Carlos Rodríguez Nichols
El abandono de Washington al pacto ambiental, la amenaza de una guerra comercial y el menosprecio a la alianza transatlántica han causado graves fricciones entre la primera potencia y el viejo continente. Debido a falta de confianza y coherencia de la primera potencia mundial, las naciones europeas lideradas por Francia y Alemania se han viso en la necesidad de construir puentes con Rusia y China, coyuntura en la que Pekín y Moscú se consolidan como los mayores favorecidos. Ambas potencias abogan por la integración y globalización de los mercados en contraposición al proteccionismo aislacionista de la Casa Blanca.
El acercamiento europeo con el gigante asiático y el Kremlin se fortaleció a raíz de la salida de Estados Unidos del tratado de seguridad nuclear con Irán, y las sanciones impuestas por Washington a todos aquellos que negocien con el régimen islamista. Medidas, en detrimento de los esfuerzos diplomáticos, antagónicas a los convenios multilaterales establecidos por los líderes de las naciones más poderosas de la Tierra. En otras palabras, una arbitraria defenestración del orden internacional resultado de las carentes herramientas diplomáticas del mandatario estadounidense. Impericia presidencial sumada a la beligerancia de los asesores del presidente, los otrora autores intelectuales de la invasión a Irak durante la gestión Bush: el gran fiasco de la historia castrense de Estados Unidos causante de la mayor desestabilización de Oriente Medio hasta la fecha.
La actual Administración estadounidense ha demostrado una categórica inmadurez política desde todo ángulo que se mire, pero, ante todo, incapacidad de negociación en la arena internacional. Después de diez y siete meses en el poder, el inquilino de la Casa Blanca, aparte de echar por tierra los pactos instaurados por las administraciones anteriores, no ha sido capaz de proponer nuevos acuerdos o al menos plantear enmiendas a los pactos establecidos. Se ha dedicado a destruir tratados comerciales y menoscabar la relación diplomática con antiguos aliados. Ejemplo de esto es la tilinte relación vigente con México, Canadá y las naciones miembros de la Alianza del Pacífico, y la deteriorada cercanía con Berlín, Paris y Londres, los históricos socios de Estados Unidos en seguridad y materia económica desde la Segunda Guerra Mundial.
La forma de gobernar del actual ocupante de la casa presidencial estadounidense marcada por insultos, chantajes, fanfarronadas y frecuentes cambios de opinión, comprueba la desdibujada estabilidad emocional del Jefe de Estado, requisito indispensable para orquestar la política intercontinental. Especialmente, cuando se trata de pactos con naciones nucleares en los que un error humano puede ocasionar un desequilibrio global a gran escala. A todas luces, una narrativa carente de cualquier planificación a largo plazo. No hay prueba más contundente de esto dicho que la desquiciada agenda de cara a la supuesta reunión el próximo doce de junio en Singapur, la cual gira alrededor de insultos, alabanzas y vaivenes. Política pendular que eleva la incertidumbre global en el campo diplomático, comercial y seguridad internacional.
Es vergonzosa la relación establecida entre los mandatarios de Estados Unidos y Corea del Norte basada en mutuas injurias, agravios y mofas. Resulta inconcebible que dos Jefes de Estado con capacidad atómica al borde de un conflicto nuclear revoquen la asistencia al encuentro, y, veinticuatro horas después se retracten ensalzando a su contrincante. Signos de inmadurez política teñida de irresponsables hechos y desechos discursivos desmerecedores del respeto y seriedad que se espera de figuras de Estado con poder de destrucción masivo. El joven dictador coreano no oculta su risa sarcástica e irónica. Se burla constantemente del presidente estadounidense dándole, al histriónico personaje neoyorkino, del venenoso brebaje para alimentar su patológico ego. Al punto que, desde abril, dos meses antes del supuesto encuentro entre ambos mandatarios, el Comandante en Jefe y sus bases electorales ya soñaban con el Premio Nobel de la Paz. ¡Un absoluto desvarío, como aquellos que imaginariamente se gastan el dinero del premio mayor sin ni siquiera haber comprado el billete de lotería! Se vale soñar, nadie ha dicho lo contrario, siempre y cuando no se ponga en peligro el futuro del planeta y de la humanidad.
Ante este disparatado teatro del absurdo, China y Rusia siguen al pie de la letra cada movimiento desplegado en la península coreana. Región en la que ambas potencias tienen mucho que ganar y no están dispuestas a perder un ápice de poder. Sin duda, cada acción y reacción de Pyongyang está monitoreada por Pekín en cercana relación con Moscú. Por eso, la supuesta reunión en Singapur no se limitará únicamente a la presencia de los equipos de Washington y Pyongyang, contará también con la participación solapada y silenciosa de los estrategas chinos y rusos interesados en obtener el mayor rédito posible frente a Estados Unidos, el rival y acérrimo adversario de todos los tiempos.