Carlos Rodríguez Nichols
McCain fue marinero, piloto de guerra, testigo de torturas en carne propia, descendientes de almirantes navales, padre y esposo íntegro, senador por más de treinta años y candidato a la presidencia de la primera potencia mundial; es decir, ejemplo de patriotismo, decencia y honor. Sin duda ocupará un lugar entre las personalidades más prestigiosas de la historia de Estados Unidos.
Su funeral, más que un rito protocolario, fue homenaje a un hijo de la patria fruto del esplendor estadounidense de décadas pasadas, reconocimiento internacional hoy menoscabado. La afirmación de una vida dedicada al bien de la nación, y, más aún, legado al país que lo vio nacer y por el que luchó hasta el último de sus días.
La herencia más importante de McCain fue su empeño en unir a republicanos y demócratas, poniendo los valores y la dignidad más allá de los intereses partidistas. Por eso, él mismo planeó cuidadosamente sus propias honras fúnebres, invitando personalmente a expresidentes y respetables figuras políticas indistintamente de la ideología partidista en calidad de oradores a su sepelio. Entre estos, George W. Bush, Barack Obama, Joe Biden, Henry Kissinger, Al Gore, Nancy Pelosi y Paul Ryan. Todos ellos asistieron excepto el actual Comandante en Jefe de Estados Unidos, quien no fue requerido a este acto solemne digno de un Jefe de Estado. En otras palabras, el presidente no está a la altura de sus antecesores mandatarios ni tiene el prestigio de la familia del fallecido congresista. Una bofetada pública que tuvo impacto y repercusión mundial.
La ausencia del presidente fue el deseo explícito del senador McCain. La orden fue clara y contundente: “Donald Trump y la Primera Dama no estarán presentes ni formarán parte de ninguno de los actos ceremoniales”. Decisión que tiene un alcance mucho más profundo que cualquier desavenencia política de carácter coyuntural. Se trata de un rechazo absoluto a los des-valores del actual inquilino de la Casa Blanca, su arbitrariedad, prepotencia y prosaica soberbia. Pero, más que un desprecio al presidente fue una lección al pueblo estadounidense, una apuesta a los fundamentos de la patria contrarios a la chabacanería del inmoderado actual Jefe de Estado.
Los escándalos del empresario neoyorkino con prostitutas, mafia rusa y obscuras conexiones en el bajo mundo han enlodado la figura presidencial. Sin duda, los desdichados comentarios y sus excesivas formas han producido anticuerpos en la casta política estadounidense y entre sus pares a nivel internacional. Por eso, no es la primera vez que la presencia del mandatario estadounidense es vetada. No fue invitado al sepelio de Bárbara Bush, esposa y madre de dos ex presidentes. Tampoco estuvo convocado a la boda real del nieto de la Reina Isabel, ni mucho menos recibido en Londres con recepciones oficiales como el resto de los ex Jefes de Estado estadounidenses. La soberana inglesa lo recibió en el palacio de caza, durante veinte minutos, frente al rechazo de multitudinarias manifestaciones callejeras que repudiaban la visita del inquilino de la Casa Blanca al Reino Unido.
Es innegable que las políticas de este supuesto paladín de la economía han contribuido al crecimiento de la industria y el comercio estadounidense, si bien a un costo desmerecedor de la institucionalidad de la primera potencia. El mandatario ha puesto a pelear a unos contra otros confrontando a sus más cercanos aliados, vecinos y socios comerciales. En lugar de acusar a sus pares de rapiñas y abusadores de Estados Unidos, más bien, debería proponer revisiones a los acuerdos vigentes con la habilidad diplomática que se espera del presidente de la nación más poderosa del mundo, y a la altura de su investidura.
Eludir el vergonzoso comportamiento del presidente alegando, como excusa, los actuales rendimientos económicos de Estados Unidos, es igual a anteponer el dinero y lo material a la educación, la transparencia y los principios de honestidad. Pues, no hay nada más áspero y burdo que el poder económico sin refinamiento o sin el talento “de saber estar”; principios que valen tanto para personas comunes como personalidades públicas, principalmente si se trata de Jefes de Estado.
De ahí la relevancia del funeral de John McCain, senador irreprochable y caballero en toda la magnitud y extensión de este concepto: señorío, sencillez y dignidad. Razón por la cual, las figuras de mayor peso político tanto en las filas de los demócratas como republicanos le otorgaron una de las máximas distinciones: héroe de la patria. Una vez más imperó la instrucción y sensibilidad de la condición humana frente al espíritu vulgar, arrogante y ostentoso; esa innata y repugnante tosquedad que el dinero mal habido intenta enmascarar.