Libertad y democracia

Los cimientos de la libertad y la democracia son diametralmente antagónicos a las dictaduras de izquierda o derecha y a los regímenes de corte totalitario. Autócratas y populistas despóticos que falsamente asentados en el modelo democrático ejercen políticas contrarias a los valores natos de la democracia. Una prosaica manera de silenciar el sentir de los ciudadanos opuestos a las políticas oficialistas. En otros términos, un bozal a la libertad de prensa y a la opinión pública pilares del sistema democrático.

En el último lustro ha habido un resurgimiento de fuerzas reaccionarias antidemocráticas de corte xenófobo opuestas a las minorías raciales, y, a las migraciones de pueblos abatidos por guerras y hambrunas muchas de ellas causadas por las mismas naciones que hoy cierran sus fronteras. Vale mencionar la fobia europeísta del movimiento Brexit en el Reino Unido, las organizaciones clandestinas neonazis en Europa Central, y el proteccionismo nacionalista de la actual Administración de Washington en clara oposición a tratados internacionales.

La salida de Estados Unidos del tratado nuclear con Irán aminora sustancialmente las posibilidades de una interacción beneficiosa entre las partes. Medidas desaprobadas por los restantes firmantes del pacto porque no solo afectan la economía y al pueblo iraní sino, también, la credibilidad y réditos de compañías europeas y asiáticas que comercien con la república islámica. Transacciones que se materializaron en más de veinte mil millones de euros para las compañías europeas, sin contabilizar las ganancias que significó la firma del tratado para Pekín, Moscú y Delhi en los dos últimos años. La determinación estadounidense de romper el acuerdo conlleva en última instancia consecuencias negativas para Estados Unidos, los países europeos, las organizaciones internacionales, y Oriente Medio como región en la totalidad.

Desde un punto de vista demográfico, la ruptura de dicho tratado es contraproducente para la Unión Europea dado que una mayor desestabilización del Golfo pérsico acrecentaría el desplazamiento de refugiados al viejo continente; inmigrantes, a los que hay que proporcionar servicios de salud, educación y vivienda. Es decir, satisfacer las necesidades básicas de estas poblaciones: hordas de adultos y niños sin presente ni futuro, sujetos a asistencias sociales y a denigrantes rechazos en los países de acojo.

En un ambiente mundial de tan alto voltaje, se requiere jefes de gobierno conciliadores capaces de construir alianzas intercontinentales y neutralizar fuerzas adversas. Por eso, contrario a esto dicho, el debilitamiento de las alianzas occidentales fortalecería la posición de China y Rusia en la arena política internacional. Para Moscú, el enfriamiento de la relación entre Estado Unidos y los socios europeos es visto como ganancia para la política exterior del Kremlin y factor retributivo para Putin como hombre fuerte Jefe de Estado.

Guste o no, Rusia y China son unos de los principales actores del vigente mundo multipolar con capacidad regional para imponer su potestad y visión hegemónica: naciones que en la última década han concretado su legitimidad y exitoso ascenso político y militar ante el descrédito internacional de la presente Administración de Washington. Hoy, el mundo es testigo de una confusión generalizada fruto de la guerra comercial de Estados Unidos hacia China, las sanciones a Corea del Norte, Turquía, México, Irán, Canadá, Europa y las naciones de la alianza del Pacífico: constantes desvaríos del presidente de la primera potencia mundial, el “agresor en serie” de la América First, en perjuicio de la estabilidad y el equilibrio mundial.

No obstante, los seguidores del Jefe de Estado estadounidense han construido una suerte de “culto ciego” alrededor de la figura del presidente a quien respaldan y admiran más allá de cualquier torpeza y desacierto. Se sienten identificados con la personalidad autoritaria y el nacionalismo populista de esta especie de acosador social de las minorías. La base ortodoxa republicana ha encontrado en el inquilino de la Casa Blanca un “modelo a seguir” independiente de los asiduos cambios de opinión del mandatario, sus decires emitidos sin evaluación a priori, ni las consecuencias de sus frecuentes improperios.

Una representación al rojo vivo de una personalidad incapaz de controlar su impulsivo temperamento. Esto, sumado a la catarata de epítetos contra todo aquel que se distancie de la rígida estructura reaccionaria del sector ultraconservador estadounidense que el presidente fomenta día a día. Comportamiento y actitudes populistas antagónicas al desarrollo civilizatorio que se espera de las naciones democráticas primer mundistas, supuestos ejemplos del tan controvertido concepto de libertad. En definitiva, no es agrediendo a propios y ajenos o sellando las bocas de opositores que se construye un mundo libre de conflictos atómicos a gran escala; espada de Damocles que trastoca la humanidad, al extremo, de un nada desdeñable desenlace humano de trágicas proporciones.

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