Carlos Rodríguez Nichols
Lo saben todo. Hasta hace unas semanas se sospechaba de la intromisión de organizaciones en lo más íntimo de los ciudadanos, pero lo que fue una mera sospecha ahora es una absoluta realidad. El escándalo de Facebook destapó la mayor manipulación de información de la historia a través de las redes sociales. Un control de las masas en todo el amplio sentido de este concepto. Primero, se engancha a los afiliados a la red con mecanismos adictivos que exacerba conductas obsesivo compulsivas y, luego, se pone en juego la necesidad de ser y estar en la mirada aduladora del otro; un otro, que también requiere la invariable admiración de sus seguidores. Afiliados a los que inteligentemente se les dio la nomenclatura de amigos, con el fin de llenar los espacios de soledad de muchos de los inscritos a esta mega net virtual compuesta por dos mil millones de miembros alrededor del mundo.
Facebook se convirtió para la mayoría de sus adeptos en una herramienta que permite tener voz y sobre todo ser escuchados socialmente. Una interacción cibernética que potencializa la opinión personal, antes, vetada a la mayoría de los ciudadanos excepto aquellos con talento literario para expresarse en los medios de comunicación. En otras palabras, la ventana más amplia al mundo indistintamente del origen, raza o inclinación personal, y, a la que todos sin exclusión alguna pueden afiliarse de forma gratuita. Si se mira estrictamente desde esta óptica, es una de los instrumentos colectivos más abrazadoras de la diversidad y del conjunto social, más allá de las facultades intelectuales o la profundidad de pensamiento de los usuarios.
La red funciona como fórum para escuchar y ser escuchado, pero, también, para leer entre líneas el comportamiento y la emocionalidad de los participantes. Una plataforma que de igual forma es utilizada por muchos de sus seguidores con fines estrictamente voyeristas, esos, que solamente entran a la red para ver la actividad y el perfil de los demás, aunque no opinan ni se comprometen con un simple likeo un me-gusta. Fantasmas virtuales que alimentan el sistema con una mirada estrictamente fisgona.
Este comportamiento de “observador silencioso” se potencializó a escala gubernamental, político y empresarial, haciendo de Facebook un potente receptor de datos personales al servicio de mal intencionadas organizaciones. Entre ellas, vale mencionar a Cambridge Analytica involucrada en la última campaña presidencial estadounidense y en el referéndum del Brexit en el Reino Unido. En ambos casos, se llevó a cabo la utilización de millones de datos de usuarios para interferir a favor de alguno de los candidatos y en el resultado final de las contiendas. Se implementaron mensajes muy precisos que lograron inclinar la balanza según los intereses de los estrategas de este hurto informático, intercediendo en las capas más profundas de una trama que a simple vista parece de una vacua superficialidad. Porque, detrás de las simplísimas conversaciones políticas y posicionamientos religiosos carentes de toda espiritualidad, se esconde la mayor manipulación de la humanidad. Una radiografía al desnudo sin el menor recato, pudor ni mucho menos respeto a la individualidad: un escrutinio muy preciso y agudo de los sujetos.
En otras palabras, una suerte de resonancia magnética de la personalidad, el comportamiento, las emociones e ideologías de las masas y, más aún, de cada sujeto como individuo social. Investigan lo que les gusta y también lo que desprecian, los amigos que frecuentan, los lugares que visitan y la mucha o poca literatura que consumen. Es tan vergonzoso el mecanismo utilizado que ya no se trata de espías camuflados socavando información de los vecinos, sino, son los ciudadanos mismos que se prestan para esta desfachatez social. Ellos, se desbocan contando pormenores, alegrías y amarguras, y, con agria exuberancia dictan cátedra acerca de partidos políticos y los candidatos de su elección como si fueran la panacea de la Ciencia y la Política. Sin más, cuentan toda clase de secretos, viajes en familia y, muy inocentemente, postean fotos de hijos y nietos a los que incluso, en casos extremos, exponen a posibles extorsiones.
La idea de la red personal es una quimera porque no solamente está formada por los propios amigos, sino también por los seguidores de esos conocidos cibernéticos. Es ahí donde radica lo mágico y fantasmagórico de este juego de abalorios, pero también el peligro de exponerse ante este amplísimo escaparate del que sin duda se desconoce su verdadera extensión y mucho menos sus limitaciones. Por más que Mark Suckerberg intente convencer a los senadores estadounidenses de las nuevas estrategias implementadas por Facebook para proteger los datos de los afiliados, difícilmente se podrá obtener seguridad absoluta de la privacidad de la información. Después de todo, esto no es más que el invisible poder cibernético frente al ciudadano de a pie que ignora los pormenores de este pulso entre inscritos a las redes y los algoritmos implícitos.
Al menos, el trasiego de datos entre Facebook y otras organizaciones al servicio de turbios políticos y empresarios sirvió para confirmar la manipulación social de la verdad. A este punto, la decisión de permanecer en la red recae estrictamente sobre el usuario, siempre y cuando esté consciente de los baches de este juego virtual. Ya no hay sorpresas y mucho menos confabulaciones en este contubernio de proporción global. Si algo queda claro es que no hay tal servicio gratuito. Se paga con la propia información, con lo más íntimo y personal.