Carlos Rodríguez Nichols
La política exterior de la actual Administración estadounidense intenta potencializar la hegemonía de Washington irrespetando acuerdos multilaterales y los derechos de otras naciones. En cuestión de diez y seis meses en el poder, el mandatario echó por tierra el pacto internacional climático, los tratados comerciales con las naciones del Pacífico, y la alianza establecida durante décadas con México y Canadá. Medidas que denotan un absoluto desconocimiento de lo que implica ser la primera nación del mundo. Contrariamente a lo esperado de la primera potencia, la vigente política aislacionista pone en tela de juicio la solidez de Estados Unidos como líder mundial.
La ruptura del pacto de seguridad nuclear con Irán remueve aguas profundas. Este acuerdo fue el resultado de años de negociaciones entre los estrategas de las potencias occidentales, Teherán, Moscú y Pekín con el reconocimiento y respaldo de Naciones Unidas. Por lo tanto, no fue una ocurrencia a la ligera de los mandatarios de turno intentando redactar la pócima de un acuerdo internacional. Principalmente, dado las innegables “confabulaciones silenciosas de los firmantes” en negociaciones al margen de la ley: componendas interestatales con organizaciones extremistas, y, tráfico ilegal de armas y crudo para mencionar algunas de las turbias y obscuras fuentes de financiamiento. Ejemplo de esto fue el apoyo económico de Gadafi a la campaña del hoy imputado expresidente Sarkozy, así como la masiva venta de armamento a Libia hasta que el déspota libio intentara desplazar al dólar como moneda universal en las transacciones petroleras. ¡Ese fue el desenlace de la conspiración del dictador con las potencias occidentales y también el final de la vida del tirano!
Todo esto, sin olvidar, la estrecha relación de Estados Unidos con los príncipes saudíes a sabiendas de la connivencia de Riad con agrupaciones terroristas en Oriente Medio y en los múltiples atentados de Europa. Ante esta nebulosa realidad, las potencias occidentales tuvieron que ceder y acceder a una serie de exigencias impuestas por el régimen de los ayatolas con el fin de evitar un mal mayor: la nuclearización de Irán. Sin embargo, dado el sinnúmero de cuestionamientos y temas que “no se hablan públicamente”, el entredicho tratado al menos permitía el control y vigilancia de Teherán en su ambiciosa carrera nuclear. La salida de Washington del pacto anti nuclear reafirma una vez más la miopía geopolítica del inquilino de la Casa Blanca y de su séquito de pendencieros. Erratas que, aparte de reafirmar las promesas de campaña dirigidas al sector ultra conservador republicano que llevó al magnate neoyorkino al poder, ante todo, ratifican el afán del mandatario de destruir el legado de su “enemigo político”, Barack Obama. Un odio que traspasa los límites de la cordura convirtiéndose en una aberración patológica sin sentido.
Si algo caracteriza al jefe de gobierno estadounidense es su capacidad de destronar hasta al más cercano de sus colaboradores, factura que aplicó al sector más moderado de la Casa Blanca durante el primer año de gestión. Aquellos que fungían como contrapeso a las torpezas del presidente fueron remplazados por virulentos halcones proclives a medidas militares, en lugar de resoluciones diplomáticas por las que apuestan el resto de los actores políticos internacionales. Esto, sumado al incesante deseo de ser el centro de atención con impactos noticiosos o hasta bochornosos culebrones personales con mujeres del bajo mundo y abogados que parecen más capos de la mafia que ilustres notarios. En otras palabras, una vergonzosa calaña indigna del menor ápice de respeto.
Ante este panorama incierto y carente de estrategias a largo plazo, cualquier paso en falso de la Casa Blanca puede tener consecuencias inenarrables para la estabilidad del mundo. Resultado que sería infligido con ferocidad tanto por las potencias rivales como por los supuestos incondicionales que juran lealtad al presidente mientras no se vean afectados sus intereses personales o partidistas. Por eso, el cara a cara con el dictador norcoreano el próximo doce de junio, en caso de finalmente llevarse a cabo, será la prueba de fuego para medir la habilidad diplomática del inquilino de la Avenida Pensilvania frente al autócrata asiático de quien aún se desconoce sus artificiosas y engañosas intenciones: ¡no hay que olvidar que la serpiente por más que cambie de piel, en lo más profundo de su naturaleza sigue siendo serpiente!