Religión, política y poder

Carlos Rodríguez Nichols

El hombre en el último siglo ha alcanzado niveles inimaginables de conocimiento y progreso en medicina, astrofísica y tecnología de las comunicaciones. Avances científicos que han sido piedra angular del desarrollo contemporáneo. Sin embargo, una gran parte de la población mundial aún sigue aferrada a mitos medievales teñidos de religiosidad que en muchos casos distan de todo fundamento espiritual.

En el fondo, por más inteligencias robóticas y progresos tecnológicos, el ser humano aún conserva temores primitivos que no es capaz de racionalizar a la luz del intelecto. Por eso, la necesidad de asirse a fuerzas sobrenaturales que permiten sobrellavar la pesada carga de la existencia, procurando así encontrar respuestas a las inminentes interrogantes acerca del ser, la nada y la muerte. La necesidad de un acto de fe, ininteligible, frente al desconcierto de las constantes angustias y tristezas de la vida. Escollos que astutamente las órdenes religiosas y competencias estatales han utilizado a su favor.

De ahí la amalgama milenaria entre religión y política. Potestades que han ejercido control de la humanidad valiéndose de preceptos hechos a la medida a favor de los intereses económicos y políticos de grupos de poder. La diferencia reside en que hoy el hombre, sociológicamente hablando, tiene la posibilidad de discernimiento para confrontar a jefes de Estado y jerarcas clericales, incluso posee la libertad para cuestionar la existencia de deidades sin jugarse la vida y terminar en una hoguera como en épocas feudales.

No obstante, aún prevalecen movimientos ortodoxos que impulsan a sus seguidores a ligarse a organizaciones fanático extremistas indistintamente del nivel de escolaridad de sus fieles. Lo más serio de este juego de dominios, es lo permisivo que puede ser el hombre con aquellos de su propio partido o culto religioso. El “otro” es siempre visto como una mala persona. Sin recato, se señala a los imames saudíes impulsores de grupos terroristas en Oriente Próximo, pero se tiende a hacer la vista gorda ante los escándalos de pedofilia y abusos sexuales de curas, obispos y altas jerarquías eclesiásticas con menores indefensos.

Es tal el nivel de cinismo, que se intenta minimizar estas atrocidades alegando que la perversión está encarnada sólo en un número reducido de los millones de religiosos alrededor del mundo. Infame y degradante tapadera política a este repulsivo comportamiento encubierto detrás de sotanas y falsas santidades. Es necesario un contundente rechazo a estas patológicas conductas en perjuicio de la población, en detrimento de jóvenes desprovistos de las herramientas físicas y emocionales para defenderse por ellos mismos. Se requiere una respuesta categórica frente a las aberrantes prácticas sexuales de un gran número de curas. Religiosos que al transgredir la esencia de sus postulados están cometiendo un doble crimen: frente la Iglesia a la que juraron lealtad y contra sus fieles depositarios de un supuesto mensaje de pureza y virtud.

La función de los gobernantes y sacerdotes no se limita solamente a ocupar puestos políticos o escalar posiciones en el clero, sino organizar la sociedad con el fin de brindar respaldo civil y sostén a los ciudadanos. Por tanto, es denigrante ver a estos emergentes políticos de pacotilla utilizando mensajes religiosos y conceptos sobrenaturales con fines proselitistas; juicios morales que rallan en un fundamentalismo anacrónico que rebobinan la cultura occidental a épocas remotas a la Ilustración.

Sin duda, el hombre es libre de creer y religarse a una esencia suprema según sus necesidades o herencia cultural, pero debe ser lo suficientemente cauto para no caer en estas redes de farsantes manipuladores que juegan con la emocionalidad de la gente. Es hora de ser consecuente con el desarrollo intelectual de los pueblos, fruto de un largo camino de civilización, y poner fin a la existente dicotomía entre el avance científico de siglos de conocimiento y los arraigados miedos milenarios, explotados hasta la saciedad por sectas de falsarios adoradores para ejercer control social.

En Costa Rica, agrupaciones dogmáticas de carácter religioso pretenden persuadir a los votantes con discursos cargados de culpa y pecado, una baratija populista que intenta polarizar la sociedad entre impenitentes y supuestos hijos ejemplares de Dios. Ellos, los encubridores de una vergonzosa amoralidad eclesiástica en menoscabo de infinidad de menores alrededor del mundo, hoy levantan el índice para señalar a justos y nefandos como si la historia y la memoria se hubieran detenido en tiempos de tirios y troyanos.

 

 

 

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