El poder detrás del Poder

Carlos Rodríguez Nichols

Hoy más que nunca existe una estrecha relación entre los medios informativos y la conducción del Estado. Medios que no se limitan estrictamente a su rol comunicativo, sino que se han potencializado como grupos de poder con una extensa proyección pública. Sin más, la supremacía detrás del poder al punto de yuxtaponerse la influencia de uno sobre el otro. Dinámica que se da en ambos sentidos, estableciendo una clara diferencia entre los medios amigos y los que se consideran divulgadores de noticias falsas; en este caso, aquellas que tienen una opinión más crítica de la figura presidencial y sus políticas públicas. Claro ejemplo de esto dicho es la notoria diferencia que existe en el posicionamiento de Fox News a favor del gobierno del actual inquilino de la Casa Blanca y, por otro lado, la cadena CNN con una posición más crítica del presidente al que constantemente señalan por sus frecuentes cambios de opinión y sus extravagantes impulsividades. En ciertos casos, la rivalidad entre la casa de gobierno y el medio informativo es tan visceral que pone en tela de juicio el profesionalismo de ambos sectores.

En materia internacional la relación entre el poder político y los medios de comunicación es aún más determinante. No hay más que dar una mirada a la reciente invasión de Washington, Paris y Londres al territorio de Siria en represalia por la utilización de armas químicas. Mientras las potencias occidentales insisten en la autoría del dictador sirio contra su propio pueblo, Rusia, el principal aliado del dictador, niega la utilización de estas armas por parte Bashar al-Assad, e incluso rechaza el hecho de que haya sucedido tal ataque; adjudicándolo, más bien, a un vil montaje y manipulación de la información de Occidente. Una vez más, tanto en un bando como en otro, los medios informativos construyen una amalgama discursiva oficial para influir en la opinión pública. Maquinaria propagandística al servicio principalmente de populismos extremistas indistintamente de la línea ideológica de derecha o izquierda.

Según los medios de comunicación rusos se trata de una artimaña política para desprestigiar al presidente Vladimir Putin y debilitar su imagen internacional, principalmente, después de su escalada en Oriente Medio. Según esta postura, las potencias occidentales necesitan bajarle el tono al presidente ruso, al otrora espía de la KGB que con aires de zar y conquistador le ha dado un segundo aire a la extinta Unión Soviética y al pueblo ruso después del desastroso desenlace del régimen comunista.

Sin duda, a Europa no le conviene una Rusia fuerte en la frontera del continente y por tal razón han insistido en aplicar sanciones económicas al Kremlin por su potestad sobre los fértiles territorios de Ucrania y Crimea.  Pero entonces, ¿quién tiene la razón? o más aún, ¿cuál de los dos bandos implicados en el conflicto es dueña de la verdad? ¿Será que cada uno desde su egoísta perspectiva se considera abanderado de la única realidad hecha verdad? En otras palabras, dos narrativas incompatibles y antagónicas que giran en torno al mismo tema y se afianzan gracias al feroz desconocimiento de las masas.

Para empezar a desengranar esta maraña de mentiras, ninguna de las naciones involucradas en este horripilante genocidio reconoce sus intereses económicos y geopolíticos en la región. Pretenden engañar a la opinión pública insistiendo que la penetración en el conflicto es de carácter humanitario para salvar a los pueblos subyugados de sus criminales dictadores. Es cierto que esta zona milenaria ha estado controlada por autocráticos gobernantes muchos de ellos impuestos por las potencias occidentales durante el último siglo. De ahí la famosa frase de Winston Churchill refiriéndose al padre del último Sha de Irán: “¡nosotros lo pusimos, nosotros lo quitamos!”

Los medios informativos en cercana complicidad con los grupos de poder cimientan verdades hechas a la medida y talla nacional, a la dimensión de esos intereses ocultos vedados a la multitud. Confabulan una narración creíble para un público muy extenso más allá del nivel intelectual y estrato social de los espectadores: mensaje que debe calar tanto en ilustres personajes como en el común de los mortales. Por eso, la ficción debe ser lo suficientemente bien estructurada para ser asumida por la gran masa, por la mayoría de ciudadanos incapaces de leer entre líneas las falacias y retuertos políticos de los estados. En el fondo, reconocer semejante desmentida significa cuestionar principios nacionales que a la postre no todos los electores tienen la capacidad de interiorizar. Más bien, con mirada ciega y oídos sordos asumen estas verdades a medias como ¡inexactitudes políticas en aras de una patria más fuerte y estable!

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