Carlos Rodríguez Nichols
La historia es testigo de dictadores y jefes de gobierno que han proyectado sus desbalances personales en las políticas de Estado. Líderes que escalaron prestigiosas posiciones a pesar de inestabilidades personales, desequilibrios que pudieron capotear a lo largo de la vida. Sin embargo, los constantes desafíos gubernamentales y los altos niveles de estrés fácilmente se traducen en erradas apreciaciones y equívocas decisiones. Desbordes que se manifiestan en oscilaciones temperamentales y conductas impulsivas difícilmente inadvertidas ante la pericia del foco público: ¡esa mega lupa que mide hasta el más recóndito pliegue de la consciencia!
Claro ejemplo es la obstinada personalidad del mandatario estadounidense. El inquilino de la Casa Blanca insiste en imponer su obcecado criterio desoyendo las implicaciones de sus arbitrajes. Políticas implementadas muchas veces en función de sus bases electorales, esos millones de fervientes devotos que de manera constante retroalimentan su patológico ego. En su mayoría, fanáticos extremistas ávidos de medidas radicales contra aquellos opuestos a sus rígidas estructuras de pensamiento.
Entre las erratas decretadas por el mandatario en los últimos dos años, vale mencionar el retiro de Estados Unidos del Tratado de Pacífico, el enfriamiento diplomático con los aliados europeos, el descrédito a la crisis climática y la insensata retirada de las tropas de Siria. Conflicto que, aunque Estados Unidos perdió hace diez años, aún exige la presencia de la primera potencia en Oriente Medio, zona extremadamente conflictiva considerada uno de los focos más virulentos del planeta. Esta determinación ejecutiva fue refutada por los grandes Generales del Pentágono, en especial por el Ministro de Defensa, James Mattis, quien renunció a su cargo al objetar de forma tajante las desvirtuadas políticas presidenciales.
Una vez más, los constantes “pasos en falso” de la Casa Blanca no solo desacreditan al mandatario sino debilitan la imagen de Estados Unidos como primera potencia mundial. La decisión presidencial de retirarse del conflicto sirio supone una importante pérdida de poder de Estados Unidos en la región y consecuencias negativas para el conflicto armado, si bien, la principal función de los efectivos estadounidenses es brindar apoyo tecnológico y servicio de inteligencia a fuerzas contrarias a organizaciones extremistas.
Sin duda, la salida de Washington de Damasco posibilita el empoderamiento de Moscú como mecenas del dictador sirio y socio militar de los ayatolas iraníes en la carrera armamentista de la región. Ante esto, cabe preguntarse qué hay de fondo en la determinación del presidente estadounidense de abandonar Siria y Afganistán dejando un vacío político y militar en Medio Oriente. Vacío del cual Putin sacará provecho extendiendo su red influencia a la escena mundial, escenario internacional que Washington rivaliza con el gigante asiático y con una Rusia restablecida después de la derrota sufrida en la Guerra Fría.
En la actualidad, Estados Unidos, China y Rusia conforman el triángulo de equilibrio de poder. Sin embargo, así como en décadas pasadas se gestó una alianza estratégica entre Estados Unidos y Pekín para contener el poder de la antigua Unión Soviética, en los últimos años, la dinámica de contrapesos se modificó dando lugar a un intercambio comercial y cooperación militar entre Pekín y Moscú. Transformación geopolítica en la que China y Rusia comparten un objetivo mutuo: limitar la hegemonía y el nacionalismo proteccionista de Washington en Asia, Medio Oriente y Europa.
En otras palabras, una relación estratégica para contrarrestar el orden mundial liderado por Estados Unidos por medio de políticas arbitrarias y amenazas punitivas como si el planeta girara exclusivamente alrededor de la órbita de Washington. No es así. Hoy el mundo se rige por una estructura multilateral conformada por ocho actores nucleares con capacidad militar de proyección global. Por lo tanto, ahora más que nunca, las políticas de la Oficina Oval deben de ser fundamentadas con datos ponderados por expertos, agencias de inteligencia y servicios de seguridad. Determinaciones que no pueden ser fruto de los desequilibrios presidenciales ni de la ignorancia del mandatario en política exterior.