamericana en Oriente Próximo. De hecho, uno de los mayores desaciertos de la inteligencia militar estadounidense, que a la postre solo sirvió para enardecer el conflicto político y social en el Golfo Pérsico.
Sin duda, la intromisión de la inteligencia estadounidense fue determinante durante gran parte del siglo veinte. En la actualidad, no se trata de una o dos potencias rivalizando el control mundial, sino de un mundo multilateral y globalizado en el que los bloques liderados por Estados Unidos, China, Rusia y la Unión Europea utilizan el armamento tecnológico más avanzado para cavar información de naciones antagonistas. Una sociedad en la que no solo existen armas nucleares, sino también ejércitos de mercenarios cibernéticos al servicio de gobiernos y naciones bajo estrictos códigos de anonimato.