Vicios privados, virtudes públicas

Carlos Rodríguez Nichols

Por siglos las normas sociales impusieron discreción, recato y silencio absoluto ante cualquier manifestación de conducta que irrumpiera el orden establecido. Aquellos que nacían al margen de los preceptos sociales tenían que vivir su naturaleza en claustro mutismo, apresando las consideradas desviaciones del ser entre fortalezas de vergonzosos deseos. Toda conducta que intentara romper el exigido comportamiento ético y moral debía anularse, en algunos casos, incluso hasta con la muerte.

Decisiones dictadas por dirigencias con suficiente poder social para imponer los lineamientos colectivos, reprimiendo todo comportamiento que atentara la supuesta integridad de los ciudadanos. De ahí, la connotación victoriana de vicios privados, virtudes públicas. Sociedades doble discursivas que por intentar esconder lo impresentable terminaron cosechando patológicas deformaciones humanas encubiertas con pomposos ropajes púrpura. Togas imperiales transformadas en míticas vestiduras intentando disfrazar de santa verdad la obscura y perversa realidad.

Hoy sale a la luz pública las escandalosas falacias de instituciones supuestamente respetables. Entidades responsables de moldear la moral pública al extremo de imponer normas de proceder ante la mirada implacable de un solo credo universal. Artificios mitológicos que hacen caso omiso del aporte de filósofos, genios y eruditos milenarios constructores de la historia del pensamiento.

Sin embargo, esta falaz retórica que ha dictado la conducta occidental por más de dos siglos parece desdibujarse ante atroces descréditos. Los demostrados testimonios de abusos sexuales evidencian la malformación espiritual de estos pretendidos paladines de la moral. Porque no se trata de uno ni cien casos, sino de miles de niños alrededor del mundo obligados a mantener obsceno silencio por los mismos pedófilos que arruinaron sus vidas. Pero, estos escándalos no se limitan a los intramuros vaticanos.

La sociedad finalmente se atreve a desenmascarar la descomposición social existente en los diferentes ámbitos institucionales. Reconocidas figuras políticas no escapan a los propios abusos cometidos en el pasado, muchos de ellos en el limbo del olvido como si el pasar del tiempo borrara las heridas de sus víctimas. Vicios que en la actualidad se confrontan públicamente defenestrando a los victimarios por sus actos monstruosos. Ante este desfase moral, altos jerarcas han visto sus reputaciones y brillantes carreras caer en el mayor de los desprecios.

La única diferencia entre los retuertos victorianos y las vergonzosas desviaciones actuales radica en la desnudez de los hechos despojados de falsas vestimentas. Perversión al rojo vivo, sin filtros, que impida la mirada aguda y transversal de estas escabrosas realidades. En otras palabras, un salto de aquel laberinto obscuro y roñoso en que imperaba un ocultamiento morboso, a la máxima exponenciación de los hechos sin ninguna clase de veladuras ni simulados arrepentimientos. En todo caso, ahora más que nunca, sobresale la necesidad de enfrentar sin miramientos los excesos cometidos por estos tortuosos impenitentes incapaces de controlar sus impulsos, esos instintos primarios del ser humano que en algunos casos trastoca la brutal animalidad del hombre.

Así, el comportamiento social pasó de un mutismo forzoso a la imposición pública en su más amplia expresión. Contrario a lo establecido durante décadas y siglos, ahora se desafía el adulterado valor de la virtud que en numerables ejemplos bordea conductas disipadas, esas denominadas deformaciones del ser según los falsarios decires de esos perversos sofistas de la moral.

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