Carlos Rodríguez Nichols
El reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel amenaza el frágil equilibrio de la región. Esto, más que estrategia diplomática tiene tintes de una implacable testarudez presidencial para nutrir las bases ortodoxas republicanas, a esos incondicionales populistas sedientos de mensajes beligerantes y anacrónicos decretos.
Esta decisión requiere, en todo caso, de una estrategia política consensuada entre los actores de peso mundiales y principalmente aquellos a nivel regional: un andamiaje diplomático que fundamente y estructure una disposición de tal envergadura. Si no, esto no es más que un absurdo desacierto con el contundente rechazo de la comunidad de naciones, la liga de estados árabes, y los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, opuestos en su mayoría a la decisión unilateral de Washington.
La reacción de la comunidad de naciones no es un rechazo al pueblo judío o aversión al estado de Israel, y mucho menos un favoritismo a la organización palestina; sino, más bien, repudio a las políticas totalitarias y segregacionistas de Estados Unidos opuestas a la realidad global: un contexto político que se rige por tratados y pactos multilaterales y no por bravuconadas personales como en tiempos de Emiliano Zapata o los filibusteros. En otras palabras, la disposición populista del presidente estadounidense es el resultado de su incapacidad para ponderar variables a corto y mediano plazo debido en gran parte a la inexperiencia política y su impulsiva personalidad patológica. Por eso, no se trata de firmar decretos de forma impetuosa para satisfacer egos personales, cumplir con las desatinadas promesas de campaña, o pretender darle voz a un sector de la población calificable de todo menos prudente y racional.
Es alarmante como una desdibujada mayoría electoral es capaz de llevar a individuos incompetentes a ocupar posiciones de enorme responsabilidad con implicaciones económicas y sociales para el mundo entero. Esta panda de votantes, en su mayoría pueblerinos dogmáticos circunscritos a valores y creencias retrogradas, se alimentan diariamente con los bochornosos tuits del mandatario estadounidense, ferviente representante de una inteligencia obtusa y la más obcecada vulgaridad. Ellos, esta suerte de trogloditas incendiarios, encuentran en el nuevo inquilino de la Casa Blanca un asiduo gestor de sus incongruentes y desarticulados pensamientos. Y, es a esta franja poblacional de indoctos a los que el Jefe de Estado complace con sus constantes sandeces carentes de sentido político y la seriedad diplomática que se espera del líder de la primera potencia mundial. Pero, Estados Unidos no es el único ejemplo de tosquedad en los altos mandos.
Los patrocinadores de la controversial salida del Reino Unido de la UE, en su mayoría rurales de la tercera edad sin estudios superiores, fueron los abanderados de este movimiento independentista con un coste para Gran Bretaña que supera los cuarenta mil millones de euros. Una cifra nada desdeñable para una nación en la que una parte considerable de la población apenas subsiste con salarios mínimos. El resultado financiero de semejante disparate es incalculable no solo en cifras macroeconómicas sino, también, en pérdidas de empleos e insumos individuales: vivienda, servicios de salud, educación y la seguridad de un territorio constantemente asediado por organizaciones extremistas. En otras palabras, el Brexit ha inmerso a Gran Bretaña y a la Unión Europea en un profundo escollo cuyo final es aún incierto. De hecho, en menos de un año, influyentes corporaciones han trasladado sus casas matriz afincadas durante décadas en el Reino Unido a otras ciudades continentales, especialmente Paris, Ámsterdam y Milano. Algo semejante a lo paralelamente ocurrido en Cataluña producto del movimiento separatista, responsable de una debacle institucional con alarmantes proyecciones económicas para la región catalana y España en términos generales.
Estos tres casos tienen un código común: grupos de poder diestros en manipular la opinión pública según los intereses de líderes oportunistas, sin importar el trasfondo ético y moral de sus propuestas. El ejemplo más claro de esto dicho, es el caso del reciente candidato por Alabama: una gran parte del electorado republicano hizo caso omiso a las acusaciones de abusos sexuales que penden sobre el pasado del aspirante, con tal de conseguir un escaño en el Senado. Tampoco, parece importarles la conexión del mandatario estadounidense en turbias negociaciones con la mafia rusa, mientras se vean favorecidos los intereses partidistas y el entorno inmediato del presidente.
Ante este sinuoso camino, la determinación de nombrar a Jerusalén la capital de Israel en un momento de álgida crisis regional, también se puede leer como una bomba noticiosa para diluir la complejidad de otros temas que están en la picota y afectan directamente al presidente. Entre ellos, la amplísima investigación llevada a cabo por el FBI a la red internacional de peces gordos estrechamente relacionados a la corporación Trump durante las dos últimas décadas.
La noticia de Jerusalén ha armado tal polvorín en la región y en el mundo entero que relega a segundo plano las declaraciones de Michael Flynn, ex asesor de seguridad nacional del presidente, aceptando haber faltado a la verdad y poniéndose a la orden de la justicia en figura de arrepentido. Visto desde este ángulo, sería una forma de cambiar el foco de atención pública mientras la investigación del fiscal Muller sigue su curso; por lo menos, en tanto salga a la luz otro miembro de la familia presidencial estadounidense implicado en la trama rusa. ¡Después ya se verá! No en vano, el mandatario norteamericano es un mago de la postverdad o más bien de las mentiras disfrazadas de verdad.
Si fuese este el caso, entonces, la masiva y espeluznante migración de refugiados a Europa no ha sido suficientemente aleccionadora para comprender que el equilibrio de Oriente Próximo pende de un hilo, tan endeble, que atenta contra la frágil paz mundial. Si es así, es hora de que las potencias occidentales y los grupos de poder entiendan de una vez por todas que con el patriotismo y el dolor de los pueblos no se juega; principalmente, cuando se trata de maras desprovistas de las necesidades más básicas del ser humano, que lo único que tienen es un pedazo de patria.
Excelente análisis
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