La educación, piedra angular del progreso

Carlos Rodríguez Nichols

Una nación con un sistema de educación mediocre produce personas anodinas, corrientes, grises. Un círculo inagotable de conformismo donde lo único que importa es salir del paso. En otras palabras, la ley del mínimo esfuerzo sin ningún proyecto a futuro. Debido a esta medianía, el entorno social está cada vez más viciado de una desvergonzada corrupción. Una descomposición de la sociedad que a la postre produce falta de credibilidad en los gobernantes y en las entidades estatales en términos generales.

Esta apatía ha sido el motor móvil de cambios políticos sin rumbo ni norte definido: un viraje de timón en muchos casos orquestado por inexpertos en el campo institucional. Amateurs que no solo carecen de experiencia y de las credenciales necesarias para gobernar, sino que intentan imponer medidas sin el menor estudio de sostenibilidad. De ahí el auge de populistas con falsas retóricas que apuntan a lo que las masas quieren escuchar, aunque después tengan que retractarse de sus conjuras, actos equívocos e inapropiados decires. El “yo no dije eso” se ha convertido en el pan de cada día de estos aprendices de mago que gobiernan el mundo, desde el presidente de la primera potencia mundial hasta un sinnúmero de mandatarios de naciones tercermundistas.

Costa Rica está a la puerta de una elección presidencial. Una contienda en la que se pone sobre el tapete electoral la descarada malversación de fondos públicos, el poder del narco entrelazado en la economía costarricense, y una acalorada discusión acerca realidades sociales de primer orden: la interrupción voluntaria del embarazo, la educación sexual, y el matrimonio entre personas del mismo sexo.

Coyunturas sociales que en ningún momento deben verse como veladuras o cortinas de humo a otros problemas de fondo. Sin duda, estos cambios de comportamiento son causantes de una restructuración social, en la que algunas conductas consideradas moralmente inadmisibles ahora se expresan con mayor libertad. Al punto que un sector de la población, rechazado durante siglos por sus preferencias sexuales, está logrando un espacio de reconocimiento contrario a dogmas religiosos y a los entredichos preceptos de culpa y pecado.

Es aquí donde la educación sexual debe tener un lugar preponderante. No ocultando ni mostrando a medias tintas, sino ubicándola en una era globalizada, en un mundo interconectado y mutante con acceso a un infinito abanico de información. Por tanto, no se trata de educar en base a los mandatos tradicionales considerados correctos o inadmisible; más bien, entender que las normas sociales sufren trasmutaciones producto de las oscilaciones del conjunto social.

Por eso, llama la atención la mirada localista y conservadora de Antonio Álvarez Desanti, candidato de Liberación Nacional. Un partido que por décadas se ha caracterizado por tener una mirada progresista y un equipo de intelectuales de alto vuelo. La postura de Álvarez está a la talla de cualquiera de los candidatos menores del tinglado electoral representantes de organizaciones cristianas o evangélicas. En el caso de lograr la presidencia de la República, sería conveniente que Álvarez Desanti rectifique su línea de pensamiento frente a la educación sexual de los adolescentes y el lugar que ocupa la familia contemporánea en el siglo veintiuno.

En este momento, no se puede hablar solamente de una familia compuesta por padre, madre e hijos bautizados y educados en una Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Obviamente, el concepto de familia tradicional tiene un valor innegable, pero tan valorable como las familias monoparentales, y las de parejas del mismo sexo dispuestas a unir sus vidas bajo la protección legal del estado. Hoy el mundo está más interrelacionado que nunca. Una realidad que exige dar un paso al lado del pequeño mundismo circunscrito al rezagado cuadrilátero mental centroamericano, a esa mentalidad chiquitica que cumplió su cometido en siglos pasados. Los líderes políticos deben despertar a la contemporaneidad o el mundo seguirá su cauce a una velocidad dispar al cortoplacismo nacional.

Por eso, no basta con querer ser el mejor. Hay que demostrarlo con una apertura mental suficientemente amplia que permita una mayor aprehensión de los movimientos culturales actuales. De ahí, la importancia de la formación como herramienta de discernimiento y desarrollo de los ciudadanos y por ende de la sociedad en su conjunto.

La educación debe ser la piedra angular del progreso costarricense. Hay que volver a tener el reconocimiento de país ejemplo de enseñanza superior en Latinoamérica, como en décadas pasadas. Esto, debido a la proyección a futuro de líderes con fogueo internacional que entendieron la educación como una ventana al mundo: la escolarización vista como baluarte de crecimiento personal y de ascenso social.

 

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