Carlos Rodríguez Nichols
Vivimos en la era de una supuesta igualdad en la que se aboga por la abolición de las disimilitudes. El viejo slogan de viva las diferencias quedó rezagado en los anaqueles del pasado. Ahora, parecemos a aquellas figurillas de papel que, tomados de la mano, uno es igual a mil. En esta vorágine social el distinto es expulsado al más ignominioso rechazo, convirtiéndose en espejo de las hendiduras que no queremos ver y tratamos inútilmente de ocultar. De ahí la necesidad de borrar cualquier disparidad.
La igualdad es un confinamiento social en el que se intenta aprisionar a hombres y mujeres. Una trampa para homogenizar los pueblos por medio de información sesgada y material basura en redes sociales, con el fin de manipular la opinión pública y a la sociedad en su conjunto. Esta despiadada estructura de dominación entrelaza poder, persuasión y sometimiento, poniendo en entredicho el concepto de libertad. Libertad coartada por canales sugestivos que tácitamente influyen en las decisiones y estilos de vida de los ciudadanos.
Aquella ilusión de comunicación ilimitada de los años noventa se ha convertido en un eficaz medio de control y vigilancia de los ciudadanos. Una sagaz estrategia para recabar datos sin que las personas se sientan vigiladas; más bien, de forma explícita y espontánea interactúan expresando opiniones políticas y puntos de vista de la actualidad social. Ya no se utilizan tácticas de coacción para socavar información, sino un espacio en el cual los sujetos tienen la necesidad de expeler juicios y criterios personales; contarle a un otro incorpóreo sus pensamientos y vivencias.
Una estrategia tácita, sutil y silenciosa que actúa como facilitador de aperturas personales ante ventanas indiscretas que miran y miden cada uno de nuestros pasos. La gente de forma voluntaria se expone en las redes revelando inclinaciones, comportamientos y hasta las emociones más íntimas: un desnudamiento propio de forma deliberada. Se vuelcan, hacia fuera, proporcionando toda clase de pormenores individuales que en última instancia son fieles indicadores del temperamento social.
Esta información colectiva es posteriormente almacenada en el mega gigante “big data” y utilizada por los servicios de inteligencia globalmente interconectados, empresas tecnológicas y medios de comunicación para medir los intereses, excesos y deseos comunitarios. Un círculo giratorio en el que se pone en juego comunicación, información, productividad y crecimiento, permitiendo así un amplio e integral conocimiento social.
Este control profundiza en las capas subconscientes de la humanidad al extremo de producir patrones adictivos a las redes, conductas tan obsesivo compulsivas como la ludopatía y otras dependencias. En este caso no existen mecanismos de forzamiento, sino, más bien, una manipulación psíquica de los individuos para recaudar información y hacer de ellos informantes consumistas.
El sistema impone, de forma solapada, un cuerpo doctrinal y normas comportamentales de acuerdo a las necesidades económicas y políticas del régimen, indistintamente si se trata de anacrónicas izquierdas o movimientos de ultra derecha: un adoctrinamiento silencioso de las masas al que nadie escapa.
Por medio de rígidas armazones y estructuras de poder se moviliza a la colectividad como si se fuesen burdas marionetas a las que arbitrariamente se restringen con obscuras artimañas de dominio en aras de los intereses económicos de específicos grupos de poder. Entre ellos, vale mencionar las instituciones financieras, oligopolios mundiales de agencias noticiosas y la maquinaria nuclear de las potencias mundiales. Potestades que controlan el laboratorio del mundo, experimentando con la humanidad estrategias de dominación.
Desde una arista estrictamente política, resulta alarmante la proliferación de agrupaciones extremistas elogiadoras de autócratas gobernantes y falsos oradores en el mundo entero. Un despertar de esa mentalidad recalcitrante que ha latido de forma latente y silenciosa durante las últimas décadas y, a la fecha, sigue señalando a justos y pecadores según sus retorcidas varas mesurables. Un sistema de control social de corte fascista con facultades para tachar y eliminar a todo aquel que difiera de los preceptos ideológicos o infrinja el espurio orden moral.
Sin más, una lamentable relectura de aquellos movimientos nacionalistas que caracterizaron la primera mitad del siglo veinte y se creían enterrados en fosas perdidas más allá del olvido. Organizaciones, hasta hace poco clandestinas, conformadas por seguidores de trogloditas y falsos líderes religiosos fabricantes de pseudo espiritualidades a la talla de intereses partidistas. En otras palabras, entidades con discursos teñidos de odio, xenofobia y discriminación a las minorías lideradas por impostores que se cobijan bajo la misma manta y tiran de ella según sus tortuosos beneficios.